“Apestar” es un verbo espantoso, y de él deriva el sustantivo
“apestado”, es decir, el que, por culpa de la peste, es marginado, relegado.
Por supuesto, su sentido ahora no es estricto, sino figurado, ya que no es
necesario portar ninguna peste para ser un apestado. Como tal, como apestado,
vivió el portero Moacir Barbosa Nascimento, quien alineó bajo los tres palos
para la selección brasileña en el mundial celebrado hacia 1950 en el país de la
samba.
Conocida por medio mundo, su historia siempre me ha
estrujado. De todos es sabido que el punto de inflexión en la vida de Barbosa
se dio el 16 de julio del 50, día en el que Brasil y Uruguay disputaron la
final de la Copa del Mundo, en aquel tiempo llamada Jules Rimet. Para el país
fue un desastre, el famoso “maracanazo”, pues la verde-amarilla perdió 2 a
1 contra la celeste charrúa. El desastre golpeó a los jugadores, a los 200 mil espectadores
que atestaban las gradas del estadio y a todo Brasil. Hubo suicidios, llanto,
una frustración colectiva que no acarrean ni las debacles económicas. Así es —y
así era ya a mediados del siglo XX— el futbol en países que lo han elevado a la
categoría de religión. Tras los goles de Juan Alberto Schiaffino y Alcides
Ghiggia, el resultado del partido se convirtió en bomba atómica, así que un
culpable debía ser localizado. No fue difícil hallarlo: fue Barbosa, el
portero, quien murió en 2000. Esto significa que cargó un injusto sambenito durante
medio siglo, el brutal castigo de ser un apestado. Son muchas las tristes
anécdotas sobre el ninguneado Barbosa, como aquélla en la que se propuso
saludar a los seleccionados brasileños poco antes del mundial de Estados
Unidos, todo para que no lo dejaran acercarse porque contagiaba la mala suerte.
Muchos grandes jugadores han merecido canciones. Maradona,
por ejemplo, la que Rodrigo hizo grande, o Garrincha, cuyo tema en la voz de
Zitarrosa es inmenso. Barbosa tiene también su canción. La compuso Tabaré
Cardozo, y en alguna de sus estrofas dice: “Cuida los palos Barbosa / del arco del Brasil / la
condena de Maracaná / se paga hasta morir. // Quema los palos Barbosa / del arco del Brasil / la condena de Maracaná /
se pega hasta morir. // Un viejo vaga solo / la gente sin
piedad / señala su fantasma sin edad / por la ciudad”.
Pues bien: mis palabras son una lágrima solidaria y
respetuosa a la memoria de Barbosa. Descansa al fin, admirado Moacir.