Recuerdo
la broma que hacía un amigo cada vez que hablaba sobre los puntos en los que se
reúne la fauna política de La Laguna (aunque la ocurrencia puede servir para
cualquier otra región del país). Al referirse al restaurante favorito para el
ejercicio de la grilla en nuestra comunidad, decía: “¿Te imaginas como cuántas
cadenas perpetuas se pueden sumar cuando está lleno ese negocio?” Tras la
pregunta venía la risa, y tras la risa la sensación de que no es descabellado
preguntarse cuántos años de cárcel no se han cumplido en México por culpa de la
impunidad.
Porque
lejos de castigar, en México el sistema está diseñado para favorecer, para
premiar, para perdonar todo a aquellos que por una combinación de suerte, destreza
y malas artes llegan a la cúspide. Ya allí, los beneficiarios del poder se
tornan intocables aunque se difundan las evidencias de sus fechorías. Para que
caigan es necesario descender a la absoluta desgracia, que los astros queden
alineados parejamente, es decir, que los grupos políticos, los empresariales y
los mediáticos apunten en una misma dirección. Si eso no sucede, es humanamente
imposible castigar al delincuente con poder.
Ejemplo
de peso completo en esta materia es Carlos Romero Deschamps, líder del Sindicato de
Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. Nada le ha movido un pelo
pese a ser paradigma de la estulticia política que padece este país. En nota
reciente de Patricia Muñoz Ríos (La
Jornada, 8 de diciembre) se enumera la ristra de desmanes perpetrados por
este figurón de la mexicana alegría, el mandamás con “el mayor número [en
México] de averiguaciones previas, órdenes de aprehensión y de presentación
giradas por jueces, así como demandas laborales y civiles”.
Lo
pasmoso del caso es el desenfado con el que se mueve este sujeto, la felicidad
que le ha de provocar el grado de inofensividad que contra él tienen “las
instituciones” y los medios. Pues sí, mientras sus aliados en el poder político,
los empresarios y los medios no se alineen en su contra, él, como muchos, puede
hacer y deshacer sin el menor escrúpulo, más si el país vive convulsionado en
otros contextos, como pasa ahora. Nada mejor para esta fauna que toda la
atención se centre en Peña Nieto y en Ayotzinapa, pues así desaparecen ellos
del escenario y la polémica.
“Tiene
averiguaciones previas abiertas en 1995, 1996, 1999, y del 2001 a la fecha,
seguidas tanto por la Procuraduría General de la República, como por la General
de Justicia del Distrito Federal. En algunas se involucra la Secretaría de la
Controloría y Desarrollo Administrativo (Secodam) y en otras, incluso, a la
Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade), pues
se acusó al dirigente de apoyar campañas políticas con recursos del sindicato”,
dice la nota sobre el cabecilla petrolero, y por ese tenor continúa:
averiguaciones, acusaciones, litigios, una cascada de emprendimientos
judiciales que no ha servido ni para pellizcarle un milímetro cuadrado de
pellejo.
Pero el
problema no es, aunque suene horrible, Romero Deschamps como caso particular,
sino el hecho de que es uno entre decenas de “figuras” públicas que en
diferentes niveles se han enriquecido sin coto visible y sin sombra de
fiscalización y castigo. Amparados, muchos, por fueros oficiales o extraoficiales
—que para el caso son lo mismo—, no cesan de hacer política a la manera
tradicional mexicana, es decir, sirviéndose con la cuchara más grande posible,
con pala incluso.
Tras leer
el acordeón de fechorías imputado a Romero Deschamps se hace obvio que el
conflicto de interés exhibido en la increíble y triste historia de Peña Nieto y
su esposa sobreactuada no tendrá jamás alguna consecuencia que vaya más allá
del escarnio. Para los intocables, como les llamó Jorge Zepeda alguna vez, fue
y será siempre más que suficiente una explicación de palabra salida de las
vocerías, así que no se detendrán a seguir con las aclaraciones.
La ley aquí
es, subrayo, simple: para que alguien caiga en desgracia deben alinearse hacia él,
en esa sola dirección, lo tres ejes del poder: la política, el capital y los
medios. Si alguno no entra, la impunidad queda garantizada y la broma de mi
amigo sigue en pie, indestructible.