lunes, diciembre 22, 2014

Tres balas de malicia narrativa




















Constructor de pequeños y divertidos infiernos existenciales, Daniel Lomas (Torreón, Coahuila, 1978) confirma en Tres balas de juguete lo que ya había anunciado en Morena de mar, novela publicada en 2013: que su narrativa reúne las características necesarias para ser considerada apreciable y siempre bienvenida. Al leer lo que ofrece en su nuevo libro no puedo menos que celebrarlo, pues he pasado dos o tres horas de lectura verdaderamente gozosas, de ésas que uno sabe de antemano perdurables en la memoria. Precisamente es eso, el regusto que deja en la mente y el corazón, lo más apreciable en el hacer ficcional de Lomas. Es como si escribiera no sólo para que lo disfrutemos en el presente de la lectura, sino para que gracias al recuerdo volvamos más delante a ver sus situaciones, sus pequeños y divertidos infiernos existenciales.
Tres balas de juguete contiene tres piezas narrativas de muy diferente extensión: la primera es casi una novela corta, la segunda es un cuento más ubicable en la ortodoxia del género y la tercera es un microrrelato descarado y juguetón. En este sentido el libro se va achicando conforme avanzamos sobre él. La que no se va achicando, sino que se sostiene pareja, es la buena calidad se las peripecias que fueron derramadas en estas narraciones, todas escritas con la prosa envolvente, por su alta dosis de poesía, que Lomas ha encontrado ya como timbre de su hacer.
Quiero enfatizar esto: ¿por qué me gustan tanto los relatos de este joven, todavía joven y por ello prometedor prosista lagunero? En realidad encuentro muy redondo su trabajo, pero quizá sea hora de revelarme este misterio. Creo que los relatos de Lomas me son muy disfrutables por su tono, esa mezcla de fino humor espolvoreado sobre el platillo de la desdicha en la que siempre están inmiscuidos sus personajes. Reitero la palabra fino, ya que al trabajar en la literatura es peligroso ser, o pretender ser, humorístico, cómico, chistoso. Lo más común en muchos narradores sin este timbre, pero obsesionados por hacerse los desenfadados, es que no logren el efecto, que lejos de hacer reír sus relatos se conviertan en un patético desfile de intentos fallidos, de invitaciones al rechazo.
Lomas ha sabido ubicarse en la distancia justa para narrar con humor sin caer jamás en el tono del pastelazo. Es una pericia delicada, muy especial, y sólo se logra, creo, con dos recursos: uno, el natural, es decir, el talento; y dos, el artificial, es decir, la lectura, la paciente y minuciosa lectura. El también autor de Una costilla de la noche es, lo sé y se nota, un lector que ha atravesado con lupa sobre las páginas de grandes escritores, y gracias a eso y a su capacidad ahora puede darse el lujo, el muy escaso lujo, de contar la desdicha humana sin parecernos lacrimógeno, sino fresco, punzante, agudo como un dardo que siempre atina a la frase precisa, a la situación creíble y al mismo tiempo detonante de sucesivos agrados en el lector.
Destaco otro valor, acaso más sutil, en los relatos de Lomas: es la aplicación de una laca existencial, muy delgada, casi invisible pero al mismo tiempo necesaria para impregnar sus historias de densidad humana. Mientras lo habitual ahora es el regodeo desestetizado en la inmoralidad, en el descreimiento total de cualquier mínimo valor humano, Lomas pone en marcha un mecanismo narrativo en el que sus personajes viven vidas viscosas y sin embargo se preguntan permanentemente, con dudas, con vacilaciones, si actúan correcta o incorrectamente, como lo hace cualquier o casi cualquier ser humano. En “Química de un desliz”, por ejemplo, el personaje narrador navega permanentemente en la incertidumbre, jamás sabe si hizo o no hizo bien al describir a su amigo la escenita de pasión que inicia el relato. Igualmente, el personaje engañado queda prácticamente fuera de su zona de seguridad cuando recibe la noticia del desliz perpetrado por su esposa. Ella, por su parte, también vacila, queda a medio camino entre la duda y la certidumbre, aunque al final también jala hacia la zona de confort que representa mantener el matrimonio y de hecho reforzarlo con signos sobreactuados de solidez.
Igual ocurre en “Viaje al Éxxxtasis”, cuento verdaderamente antológico porque en verdad se trata de un viaje redondo. No al extranjero, no sofisticado ni glamoroso, sino sobre la ciudad mil veces recorrida por el taxista-narrador. El relato pormenoriza, con el taxi en marcha, una vieja andanza del chafirete contada a un cliente fuereño. Es una aventura entre las muchas que le acontecen trepado en ese jale siempre lleno de maromas generalmente enturbiadas por la noche. A bordo de su poderoso, el taxista-narrador cuenta que una vez recogió (no nos adelantemos albureramente con el uso de este verbo) a una clienta madura. Ella salió de un canta-bar y le hizo la señal de parada. Luego de llorar, de desmoronarse en el retrovisor, el taxista es enterado de que la relación entre la clienta y su marido acaba de llegar al extremo de la desavenencia, y es entonces donde, con filosofía ad hoc de Marco Antonio Solís, pero convincente, va moldeando sin querer la voluntad de la señora. Una historia “B”,  no evidente y paralela, al mejor estilo del cuento clásico, se desliza mientras transcurre el viaje, de suerte que al final del recorrido hay un mazazo para el lector, se cierra el viaje de manera absolutamente sorpresiva y satisfactoria.
El último texto es la inauguración de Lomas en la micronarrativa, pues sólo cuenta con dos dinosáuricos renglones. Se trata de una agradecible insolencia, de un no tomarse tan en serio, pues ese minúsculo relato es el que insinúa el título del libro, además de que confirma que el amor contrariado no siempre lleva al abismo, que por él muchas veces nos suicidamos (como en los tres cuentos que aquí son tres homenajes al despecho) con balas de juguete.
Celebro la aparición de estos relatos porque en ellos queda bien remachada mi certeza (ésta sí sólida, nada titubeante) de que Daniel Lomas tiene abierta una autopista sin casetas de cuota, valga la metáfora automotriz, hacia el destino que él elija como narrador.