sábado, agosto 20, 2016

Placas

















Le decíamos licenciado, pero creo que el licenciado Aguirre no era nada, ni de la secundaria había salido. Era nomás, creo, uno de esos sonrientes, lenguaraces e hiperactivos vividores que logran acomodarse siempre en puestos más o menos importantes sólo porque se levantan más temprano. Ahora, gracias a una supuesta amistad con el alcalde (el propio Aguirre hizo correr el mito de que de niños vivieron en la misma colonia), había conseguido un cargo fantasma: promotor de turismo y tradiciones en el centro histórico. Era una burrada, uno de esos inventos del poder para asignar puestos públicos a las sanguijuelas que colaboraron en la campaña electoral. El sueldo de Aguirre era ridículo, pero de todos modos se trataba de una erogación innecesaria, pues no hacía nada. Para no llamar la atención del periodismo siempre deseoso de jugar a las vencidas contra los jerarcas del municipio, Aguirre diseñó un plan con el cual autojustificarse laboralmente o, como se dice en el argot burocrático, comenzó a hacer como que hacía. Durante una noche diseñó su estrategia y a la mañana siguiente, a primera hora, expedito aunque se tratara de una vacuidad, envió una carpeta al señor alcalde: era su proyecto de promoción turística en el centro histórico. Pasaron varios días y no recibió respuesta. Atribuyó el silencio a las numerosos compromisos del presidente, aunque la verdad su proyecto fue piadosamente arrojado a la basura mucho antes de que llegara a las manos del mero mero. Todo esto lo sé por la secretaria del alcalde, mi novia, con quien crucé información luego de la reunión que los comerciantes del centro tuvimos con “el licenciado” Aguirre. No sé cómo, el parásito nos convocó y no sé por qué acudimos a su llamado. Fuimos como treinta dueños de restaurantes y bares, todos convidados con la idea de fomentar el turismo en nuestra zona de trabajo. Luego de una exposición supuestamente erudita (con datos saqueados de aquí y de allá), Aguirre propuso que para atraer la curiosidad del público debíamos colocar placas metálicas de “estilo sitio histórico”, sin tomar en consideración que dijeran mentiras. “Lo importante es que la gente venga al centro”, dijo, y dio un ejemplo: “Por ejemplo, en un bar podemos colocar una placa que diga ‘En esta casa Francisco Villa preparó su estrategia militar para la toma de Torreón’”, y así. Lo único que debíamos hacer era ponernos de acuerdo para no repetir placas conmemorativas y solicitar a los historiadores de la localidad, previo pago, que acomodaran los datos en un libro turístico adecuado. Por supuesto, la iniciativa no prosperó y el aviador siguió en su puesto. Ignoro si ha concebido mejores estupideces.