Desde
los primeros de octubre, hace ya dos meses y medio, la irritación social
persiste emblemáticamente en el tag
#TodosSomosAyotzinapa sin que se avizore una respuesta sensata y justa al
estropicio que lo detonó. Antes bien, el primer intento oficial fue darle
carpetazo para que Peña Nieto viajara en paz a China y Australia. Pero esta vez
no ha sido posible sofocar el fuego de la inconformidad popular con las salidas
tradicionales, al grado de que no ha habido semana sin noticias intensas sobre
el tema. Ésta, por ejemplo, nos mostró las agallas del jovencito que en un
gesto de valor y claridad colocó la bandera/protesta de millones de mexicanos;
su breve solicitud (“Malala, please, México”) y su presencia en la entrega del
Nobel de la Paz le dieron la vuelta al mundo con más fuerza que una marcha.
Asimismo,
para atizar más el horno, se reveló que Luis Videgaray también ha recibido el
cariño del Grupo Higa, lo que impulsó de nuevo hacia los primeros peldaños de
la popularidad el nunca suficientemente aclarado tema del conflicto de interés
que este gobierno ha lucido como si fuera una medalla.
La
semana trajo además un mentís al carpetazo de Murillo Karam, un cuestionamiento
severo hacia todas las “certezas” que quedaron sobre la mesa luego de que el
cansino fiscal emitió la primera versión de los hechos. Me refiero a la
investigación presentada por el doctor Jorge Antonio Montemayor Aldrete,
investigador titular del Instituto de Física de la UNAM, y por Pablo Ugalde
Vélez, maestro en Ciencias de Materiales y profesor investigador de la UAM
Atzcapotzalco. Lo más valioso que aportaron ambos estudiosos no está tanto en
las respuestas, sino en las preguntas, es decir, en la construcción de muchas
hipótesis que hoy permiten entender esta verdad: que lejos de estar cerrado, el
caso está más abierto que nunca, de ahí que me atreva a denominarlo “carpetazo
viviente”.
La
investigación encabezada por ambos expertos indagó sobre todo en las
posibilidades de la combustión y la capacidad incineratoria. Mientras en la
versión oficial fue fácil hablar de cremación masiva, en la de los
investigadores hay una explicación científica. Si bien las palabras de Murillo
Karam desataron el escepticismo de cualquiera, que todos nos preguntáramos,
baste este ejemplo, por la columna de humo que nadie vio o por los grados de
calor necesarios para convertir cuerpos en cenizas, no teníamos hasta ahora una
opinión fundamentada, científica, sobre las posibilidades de cierto material
combustible antes y después de ser usado.
El
amplio reportaje de Shaila Rosagel (mi amiga, dicho sea de paso) publicado en
el portal de SinEmbargo es elocuente desde su título: “Cocula: la versión del
gobierno hace agua”. Y la hace porque la ciencia ha confrontado la palabrería
elusiva. Ahora bien, como toda la presunta escena del crimen fue inaccesible y
no hubo peritos ajenos a la oficialidad, el trabajo de los analistas, luego de
explicar la enorme cantidad de madera y llantas necesaria para una incineración
de tal tamaño, plantea preguntas a partir de la versión oficial: ¿quién arrimó
las 33 toneladas de troncos y las 995 llantas para hacer la hoguera?, “¿Por qué
no están quemadas las ramas de los árboles del perímetro del fondo de la
barranca? ¿Por qué no se observan las rocas que según los acusados fueron
utilizadas para hacer un círculo que encerrara el material a quemar? ¿Por qué
no existen rocas en las cercanías que hayan sido rotas bajo el efecto de
choques térmicos característicos de incendios prolongados a altas temperaturas
durante los cuales escurren fluidos?”.
Como
éstas, muchas otras preguntas se desprenden del informe Montemayor-Ugalde. Son
pues demasiadas dudas, demasiadas hipótesis, y nula voluntad del gobierno para
aclararlas.