Disiento amablemente (y parcialmente) de algunos que se han puesto doctorales y descalificatorios a la hora de juzgar: en ese oficio para mí hay tres sujetos metidos hasta el tuétano en el ánimo popular de México: en orden cronológico, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel, cada uno con al menos treinta composiciones que ya pertenecen al cancionero íntimo de nuestro país. En efecto, las letras de Juan Gabriel no son dechados de calidad literaria, abundan en defectos, pero aun así intentan y logran comunicar algo. Lara y Jiménez, cada cual a su modo y en el plano verbal más dotados, también tienen detalles que en lo estrictamente literario pueden ser cuestionables, pero igual: comunican con gran fuerza sentimientos elementales de, sobre todo, amor y desamor. Lo que no debemos perder de vista es que Juan Gabriel, a diferencia de Lara y Jiménez, fue todo: compositor, arreglista y espléndido cantante, y si a eso agregamos sus ruidosos performances en el escenario y el tiempo mediático que le tocó, ya vemos el resultado.
En cuanto a los defectos, la canción comercial/popular es
así, se articula abajo, muchas veces por personas sin instrucción, intuitivas.
No podemos pedir que Lara sea López Velarde, que José Alfredo sea Sabines ni
que Juanga sea Octavio Paz. Lo digo sin aspavientos: me gusta lo comercial cuando
a mi juicio tiene, pese a sus defectos, indescriptibles aires de sinceridad, y
eso noto en Juan Gabriel y en muchos otros compositores de vena callejera. Si muy
académica y quisquillosamente nos ponemos a buscar defectos a sus piezas, quizá los
hallaremos. Pero insisto, cualquier canción popular (bolero,
huapango, ranchera, norteña, balada, corrido, son, cumbia…) los tiene:
De la sierra morena,
cielito lindo, vienen bajando
un par de ojitos
negros,
cielito lindo, de contrabando.
Veamos rápido: hay abuso de diminutivos y un ripio
espeluznante en el bajando/contrabando. Además, el verbo “vienen” debe concordar con “par” y no lo hace. ¿Pero quién se fija en eso? O:
Qué bonitos ojos tienes
debajo de esas dos
cejas
qué bonitos ojos
tienes.
Ellos me quieren mirar
pero si tú no los dejas
ni siquiera parpadear.
¿Debajo de esas dos cejas? ¿Qué las cejas no son siempre dos
y qué debajo no están siempre los ojos? Y si no parpadean, ¿no es precisamente
para mantenerse abiertos y mirar? Si nos acercamos a la música popular, siempre
encontraremos fealdades como estas o peores, pero no es el caso.
No voy a desgarrarme los trapos ante la muerte de Juan
Gabriel, pues “morir es una costumbre que sabe tener la gente”, pero tampoco
voy a ponerme pesado y desdeñar su valor en el contexto específico que le cupo
en suerte: el de la música sencilla que como mejor prueba de su penetración y de
su arraigo termina siendo oída/cantada con la familia y los amigos, es decir, con
la gente que uno quiere.
Nota 1: sólo una vez, hace cerca de veinte años, fui a un concierto de Juan Gabriel. Lo ofreció en el estadio Corona de Torreón, hoy extinto, y luego de eso escribí y publiqué una crónica que no sé si conservo y cuyo contenido no recuerdo ni siquiera vagamente. Supongo que me puse rejego, que acudí a la ironía y me hice el desentendido de la emoción. También supongo que eso se debió al momento que corría mi manera de percibir y a que en general me molestaban, y me molestan todavía, los espectáculos con multitudes. Veinte años después estoy en posición de afirmar que lamentablemente no hice esto: disfrutar mejor aquel concierto.
Nota 2: La juangolatría pasa principalmente por la emoción, insisto, no por el frío racionalismo. Ese personaje y sus creaciones gustan no porque sean perfectos, sino porque las vinculamos con el espacio simbólico de lo afectivo. Por eso muchos que son duros, fieros y/o cultos declaran que simpatizan con el paracuarense (no sé si éste sea el gentilicio de Parácuaro, Michoacán) porque les recuerda a su madre, a su familia, a la novia o el novio. Analizar a Juanga con criterios esteticistas lleva necesariamente a la perdición, igual que rechazar a Vivaldi porque no tiene éxito en las carnes asadas, entre caguama y caguama. En fin. No pasa nada si alguien ama u odia al recién ido. En los gustos cabe todo. Como en otras tantas materias, a mí me cuadran los dos. Lo único que hago es consumirlos en espacios diferentes.
Nota 2: La juangolatría pasa principalmente por la emoción, insisto, no por el frío racionalismo. Ese personaje y sus creaciones gustan no porque sean perfectos, sino porque las vinculamos con el espacio simbólico de lo afectivo. Por eso muchos que son duros, fieros y/o cultos declaran que simpatizan con el paracuarense (no sé si éste sea el gentilicio de Parácuaro, Michoacán) porque les recuerda a su madre, a su familia, a la novia o el novio. Analizar a Juanga con criterios esteticistas lleva necesariamente a la perdición, igual que rechazar a Vivaldi porque no tiene éxito en las carnes asadas, entre caguama y caguama. En fin. No pasa nada si alguien ama u odia al recién ido. En los gustos cabe todo. Como en otras tantas materias, a mí me cuadran los dos. Lo único que hago es consumirlos en espacios diferentes.