Suelo asociar a un libro específico el inicio de mi relación
con la lectura. Supongo que no soy la excepción: quienes seguimos cerca de este
hábito fuimos literalmente atrapados alguna vez, comúnmente en la
infancia/adolescencia, por determinado libro. El que a mí me cupo en suerte
lleva como título Maravillas del mundo:
prodigios de la naturaleza y realizaciones del hombre, desde las cataratas del
Niágara hasta las bases espaciales, una edición catalana en pasta dura. La
ficha se completa con su autor, un tal Roland Gööck, y sus 250 páginas fueron
publicadas por el sello Círculo de Lectores en 1968.
Hace cinco años, en 2014, escribí y no sé si publiqué esto:
que el libro llegó a la casa familiar como regalo por la compra de una
enciclopedia, la Británica o la Grolier, quizá la Salvat, no sé. (…) por su
tamaño pesaba tanto que sólo podía ser hojeado en una base de apoyo, sobre una
mesa. Las fotos hacían un recorrido por las edificaciones más importantes
construidas por la humanidad y algunos portentos de la naturaleza: edificios,
puentes, casas, presas, catedrales, museos, cataratas, ríos. De cada obra o
escenario natural, varias tomas a full
color desde distintos ángulos. Además, un texto aledaño, sencillo e
instructivo. Para despachar cada zona del planeta, creo que su índice procedía
por continentes, pero eso no puedo asegurarlo”.
El vicio de la bibliofilia implica apego fetichista a los
libros, de modo que nunca dejé de sentirme mal por no saber a dónde fue a parar
aquel ejemplar, si entre mis hermanos y yo lo habíamos destruido o qué. Pero
llegó la revancha: Margarita Morales Esparza, mi excondiscípula de la
universidad y experiodista de La Opinión radicada
en España desde hace quince años, me avisó que venía de visita a La Laguna. Se
ofreció para traerme algún encargo y, entre otros libros, le pedí buscar en
librerías de viejo mis Maravillas del
mundo. Lo que sigue es, para mí, fabuloso: Margarita lo halló, lo hizo
atravesar el Atlántico y el lunes 8 de julio me reencontré con aquellas amadas
páginas que, también lo he dicho, fueron como un internet en mi adolescencia.
No exagero si afirmo que se trata de un libro sobre el que navegué reiteradas
horas, y ahora que he vuelto a disfrutarlo noto que mi memoria retuvo
muchísimos detalles. En suma ha sido como reencontrar a un ser querido; también
los libros pueden serlo.