Le
decíamos licenciado, pero creo que el licenciado Aguirre no era nada, ni de la secundaria
había salido. Era nomás, creo, uno de esos sonrientes, lenguaraces e
hiperactivos vividores que logran acomodarse siempre en puestos más o menos
importantes sólo porque se levantan más temprano. Ahora, gracias a una supuesta
amistad con el alcalde (el propio Aguirre hizo correr el mito de que de niños vivieron
en la misma colonia), había conseguido un cargo fantasma: promotor de turismo y
tradiciones en el centro histórico. Era una burrada, uno de esos inventos del
poder para asignar puestos públicos a las sanguijuelas que colaboraron en la
campaña electoral. El sueldo de Aguirre era ridículo, pero de todos modos se
trataba de una erogación innecesaria, pues no hacía nada. Para no llamar la
atención del periodismo siempre deseoso de jugar a las vencidas contra los
jerarcas del municipio, Aguirre diseñó un plan con el cual autojustificarse laboralmente
o, como se dice en el argot burocrático, comenzó a hacer como que hacía. Durante
una noche diseñó su estrategia y a la mañana siguiente, a primera hora, expedito
aunque se tratara de una vacuidad, envió una carpeta al señor alcalde: era su
proyecto de promoción turística en el centro histórico. Pasaron varios días y
no recibió respuesta. Atribuyó el silencio a las numerosos compromisos del
presidente, aunque la verdad su proyecto fue piadosamente arrojado a la basura
mucho antes de que llegara a las manos del mero mero. Todo esto lo sé por la
secretaria del alcalde, mi novia, con quien crucé información luego de la
reunión que los comerciantes del centro tuvimos con “el licenciado” Aguirre. No
sé cómo, el parásito nos convocó y no sé por qué acudimos a su llamado. Fuimos
como treinta dueños de restaurantes y bares, todos convidados con la idea de
fomentar el turismo en nuestra zona de trabajo. Luego de una exposición
supuestamente erudita (con datos saqueados de aquí y de allá), Aguirre propuso que
para atraer la curiosidad del público debíamos colocar placas metálicas de “estilo
sitio histórico”, sin tomar en consideración que dijeran mentiras. “Lo importante es que la
gente venga al centro”, dijo, y dio un ejemplo: “Por ejemplo, en un bar podemos
colocar una placa que diga ‘En esta casa Francisco Villa preparó su estrategia
militar para la toma de Torreón’”, y así. Lo único que debíamos hacer era
ponernos de acuerdo para no repetir placas conmemorativas y solicitar a los historiadores
de la localidad, previo pago, que acomodaran los datos en un libro turístico
adecuado. Por supuesto, la iniciativa no prosperó y el aviador siguió en su puesto.
Ignoro si ha concebido mejores estupideces.