Hace
exactamente sesenta años, dos madres laguneras dieron a luz casi al unísono:
una, Alicia Galán, el primero de julio de 1959; otra, Socorro Muñoz, el 3 de
julio de ese mismo año. Con dos días de diferencia de hace exactamente seis
décadas nacieron Javier Prado Galán y Gerardo García Muñoz, ambos amigos míos y
ambos verdaderos maestros del pensamiento y la escritura.
Los
conocí por medio de Gilberto, hermano de Javier. Mi mente ubica una borrosa tarde
de 1987 u 88 como el día en el que Gilberto y yo entramos a la ya extinta
cafetería Los Globos, sita en la calle Cepeda, al lado del también extinto
Banco de México, y vimos que en unos sillones pullman conversaban G y J, quienes eran cuates, lo supe allí,
porque ambos coincidieron un tiempo como estudiantes en el Tec de La Laguna,
esto antes de que Javier decidiera abrazar la carrera religiosa en la Compañía
de Jesús. Javier nos dejó a Gilberto y a mí la amistad de Gerardo, quien además
de ser un excelente ingeniero, leía literatura a pasto, tanta o más que la
consumida por muchos escritores. Pasados los años, Javier se ordenó jesuita,
terminó su licenciatura, la maestría y al final el doctorado en Filosofía por
la UNAM. Ha publicado ocho libros, todos de filosofía centrada en la ética, y
como funcionario ha sido vicerrector académico de la Ibero Ciudad de México y
actualmente es director académico en la Ibero León. Como pasa con su hermano
Gilberto, el hecho de dedicarse a la filosofía no como reproductor, sino como
filósofo en sí mismo, es decir, como hombre que propone un pensamiento propio,
no lo ha alejado de la vida cotidiana, y es tan futbolero y santista como el
más pintado.
Por
su parte, Gerardo terminó la licenciatura y la maestría como ingeniero
electrónico, pero abandonó esa disciplina para hacer la maestría y luego el
doctorado en Letras, ambos en Estados Unidos, una en la Universidad de Las
Cruces, Nuevo México, y el otro en la de Arizona. Ha publicado nueve libros de
ensayo y actualmente es profesor universitario en la ciudad de Houston, Texas. Y
lo mismo: la erudición de Gerardo no lo ha hecho un hombre presuntuoso, sino al
revés, pues se trata de un amigo sencillo y con enorme sentido del humor.
Estos
dos laguneros son de lo que más presumo. Amables, generosos, cultísimos ambos,
han hecho una carrera académica que debe enorgullecer a La Laguna. Ambos han
llegado al sexto piso de la vida en plenitud de facultades. Sé, siempre sé
esto, que sus mejores libros están por venir. Felicidades a los dos.