Quise hacerlo ayer, pero comienzo aquí mi rosario decembrino de reseñas bibliográficas; espero que sean al menos diez. Comentaré, como lo he hecho en diciembres pasados, algunos de los libros que leí durante el año y a los que por alguna razón no les pude dedicar unas palabras. Procedo.
El arte de perdurar, ensayo de Hugo Hiriart, se suma a los afortunados libros (Galaor, Disertación sobre las telarañas, Sobre la naturaleza de los sueños) que le debemos a este autor nacido en la Ciudad de México hacia 1942. No sé si sea el mejor, pero me parece que es necesario contarlo entre los más destacados y por ello recomendarlo a quienes se hayan planteado alguna vez el tema de la supervivencia literaria, es decir, la misteriosa razón por la que un escritor (o su obra, mejor dicho) sobrevive o desaparece definitivamente tras su muerte.
Lo publicó Almadía (2010, 159 pp.) en una de sus bellas colecciones, ésas que en cada libro complementan el forro con una camisa de cartulina y un lúdico suaje o troquel. Con una prosa que no dudo en calificar de exquisita, Hiriart reflexiona en el tono del ensayo clásico, es decir, amable, relajado, culto, sobre la idea de la perduración que en general sueñan los artistas sin que esto signifique convertirla en tema visible en sus conversaciones o escritos. En los renglones de tanteo, también a la manera del ensayo a la Montaigne, el escritor mexicano expone el tema de su libro: “… pese a estar tan presente en los sueños íntimos del escritor, el tema de la perduración ha merecido poca atención directa de la crítica. Indirecta sí: las historias de la literatura son, en parte, sobre eso. Se juzga de mal gusto hablar sobre la trascendencia, el tema es irritante, tal vez, hasta de mal agüero, y se le escamotea. (…) Nosotros no. El tema de este ensayo es el de la perduración literaria”.
Para acercarse a su objeto auscultado, Hiriart apela a dos ejemplos mayúsculos: Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, y parte de una pregunta: “¿Por qué Borges alcanzó una gloria literaria que le ha sido negada a Reyes?” A partir de allí comienza la indagación, trabajo de suyo difícil si consideramos que la materia observada es harto tenue, intangible, un fantasma que debe ser puesto bajo la lupa.
Por allí, en la página 24, Hiriart cita unas palabras de Cardoza y Aragón: “La fama es indescifrable. Ya quisiera llegar yo a perdurar, no con un libro entero, sino con un poema, y hasta con un verso”. Pues bien, Hiriart despliega su mirada para tratar de descifrar, con las prosas de Borges y Reyes como conejillos, el porqué de una fama y el porqué de una no-fama, o al menos de una fama parcial, menor la del mexicano si es comparada con la del argentino.
La exploración es apretada, tanto que no tiene desperdicio. Del regiomontano destaca lo que sigue: “Reyes está disperso en la delicada orfebrería de sus pequeñas obras maestras. A mí me basta con ellas. El problema aparece cuando quiero trasmitir ese entusiasmo (…) Reyes es muchos y no es posible hallar el uno que los unifique”. Esta característica, la oceánica diversidad de la obra alfonsina, impide construir una imagen única que apuntale, según Hiriart, la perduración. Otro rasgo destacable en Reyes es su hiperracionalidad; por su estilo, por sus temas, por su índole, “no podía acceder con soltura a lo irracional e informe”, la zona oscura que es o ha sido parte esencial del arte.
Al contrario, Hiriart destaca en Borges el reverso de las dos monedas; hay una posibilidad de percibirlo a partir de su obsesión por los detalles: “Me asombra que Borges haya descubierto desde tan joven una de las claves de su modo literario de madurez, a saber, reducirse a lo particular, evitar al máximo lo discursivo y saltar de sentencia en sentencia, de ejemplo brillante en ejemplo brillante, de noticia en noticia. Borges es como un orfebre que va engarzando joyas”. Asimismo, “Borges no es como Reyes, cortés y civilizado: Borges es arbitrario, iconoclasta e imperioso”. Grosso modo, de una manera correteada, eso es parte de lo que sostiene Hiriart, pero más vale hincarle el ojo a toda la brillante exposición; en sustancia sirve para valorar la perdurabilidad en las letras y, por qué no, en todas las demás artes, pues en cualquier disciplina es un deseo confeso o inconfeso del creador.
“El arte de perdurar” es, pues, el ya sobrevolado ensayo que da título al libro, y el más largo. Hay al final ocho ensayos más, todos imperdibles (sobre Rubens, Velázquez, Cervantes…). Hugo Hiriart siempre trae jiribilla, y en este libro no fue la excepción.