Daniel Lomas me regaló el año pasado esta reseña sobre Polvo somos. Dado su ateísmo futbolero, como él dice, agradezco el esfuerzo y la generosidad.
Puesto que no me preocupa ser un
aguafiestas y ganarme la rechifla general, empezaré confesando que soy ateo del
futbol. Aclaro: como deporte me parece excelente; como espectáculo, lo más que
me suscita son bostezos y zapping. El
último mundial que vi con gusto fue México 86; por entonces mis padres habían
bautizado a mi hermano menor y de tal festejo había sobrado una cantidad innúmera
de cajas de refresco, así que prácticamente desfondé un sillón de la salita por
tantas horas que pasé arranado mirando el mundial y emborrachándome con Coca-Cola, a mis irracionales ocho años.
Ha pasado el tiempo y hoy ignoro qué me gusta menos: si la Coca-Cola o el futbol. Pero en fin, ni esta parrafada ni tampoco
mis preferencias personales han sido obstáculo para que mi lectura de Polvo somos (treinta relatos futbolísticos),
de Jaime Muñoz Vargas, fuera placentera y haya arrancado carcajadas a un
descreído del balompié.
Obvio que el eje del libro es el futbol;
sin embargo, creo que a la par se trata de un pretexto para que salten al papel
diversos jugadores: las pasiones, la envidia, la sed de fama o dinero, los
destinos truncos, la resurrección de rencillas por viejos amores y hasta una
conmovedora cátedra de ética impartida por la batuta de un alcohólico en la
pizarra de la traición. En suma: una ración de la vida de la gente, o la
representación en letra de la vida.
De los diez cuentos con que arranca Polvos somos, me agrada especialmente
que los personajes sean deportistas de los llanos (o de la Liga Municipal de
Gómez). Es decir, son seres minúsculos, de escasísima gloria. Así vemos a los
empleados de Carnicería Bustamante, de Güicho Ferreteros, de Tortillería La
Chinita o de Vulcanizadora Goliat, saltar al terreno de juego con muchas ganas
de aterrarse (de tierra, claro está, y no de miedo). Por cierto, los motes o
alías bajo los cuales se dibuja a los personajes son muy buenos y en ocasiones
irónicos. Efraín Quiñones, El Mula, posición central, es más que nada un
quebrantahuesos de profesión que ya les molió las tibias y peronés a varios de
sus contrincantes. Zoilo Pantoja, Metralleta, un flamante goleador que a la
hora de la verdad y en medio de un partido de campeonato vuela un penalti. Lauro
Meza, el Trucutrú, quien jamás ha acertado un gol, cierta noche se va de farra
con sus cuates y goza de los excesos del tabaco, el alcohol, la comilona, las
mujeres y el bailongo; al día siguiente, aunque extenuado por la resaca, le
ocurre un milagro: anota tres goles de un jalón; supersticiosamente cree que su
buena estrella radica en la serie de disparates cometidos la noche anterior, de
ahí que tratará de reproducirla (sin éxito) y morirá de catarrín. Un vendedor
de aguas frescas que entra de relevo a ocupar el silbato del árbitro; un
estilista afeminado que arma su escuadra sobornando a la palomilla del barrio: promete
pagar uniformes, arbitraje, carne asada; un vendedor de semillas que anota
fortuitamente un gol, son algunos de los detonantes para crear y crecer las
historias. De alguna forma, esta primera sección nos retrata pequeñas
biografías, teñidas por el recuerdo de las penas y glorias a que pueden aspirar
estos héroes anónimos. Recuerdo aquí lo que escribió Marcel Schwob: “El arte
del biógrafo sería otorgar el mismo valor a la vida de un pobre actor que a la
vida de Shakespeare”.
En Polvo somos hay un manejo cuidadoso del detalle. En alguna
entrevista Rulfo comentó que en la literatura los árboles no se llaman árboles
ni los pájaros se llaman pájaros: se llaman sauces, ahuehuetes y mezquites, se
llaman cuervos, zopilotes y colibríes. Sólo interesa pues lo particular, lo
único. Hay un refrán que quizás viene a cuento: “Dios está en todas partes y el
Diablo en los detalles”. En ese sentido, el libro de Jaime Muñoz Vargas está escrito
con mucha pezuña de diablo, con fina minucia; al grado que a veces, valiéndose
del truco de la reticencia, se contiene la respiración y se esconden maliciosamente
los detalles para que el lector no los vea sino en el momento preciso y entonces
lo golpeen con la contundencia de la sorpresa.
En la segunda sección de Polvo somos figuran 19 relatos. Si lo
pensamos bien, es un amplio desfile de personajes. “Willy desde dentro” narra
la historia de una joven promesa del balompié que ha acabado metido en el
fracaso: ni más ni menos que en una botarga, con la que anima los partidos a
ras de pasto, mientras por dentro lo achicharra la envidia y el odio que le
despierta un amigo, un compañero de cascarita que sí ha triunfado en primera
división. “Para escapar de Malisani” es un aguafuerte de gánsteres futboleros
en que un mexicano ha ejecutado una trácala y ha estafado así a unos estafadores
argentinos, que ya es mucho decir, y ahora por tanto es víctima de una
persecución a muerte. “Cábala gitana” cuenta la historia del más raro amuleto con
que ha cargado un futbolista: un hámster vivo entre las ropas durante los 90
minutos. “Futbol intergaláctico”, uno de los cuentos que más disfruté, nos
narra un partido ocurrido en el año 6044 o 4066, cuando ya no quede ni un átomo
del mundo que hoy habitamos; es una visión futurista y alocada del futbol. “Charla
con Pelé”, una visita del astro brasileño a La Comarca Lagunera. “Partido eterno”,
un juego que dura poco más de quince horas. Asimismo, un árbitro abucheado no
sólo en las canchas sino también en calles, autobuses y cantinas; un poeta
futbolero, y hasta una sutil crítica del fanatismo con que se vive la religión del
futbol en un país desmoronado por la violencia de incontables muertes, son algunas
de las premisas desde las cuales se catapultan las ficciones.
Es válido afirmar que los relatos de
Polvo somos parecen recién salidos de
la peluquería, pues vaya que su autor (que en otros libros ha dado muestras de
largo aliento, por ejemplo en su última novela Parábola del moribundo) ha decidido esta vez frenar la pluma y usar
la tijera de la poda y encapsular al máximo las historias, en las que no sobra
ni un flequillo de más. Son pues ficciones bien recortadas como calcomanías.
Cierra el volumen un cuento largo y (el
adjetivo no es exagerado) genial: “Mancha sobre mi padre”. El meollo de esta
historia es la traición, pero no una traición cualquiera sino una ética
traición. El personaje central es el viejo don Aristeo, quien por cierto aparece
excelentemente dibujado desde las primeras líneas, desde ya pegado a
perpetuidad al vaso de cerveza. Es una especie de paradoja ver a este
alcohólico consuetudinario que se dedica al deporte, así sea por detrás de la
raya de cal, pues dirige a un equipo infantil, y, por si fuera poco, lo hace
con bastante tino. Ajá, pastorea al equipo a lo largo de jornadas y más
jornadas, hasta que logra conducirlo a la gran final. Pero entonces acontece
algo extraño: el viejo Aristeo vende el partido, pacta la derrota. ¿A cambio de
qué se ha prestado a cometer semejante infamia?, he ahí la incógnita. Por otra
parte, amarillea en el cuento un aire bellamente nostálgico, como de fotografía
del pasado. Quien nos narra la anécdota es el hijo del director técnico, que a
su vez fue jugador del equipo y que muchos años después de ocurrida la traición
todavía seguirá sin comprender por qué demonios su padre vendió el partido más
importante, y no descubrirá la verdad sino al cabo de un velorio. Sin duda el
lector tiene garantizada aquí una historia de profundo humanismo.
Creo que he dejado claro que
prefiero por mucho revisitar Polvo somos
que extasiarme en bostezos ante cualquier partido del mundial que se avecina
(por si alguien lo ignora, informo: la sede será Groenlandia 2015). Lo bueno
del futbol en la vida social de la Comarca Lagunera es que arrastra consigo carne
asada, cervezas y festiva amistad. Agrego una posdata: del mundial México 86 no
solamente recuerdo la legendaria tijerita con que Manuel Negrete convulsionó al
estadio Azteca, llevándolo al borde del infarto colectivo; también recuerdo los
comerciales televisivos con cancioncilla y baile sexy: los de la Chiquitibum.
Polvo somos (treinta relatos futbolísticos), Jaime Muñoz Vargas, Axial-Colofón-Arteletra, México, 2014, 134 pp.