Luego del reconocimiento que el jueves pasado organizamos para Saúl Rosales hubo en el Festival del libro y la lectura una mesa sobre poesía en tiempos de crisis. La compartieron los jóvenes escritores Gerardo Monroy, Daniel Maldonado y Jacobo Tafoya; como moderador estuvo, nada mal si consideramos que no rebasa los veinte años, el periodista Luis Alberto López García. Al oírlos no pude no pensar en lo bien articulada que puede estar la mente de un muchacho cuando lee y, si es posible, cuando escribe. Los cuatro que compartían la mesa hablaban bien, hacían afirmaciones inteligentes, con soltura e información. Divagador empedernido, en un rato me fui de la exposición y redacté en la mente este elogio de los jóvenes literarios laguneros, pues creo que entre los setenta y ochenta nació la generación que confirmará a La Laguna, a Torreón principalmente, como la sede de la mejor y más abundante literatura escrita en Coahuila y en Durango.
No sé a qué se deba el fenómeno, pero según mis cálculos La Laguna (insisto que sobre todo Torreón) es cuna de muchos buenos escritores. Por ahora aparto a los que ya pasaron hace rato los cuarenta y tantos años. Me detengo a pensar en los que tienen algo así como 35 más o (mucho) menos. Son numerosos los que, más allá del reconocimiento público, tienen una obra valiosa y prometen ampliarla.
En mi improvisada lista no sólo están los citados Monroy, Maldonado y Tafoya, quienes sin duda han trabajado en serio para afinar el talento que ya de por sí les fue dado de nacencia. Monroy, oriundo de Monterrey pero habituado al polvo lagunero, es un caso raro de poeta con inquietudes políticas que en estos tiempos parecen extintas: es un radical de izquierda; lo he seguido de cerca como conferencista y sus dotes lo hacen parecer más grande de lo que es. Maldonado, por su parte, es un poeta y prosista exquisito y no por ello artepurista; declara que le debe a Saúl la adopción de su postura crítica, y no es falso. A Tafoya, más jóven que los otros dos, lo conozco menos, pero lo poco que alguna vez leí en su blog me permitió considerarlo una fresca posibilidad de escritor.
A estos escritores es posible sumar un contingente grueso, de ahí que podamos afirmar lo que afirmé al principio: que La Laguna tiene varios treintañeros ya sobresalientes para menear la pluma. Pienso en los hermanos Viz y Frino, es decir, Vicente Alfonso y Toño Rodríguez, acaso los gemelos más cotizados de la literatura mexicana; juntos pero no revueltos han ganado premios nacionales, han publicado en numerosas revistas y, lo más importante, han visto caminar sus obras en editoriales con presencia en todo el país.
No son tantas las mujeres que se unen a este grupo, pues las más productivas se ubican en una o dos generaciones anteriores, la de Angélica López Gándara, Lidia Acevedo, Yolanda Natera, Magda Madero o Rosa Gámez y Dolores Díaz Rivera, entre otras. Sus más jóvenes y destacadas colegas son, creo, la poeta Ivonne Gómez Ledesma y Yazmín Chavarría, aunque todavía las siento un tanto indecisas a la hora de buscar publicaciones. Al contrario, son muchos los hombres que abultan el desfile: los dos Carlos terribles de la literatura lagunera, Reyes y Velázquez. El primero es uno de los más disciplinados para escribir, publicar y encontrar foros de expresión, y el segundo sigue firme en el afianzamiento de una narrativa lingüísticamente experimental y desmadrosa. Ambos han logrado que sus libros circulen por todo el país gracias a editoriales como Tierra Adentro y Sexto Piso, lo que no es poco decir.
No olvido que también nacieron en los setenta algunos escritores que nunca dejaré de sentir cerca pues me acompañaron en un fascinante y largo viaje por el taller literario de la UIA Laguna. Miguel Báez Durán, quien vive en Montreal pero no deja de estar aquí, es un narrador y ensayista sumamente bien formado y, a las pruebas me remito, el mejor crítico de cine que hemos tenido en La Laguna al menos en los años recientes. Daniel Lomas, un sujeto marginal y chingón al que presumo como espléndido poeta y narrador, tiene dos o tres libros inéditos que desde ya son a mi juicio ineludibles. Daniel Herrera, quien comenzó su carrera vuelto loco por Bukowski, ha crecido como cuentista gracias a su empeño lector y a que la vida lo puso frente a la vida. Enrique Sada, también de este paquete, hace muy digna poesía y maneja el ensayo literario e histórico con soltura. Salvador Sáenz, de Matamoros, ya tiene dos libros que cuando encuentren editor lo pondrán de golpe entre los prometedores.
Es obvio que olvido a varios en esta lista (cómo no: a Édgar Valencia). No es un censo exhaustivo, sino un boceto para comprobar que en efecto tenemos jóvenes escritores ya formados (casi autoformados), lo que alegra si pensamos que no es nuestra región una Meca de las artes o algo parecido. Me alegra saber, por otro lado, que viene en marcha otro tumulto, el que ronda los talleres de Saúl Rosales, el de Gerardo Monroy y el que se mueve tanto en la Escuela de Escritores que dirige Teresa Muñoz como el que cursa el diplomado en literatura ofrecido por la Dirección Municipal de Cultura.
Uno de los jóvenes escritores que sin vacilación hay que instalar entre los mencionados es Alfredo Loera. Nació en Torreón en 1983, estudió contabilidad y finanzas y egresó del diplomado de la Escuela de Escritores de La Laguna. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en la Ciudad de México y a su corta edad publicó Fuegos fatuos, libro de cuentos que hoy a las siete de la tarde presentaré junto a él y Ruth Castro en el Festival del libro y la lectura cuya sede es la Galería anexa al TIM. Loera y los bastantes enumerados me llevan a pensar que entre lo mucho malo que nos ha pasado últimamente en La Laguna, hay algo bueno, muy bueno: nuestra joven literatura.
No sé a qué se deba el fenómeno, pero según mis cálculos La Laguna (insisto que sobre todo Torreón) es cuna de muchos buenos escritores. Por ahora aparto a los que ya pasaron hace rato los cuarenta y tantos años. Me detengo a pensar en los que tienen algo así como 35 más o (mucho) menos. Son numerosos los que, más allá del reconocimiento público, tienen una obra valiosa y prometen ampliarla.
En mi improvisada lista no sólo están los citados Monroy, Maldonado y Tafoya, quienes sin duda han trabajado en serio para afinar el talento que ya de por sí les fue dado de nacencia. Monroy, oriundo de Monterrey pero habituado al polvo lagunero, es un caso raro de poeta con inquietudes políticas que en estos tiempos parecen extintas: es un radical de izquierda; lo he seguido de cerca como conferencista y sus dotes lo hacen parecer más grande de lo que es. Maldonado, por su parte, es un poeta y prosista exquisito y no por ello artepurista; declara que le debe a Saúl la adopción de su postura crítica, y no es falso. A Tafoya, más jóven que los otros dos, lo conozco menos, pero lo poco que alguna vez leí en su blog me permitió considerarlo una fresca posibilidad de escritor.
A estos escritores es posible sumar un contingente grueso, de ahí que podamos afirmar lo que afirmé al principio: que La Laguna tiene varios treintañeros ya sobresalientes para menear la pluma. Pienso en los hermanos Viz y Frino, es decir, Vicente Alfonso y Toño Rodríguez, acaso los gemelos más cotizados de la literatura mexicana; juntos pero no revueltos han ganado premios nacionales, han publicado en numerosas revistas y, lo más importante, han visto caminar sus obras en editoriales con presencia en todo el país.
No son tantas las mujeres que se unen a este grupo, pues las más productivas se ubican en una o dos generaciones anteriores, la de Angélica López Gándara, Lidia Acevedo, Yolanda Natera, Magda Madero o Rosa Gámez y Dolores Díaz Rivera, entre otras. Sus más jóvenes y destacadas colegas son, creo, la poeta Ivonne Gómez Ledesma y Yazmín Chavarría, aunque todavía las siento un tanto indecisas a la hora de buscar publicaciones. Al contrario, son muchos los hombres que abultan el desfile: los dos Carlos terribles de la literatura lagunera, Reyes y Velázquez. El primero es uno de los más disciplinados para escribir, publicar y encontrar foros de expresión, y el segundo sigue firme en el afianzamiento de una narrativa lingüísticamente experimental y desmadrosa. Ambos han logrado que sus libros circulen por todo el país gracias a editoriales como Tierra Adentro y Sexto Piso, lo que no es poco decir.
No olvido que también nacieron en los setenta algunos escritores que nunca dejaré de sentir cerca pues me acompañaron en un fascinante y largo viaje por el taller literario de la UIA Laguna. Miguel Báez Durán, quien vive en Montreal pero no deja de estar aquí, es un narrador y ensayista sumamente bien formado y, a las pruebas me remito, el mejor crítico de cine que hemos tenido en La Laguna al menos en los años recientes. Daniel Lomas, un sujeto marginal y chingón al que presumo como espléndido poeta y narrador, tiene dos o tres libros inéditos que desde ya son a mi juicio ineludibles. Daniel Herrera, quien comenzó su carrera vuelto loco por Bukowski, ha crecido como cuentista gracias a su empeño lector y a que la vida lo puso frente a la vida. Enrique Sada, también de este paquete, hace muy digna poesía y maneja el ensayo literario e histórico con soltura. Salvador Sáenz, de Matamoros, ya tiene dos libros que cuando encuentren editor lo pondrán de golpe entre los prometedores.
Es obvio que olvido a varios en esta lista (cómo no: a Édgar Valencia). No es un censo exhaustivo, sino un boceto para comprobar que en efecto tenemos jóvenes escritores ya formados (casi autoformados), lo que alegra si pensamos que no es nuestra región una Meca de las artes o algo parecido. Me alegra saber, por otro lado, que viene en marcha otro tumulto, el que ronda los talleres de Saúl Rosales, el de Gerardo Monroy y el que se mueve tanto en la Escuela de Escritores que dirige Teresa Muñoz como el que cursa el diplomado en literatura ofrecido por la Dirección Municipal de Cultura.
Uno de los jóvenes escritores que sin vacilación hay que instalar entre los mencionados es Alfredo Loera. Nació en Torreón en 1983, estudió contabilidad y finanzas y egresó del diplomado de la Escuela de Escritores de La Laguna. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en la Ciudad de México y a su corta edad publicó Fuegos fatuos, libro de cuentos que hoy a las siete de la tarde presentaré junto a él y Ruth Castro en el Festival del libro y la lectura cuya sede es la Galería anexa al TIM. Loera y los bastantes enumerados me llevan a pensar que entre lo mucho malo que nos ha pasado últimamente en La Laguna, hay algo bueno, muy bueno: nuestra joven literatura.
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Nota del editor: la imagen que encabeza este post (que he titulado Gazapo) es un trabajo en papel realizado por mi hija Aitana cuando tenía siete años.