miércoles, abril 28, 2021

Por añadidura

 














Horacio Verbitsky, a mi parecer el mejor periodista vivo de América Latina, cuenta una anécdota que tuvo como protagonista a Rodolfo Walsh, su amigo. Asistían a una reunión social de escritores y periodistas, y alguien se acercó a Walsh para decirle que su cuento “Esa mujer” era muy bueno, pero que si alguna vez lo traducían, por ejemplo, al francés, era necesario modificarle varios detalles para que resultara entendible a los franceses. El autor de Operación Masacre contestó que no le importaba que los franceses lo entendieran, que su propósito era ser leído y apreciado por los suyos, los argentinos.

La respuesta de Walsh no fue descortés, sino la seca afirmación de una postura. Frente a la urgencia que abrazan algunos escritores por trascender fronteras y, como dicen desde hace un tiempo, con horripilante neologismo, “internacionalizarse”, el autor de Variaciones en rojo se mostró tenaz en la idea de ser leído y comprendido por sus lectores inmediatos, que para eso trabajaba.

Esta situación, la implícita en lo respondido por Walsh, me lleva a pensar en una circunstancia que encaro de manera recurrente. Debido a que ahora hay mil espacios chicos y grandes para publicar, no ha faltado que incluso a mí me inviten a colaborar allá donde no me conoce (ni conozco a) nadie. Mi respuesta es más o menos la misma: si se trata de algo esporádico, de una colaboración no fija, sino ocasional o única, adelante, mi respuesta es frecuentemente afirmativa. Así, en los meses recientes pude hacerme visible en una página digital de Chile, en un suplemento literario de Puebla, en la revista Casa del Tiempo de la UAM y en una web de Santiago del Estero. He optado conscientemente por no aceptar compromisos fijos debido a que ya en mi entorno lagunero tengo los suficientes: la columna de Milenio Laguna, el artículo para la revista Nomádica y la colaboración para Acequias de la Ibero Torreón. Con esto casi casi es demasiado, así que no deseo sumar entregas.

Tal decisión se debe fundamentalmente a que nunca se ha dado en serio, ni he buscado, un espacio fijo más allá de La Laguna. Mi interés se ha centrado en “dialogar” con la gente de aquí, en servir de enlace, sobre todo, entre los libros y los autores que leo y las personas que habitan esta parte de México. Esto ha provocado que sea rara la detección de mi trabajo más allá de los cerros calvos que delimitan nuestro espacio, hecho que a veces lamento sin llegar al desgarre de ninguna vestidura y sin abrigar ningún resentimiento. Finalmente es algo que yo mismo he promovido, así que sería necio quejarme de mis propias iniciativas.

Por esto es alentador que de vez en cuando, cada mucho, algo llegue a ser comentado más allá del que considero mi “lector modelo”, el lector lagunero. Es como oír un eco lejano del grito que uno pega. Esto me ocurrió dos veces seguidas hace poco en un par de radiodifusoras de la Ciudad de México. Una de ellas supuso una casualidad casi mágica. En la noche conversaba por Whatsapp con mi hija mayor y me comentó que tenía la inquietud de escribir cuentos. Me pidió algunos consejos prácticos, se los di y ahí terminó la charla. Al día siguiente, mientras ella preparaba su desayuno, bajó un podcast donde la escritora Mónica Lavín daba consejos para escribir cuentos, y, al referirse al libro colectivo Ligeros de equipajemencionó con énfasis el cuento de mi cosecha allí incluido. Mi hija quedó sorprendida, y yo más, por lo que ya dije: no es frecuente hallar lectores más allá de mi región. Otro tanto pasó ayer, cuando mi amiga Marcela Medina me envió un audio donde en un programa chilango comentaron una de mis columnas.

No es el fruto que busco al escribir, pero es grato advertir que a veces, muy a veces, por añadidura, estos párrafos respiran otros aires.