miércoles, diciembre 01, 2010

Los dos tiempos



Los tres partidos más grandes del país han optado cada uno por favorecer un tiempo específico para referirse a su viabilidad. El PAN ha escogido el presente, el PRI el pasado y el PRD (y sus satélites) el futuro. La pelea principal se da, o se ha dado, entre los dos primeros: el PAN con duros ataques al pasado que representa el PRI y éste a la tragedia que ha significado el presente desastroso que ya va para una década de achacosidades. El PRD, e insisto que sus satélites, se han quedado por descalificación con el porvenir, aunque de los tres momentos es el más especulativo, pues ni lo conocemos ni lo estamos viviendo: el futuro es siempre una ilusión.
Lamentablemente soy de los que no creen ni han creído jamás en la cacareada transición. Como lo ha ilustrado, entre otros. Jesús Silva-Herzog Márquez, hubo unos años allá por el 2001-2002-2003 en los que México padeció la enfermedad de la transicionitis. Surgieron incluso transiciólogos, verdaderos expertos en materia de cambios políticos que explicaron con todo el instrumental retórico a su disposición las características de toda transición, desde las más ásperas a las más tersas. La de México, se dijo, era inevitable, se veía venir y a final de cuentas no fue tan traumática, pues derivó de un proceso electoral incuestinablemente aseado, sin profundo trauma de cambio.
Creo que si no hubo trauma, si en efecto fue un cambio sosegado, eso se debió a que la transición no fue una transición, sino apenas un cambio de sigla, un arreglo cosmético de las cúpulas para que el país siguiera seis años por la misma ruta económica y con el plus de la ilusión democrática, una farsa.
Por eso, precisamente por eso, el conflicto fue mínimo o no lo hubo, y por eso Fox desaprovechó el bono “democrático”: las tepocatas y las víboras prietas de las que habló alguna vez eran parte del discurso supuestamente duro contra el pasado, aunque ese pasado había sido en realidad lo que le dio entidad al presente foxista, su razón de ser. ¿Y qué pasado fue el pasado de Fox? No los casi setenta años consecutivos de gobierno priísta, sino los más recientes veinte, es decir, los años de De la Madrid, Salinas y Zedillo, los tres sexenios de la carnicería tecnócrata a la que se sumó el gobierno de Fox, en teoría distinto.
El partido en el poder cambió, el arreglo pudo caminar un rato, pero como en esencia era lo mismo, un gobierno de entraña insensible, produjo lo que viene produciendo el modelito: pobres, violencia, retrocesos, antidemocracia. El clímax del shock se dio en 2006, un año que demostró el poco margen de maniobra que ya tenía el régimen para transitar las vías ortodoxas de control. Fue el año de la guerra mediática y demoscópica. Si en otras ocasiones cayó el sistema, o se sembró el miedo con magnicidios, o se creo la fantasmagoría del cambio, en 2006 todo parecía perdido y se recurrió al expediente de la guerra de los espots. Muchos empresarios mexicanos, usufructuarios inmediatos de la riqueza nacional y defensores a ultranza de la continuidad, se sumaron ilegalmente a la granizada y al fin lograron imponer, con un margen de risa, su ganador. La diferencia fue tan escasa que olía nauseabundamente a ilegitimidad. Los métodos de legitimación los hemos estado viendo en los más recientes años, saltan a la vista.
Ahora bien, volvamos al principio: el PRI postula un regreso (no dicen que al pasado porque la palabra “pasado” no goza de prestigio, pero eso nomás la insinúan); el PAN sostiene que el presente debe continuar, que, contra lo que dijo el poeta, no todo tiempo pasado fue mejor. El caso es que para algunos, entre los que me cuento, el pasado y el presente son la misma gata, pero revolcada. Por ello, en resumen, para ciertos mexicanos quizá haya sólo dos sopas: el pasado y el futuro. Tal vez, aunque vale aclarar que el futuro tiene la desventaja de que es lo único conjetural, a lo mucho un modesto sueño.