No hay que olvidarlo, pues al menos en parte allí está la matriz del actual desorden. Me refiero al cinismo con el que Vicente Fox ha venido hablando, pizca tras pizca, sobre su actuación en las elecciones de 2006. No es, de hecho, tan sorpresivo, pues durante este sexenio rojo el ex mandatario ha jugado con el score para declarar aquí y allá que, como todos lo vimos, participó abiertamente en el bloqueo contra López Obrador y favoreció al actual inquilino de Palacio Nacional. Pues bien, la sorpresa no está en la declaración, sino en la recepción cada vez más relajada de esas opiniones espesas de cinismo y gravedad.
Al expresarse así, Fox no sólo pulveriza retrospectivamente lo poco que pudiera quedarle de dignidad a su espeluznante sexenio, sino que se lleva entre las patas al actual, o sea, hace papilla los diez años del “cambio” pues nos habla de su esencial antidemocratismo y de su brutal actuación en un proceso tan viciado que a la fecha tiene a México de espaldas en la lona. No es una poquedad que alguien como él, identificado como ningún otro con un punto de inflexión histórico (el 2000) en la vida de nuestra república, diga lo que diga con la desfachatez con la que lo enuncia.
Decir que cargó los dados contra López Obrador en la contienda electoral de 2006 (según nota de La Opinión de ayer firmada por Daniel Venegas) es revelar una vez más el grotesco acuerdo cuyas consecuencias están a la vista. Nomás en materia de violencia, más de treinta mil muertos, pues la decisión de emprender una guerra contra la delincuencia fue tomada unilateralmente por un gobierno, el actual, cuyo poder se debe, entre otros, a otro gobierno que jugó descaradamente chueco y hoy, ya sin tapujos ni reservas para cuidar las formas, exhibe a todos los vientos que cargó dados para que cambiara el jinete, pero no el caballo, como declaró en otro momento el mismo desvergonzado ranchero.
Por supuesto, las expediciones verbales de Fox son punitivas. Lo han sido así durante el sexenio, pues todos sabemos que el calderonismo no le simpatizó nunca y lo ha mantenido amagado con frases como la de los dados. Ahora, por lo de Manuel Espino, su alfil, Fox ventila de nuevo el mismo petate que lo hace superior al actual gobierno federal: él sabe que para aplacar cualquier conato de insubordinación calderonista sólo es necesario recordar en los medios cómo llegó el michoacano a donde está. Ese es el espíritu de la expresión “cargué los dados”, enredar más y más y más a su sucesor en la maraña de la ilegitimidad.
El arreglo de 2006 fue tan burdo que no lo vieron ni lo creyeron sólo quienes por odio al candidato que según los empresarios era un peligro para México prefirieron una acción crasamente antidemocrática en vez de un presidente para ellos poco simpático y “populista”. Lamentablemente, el arreglo quedó tan mal prendido con visibles alfileres que se ha sostenido de milagro, cada vez con menos muestras de aguante hasta el cierre del sexenio. Ahora, ya en el pista electoral hacia el 2012, ese convenio en lo oscurito y sin satisfacción plena de las partes seguramente tronará. Lo que hasta ahora ha mostrado Fox es apenas un adelanto de lo que veremos al desnudo cuando ya sea inevitable desactivar al enemigo en la lucha por imponer candidaturas.
Si en su momento la actuación de Fox sirvió para frenar a López Obrador, las declaraciones (“Pues claro que sí, en lo que pude, claro que sí [cargó los dados contra AMLO], y es democrático; por eso lo digo yo y lo dije: fue un segundo triunfo para mí (…) y hablando de ellos [sus principios] como lo hago hoy con la misma pasión y la misma convicción; que todo ese rollo de la demagogia y el populismo, no funcionan”) ahora desmadejan a Felipe Calderón, su permanente rival. Visto así, el tosco Fox resultó dueño de una inteligencia maquiavélica: frenó al “populista” en 2006 y le amarró las manos al llamado “espurio” para 2012. El tiempo habrá de comprobar que el arreglo culminará en un desastre, pues en política los acuerdos deben ser perfectos, si quieren durar. Cualquier fisura, cualquier mínimo defecto o inconformidad de cualquiera de las partes concluye en pleito de (como decían los antiguos cronistas deportivos) pronóstico reservado. Ya lo veremos.
Al expresarse así, Fox no sólo pulveriza retrospectivamente lo poco que pudiera quedarle de dignidad a su espeluznante sexenio, sino que se lleva entre las patas al actual, o sea, hace papilla los diez años del “cambio” pues nos habla de su esencial antidemocratismo y de su brutal actuación en un proceso tan viciado que a la fecha tiene a México de espaldas en la lona. No es una poquedad que alguien como él, identificado como ningún otro con un punto de inflexión histórico (el 2000) en la vida de nuestra república, diga lo que diga con la desfachatez con la que lo enuncia.
Decir que cargó los dados contra López Obrador en la contienda electoral de 2006 (según nota de La Opinión de ayer firmada por Daniel Venegas) es revelar una vez más el grotesco acuerdo cuyas consecuencias están a la vista. Nomás en materia de violencia, más de treinta mil muertos, pues la decisión de emprender una guerra contra la delincuencia fue tomada unilateralmente por un gobierno, el actual, cuyo poder se debe, entre otros, a otro gobierno que jugó descaradamente chueco y hoy, ya sin tapujos ni reservas para cuidar las formas, exhibe a todos los vientos que cargó dados para que cambiara el jinete, pero no el caballo, como declaró en otro momento el mismo desvergonzado ranchero.
Por supuesto, las expediciones verbales de Fox son punitivas. Lo han sido así durante el sexenio, pues todos sabemos que el calderonismo no le simpatizó nunca y lo ha mantenido amagado con frases como la de los dados. Ahora, por lo de Manuel Espino, su alfil, Fox ventila de nuevo el mismo petate que lo hace superior al actual gobierno federal: él sabe que para aplacar cualquier conato de insubordinación calderonista sólo es necesario recordar en los medios cómo llegó el michoacano a donde está. Ese es el espíritu de la expresión “cargué los dados”, enredar más y más y más a su sucesor en la maraña de la ilegitimidad.
El arreglo de 2006 fue tan burdo que no lo vieron ni lo creyeron sólo quienes por odio al candidato que según los empresarios era un peligro para México prefirieron una acción crasamente antidemocrática en vez de un presidente para ellos poco simpático y “populista”. Lamentablemente, el arreglo quedó tan mal prendido con visibles alfileres que se ha sostenido de milagro, cada vez con menos muestras de aguante hasta el cierre del sexenio. Ahora, ya en el pista electoral hacia el 2012, ese convenio en lo oscurito y sin satisfacción plena de las partes seguramente tronará. Lo que hasta ahora ha mostrado Fox es apenas un adelanto de lo que veremos al desnudo cuando ya sea inevitable desactivar al enemigo en la lucha por imponer candidaturas.
Si en su momento la actuación de Fox sirvió para frenar a López Obrador, las declaraciones (“Pues claro que sí, en lo que pude, claro que sí [cargó los dados contra AMLO], y es democrático; por eso lo digo yo y lo dije: fue un segundo triunfo para mí (…) y hablando de ellos [sus principios] como lo hago hoy con la misma pasión y la misma convicción; que todo ese rollo de la demagogia y el populismo, no funcionan”) ahora desmadejan a Felipe Calderón, su permanente rival. Visto así, el tosco Fox resultó dueño de una inteligencia maquiavélica: frenó al “populista” en 2006 y le amarró las manos al llamado “espurio” para 2012. El tiempo habrá de comprobar que el arreglo culminará en un desastre, pues en política los acuerdos deben ser perfectos, si quieren durar. Cualquier fisura, cualquier mínimo defecto o inconformidad de cualquiera de las partes concluye en pleito de (como decían los antiguos cronistas deportivos) pronóstico reservado. Ya lo veremos.