Leo con frecuencia las notas de Jesús Alejo en La Opinión; las escribe en la capital y llegan como parte del material que luego se integra a los periódicos de Milenio en todo el país. Ayer, con la cabeza “48% de la población, ‘poco o nada’ interesado en cultura”, Alejo compartió la información presentada por Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, sobre la Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales 2010.
Entre otros resultados, el trabajo de Alejo destaca lo que arrojó la encuesta a la pregunta ¿Qué tan interesado está por lo que pasa en la cultura o en las actividades culturales? “48 por ciento de los encuestados respondió que ‘Poco o Nada’, mientras 47 por ciento dijo estar ‘muy o algo interesado’”.
Vale detenerse en esos porcentajes y pensar un poco en lo que pueden significar. De entrada, es inevitable pensar que se trata de una respuesta demasiado plana. Presuponemos que la “cultura” a la que se refiere la pregunta es la que en general promueve el Conaculta y todos los demás cientos de instancias dedicados a lo mismo en el país. ¿Lo entendían así los encuestados? ¿Sabían que les estaban preguntando por conciertos de jazz o clásica, por exposiciones de pintura, por conferencias, por obras de teatro, por cineclubes y todo eso, o también asociaron la pregunta a cualquier concierto de palenque o exhibición fílmica de estreno en la sala vip? Lo pregunto porque el porcentaje de interesados (“muy o algo interesado”) me parece demasiado alto para lo que en la práctica he podido apreciar no sólo en La Laguna, sino en otras partes del país a donde he concurrido como participante en el área de literatura. En general veo interés en las ferias o en los festivales, pero es obvio que no se trata del 47% de la población. En otros términos, en una encuesta declaran que están “muy” o “algo” interesados, pero en la práctica no asisten a las actividades que ofrecen las instancias culturales de cada región. En este sentido, es más que evidente una realidad: el disfrute de las actividades artísticas en este país es asunto de una inmensa minoría, así que las cuentas alegres de cualquier funcionario o de cualquier encuesta dejan de serlo cuando las contrastamos con la realidad. Por las razones que sean, México sigue siendo un país dominado por el desinterés cultural aunque la mitad de nuestros paisanos declare (sólo declare) “interés” en esto.
El estudio, puntualiza Alejo, “se desarrolló en las 32 entidades del país, con más de 32 mil entrevistas realizadas cara a cara entre el 24 de julio y el 5 de agosto, basado en una encuesta similar efectuada en 2003”. Allí se detectó además que “las nuevas tecnologías empiezan a transformar los hábitos de prácticas y consumos culturales de los mexicanos, según quedó demostrado. La aparición de nuevos formatos, desde el iPhone, los iPad o los lectores digitales, además de la posibilidad de bajar películas y música con mayor facilidad que en el pasado, tiene una gran influencia en los resultados de la encuesta”. Suena lógico aquí sí, aunque también debemos añadir que las afluencias de público se han visto mermadas, y todavía se ven, por el clima de inseguridad que en general nos ha golpeado.
El mismo espacio que sirvió para la presentación de esos resultados fue usado para que Consuelo Sáizar hablara sobre el Atlas de Infraestructura Cultural de México y el Libro de las Instituciones Culturales. “Entre la encuesta de cómo estamos en 2010 y la infraestructura que nos proporciona el Atlas, podremos hacer análisis para saber en qué estados se requiere abrir más librerías, más bibliotecas, cómo están los museos. Vamos a poder empatar todos los datos con los requerimientos de la sociedad”, expuso la presidenta del Conaculta. Pues bien, esto nos permite abrigar esperanzas de que allí esté incluida, visible, la pobreza casi de lágrima que padecen Lerdo y Gómez Palacio en relación a la infraestructura cultural. ¿En algún punto del Atlas se podrá apreciar que esos municipios de Durango tienen más de tres décadas sin crecimiento en su infraestructura de museos, teatros, auditorios y espacios para la formación artística? Si sí, ¿habrá en consecuencia algún proyecto federal, estatal o municipal que por fin subsane esa indigencia? Ojalá que sí, porque entonces se podría empatar el mapeo proporcionado por el Atlas con la necesidad ya imperativa, impostergable, de añadir a Gómez y a Lerdo un poco más de ladrillos para el trabajo cultural. Torreón ha crecido mucho en este aspecto. Sus hermanos de la zona “metropolitana” lagunera no pueden esperar más. Espero que el Atlas les haya noticiado el terrible faltante.
Entre otros resultados, el trabajo de Alejo destaca lo que arrojó la encuesta a la pregunta ¿Qué tan interesado está por lo que pasa en la cultura o en las actividades culturales? “48 por ciento de los encuestados respondió que ‘Poco o Nada’, mientras 47 por ciento dijo estar ‘muy o algo interesado’”.
Vale detenerse en esos porcentajes y pensar un poco en lo que pueden significar. De entrada, es inevitable pensar que se trata de una respuesta demasiado plana. Presuponemos que la “cultura” a la que se refiere la pregunta es la que en general promueve el Conaculta y todos los demás cientos de instancias dedicados a lo mismo en el país. ¿Lo entendían así los encuestados? ¿Sabían que les estaban preguntando por conciertos de jazz o clásica, por exposiciones de pintura, por conferencias, por obras de teatro, por cineclubes y todo eso, o también asociaron la pregunta a cualquier concierto de palenque o exhibición fílmica de estreno en la sala vip? Lo pregunto porque el porcentaje de interesados (“muy o algo interesado”) me parece demasiado alto para lo que en la práctica he podido apreciar no sólo en La Laguna, sino en otras partes del país a donde he concurrido como participante en el área de literatura. En general veo interés en las ferias o en los festivales, pero es obvio que no se trata del 47% de la población. En otros términos, en una encuesta declaran que están “muy” o “algo” interesados, pero en la práctica no asisten a las actividades que ofrecen las instancias culturales de cada región. En este sentido, es más que evidente una realidad: el disfrute de las actividades artísticas en este país es asunto de una inmensa minoría, así que las cuentas alegres de cualquier funcionario o de cualquier encuesta dejan de serlo cuando las contrastamos con la realidad. Por las razones que sean, México sigue siendo un país dominado por el desinterés cultural aunque la mitad de nuestros paisanos declare (sólo declare) “interés” en esto.
El estudio, puntualiza Alejo, “se desarrolló en las 32 entidades del país, con más de 32 mil entrevistas realizadas cara a cara entre el 24 de julio y el 5 de agosto, basado en una encuesta similar efectuada en 2003”. Allí se detectó además que “las nuevas tecnologías empiezan a transformar los hábitos de prácticas y consumos culturales de los mexicanos, según quedó demostrado. La aparición de nuevos formatos, desde el iPhone, los iPad o los lectores digitales, además de la posibilidad de bajar películas y música con mayor facilidad que en el pasado, tiene una gran influencia en los resultados de la encuesta”. Suena lógico aquí sí, aunque también debemos añadir que las afluencias de público se han visto mermadas, y todavía se ven, por el clima de inseguridad que en general nos ha golpeado.
El mismo espacio que sirvió para la presentación de esos resultados fue usado para que Consuelo Sáizar hablara sobre el Atlas de Infraestructura Cultural de México y el Libro de las Instituciones Culturales. “Entre la encuesta de cómo estamos en 2010 y la infraestructura que nos proporciona el Atlas, podremos hacer análisis para saber en qué estados se requiere abrir más librerías, más bibliotecas, cómo están los museos. Vamos a poder empatar todos los datos con los requerimientos de la sociedad”, expuso la presidenta del Conaculta. Pues bien, esto nos permite abrigar esperanzas de que allí esté incluida, visible, la pobreza casi de lágrima que padecen Lerdo y Gómez Palacio en relación a la infraestructura cultural. ¿En algún punto del Atlas se podrá apreciar que esos municipios de Durango tienen más de tres décadas sin crecimiento en su infraestructura de museos, teatros, auditorios y espacios para la formación artística? Si sí, ¿habrá en consecuencia algún proyecto federal, estatal o municipal que por fin subsane esa indigencia? Ojalá que sí, porque entonces se podría empatar el mapeo proporcionado por el Atlas con la necesidad ya imperativa, impostergable, de añadir a Gómez y a Lerdo un poco más de ladrillos para el trabajo cultural. Torreón ha crecido mucho en este aspecto. Sus hermanos de la zona “metropolitana” lagunera no pueden esperar más. Espero que el Atlas les haya noticiado el terrible faltante.