Lo he visto tres veces, las tres en 2005. Nunca hice la crónica de esos “encuentros”, la debo todavía, eso porque a veces guardo tales anécdotas para evitar suspicacias de fanfarronería. He entrecomillado “encuentros” porque, obviamente, no lo fueron en sentido estricto. Digamos que sólo una vez conversé con él, y eso durante cinco distraídos minutos, en San Luis Potosí. Innegablemente, es una vacotota sagrada, una especie de rock star sin greñas ni guitarra eléctrica. La muchedumbre lo sigue, lo aclama, lo abuchea. Es un tipo famosísimo, uno de los pocos sujetos que gozan de popularidad casi hollywoodense pese a dedicarse a las letras.
Pues bien, cuando lo escuché en la FIL 2005 se aventó, como siempre, varias apantalladoras exposiciones sobre literatura, solo o en mesas redondas. Estuvo perro. Eran tiempos preelectorales, la política mexicana andaba muy caldeada, y no faltó que a la hora de las preguntas saliera el tema de López Obrador, el populismo, la izquierda y el proceso electoral. Por supuesto, sin información fresca, dejándose llevar por la inercia de sus ideas, nomás le faltó decir, textual, que AMLO era “un peligro para México”. Por supuesto, su posición, y la de quien sea, es respetable, pero allí me pareció sumamente desinformado sobre lo que ocurría en nuestro país, pues con toda tranquilidad asoció la figura de López Obrador a la de Hugo Chávez, como si fueran exactamente lo mismo y como si no hubiera condiciones históricas distintas en Venezuela y México. O sea, la consigna en aquel momento era advertir sobre los peligros del neopopulismo, como si los gobiernos que dicen no serlo en realidad no fueran, poco o mucho, populistas.
Y bueno, ya sabemos lo demás, llegó el 2 de julio de 2006 y todo eso. Poco después, en diciembre de aquel año, con un populismo fuera de toda tranca, el flamante gobierno federal mexicano emprendió una cruzada desorganizada contra el crimen organizado. El resultado, ya lo sabemos también, es reprobatorio: más de 17 mil muertos entre culpables e inocentes y un clima de zozobra que seguramente dejará traumas emocionales en la población, sobre todo en los niños que, al no tener referente sólido de lo que es la paz, creerán que la vida es esta cosa mugrienta en la que salir a la calle es tan peligroso como ir a una piñata celebrada en la selva.
Pese a los resultados, el gran narrador peruano no ha tenido empacho en opinar sobre lo que nos ocurre. Ayer, en La Opinión on line, leí un parrafito sobre el que no hallé más datos contextuales: “El escritor peruano Mario Vargas Llosa aseguró que la iniciativa del presidente Felipe Calderón ha sido muy valiente de enfrentar al narco de manera tan resuelta, ‘porque jugando al avestruz, mirando al otro lado, no se resuelve el problema, si acaso se alarga el estallido y podría venir en condiciones mucho peores que las actuales’”.
Por supuesto se trata de una opinión apresurada por alguna pregunta de banqueta. El narrador anduvo en el DF; vino a inaugurar la muestra Mario Vargas Llosa. La libertad y la vida, y allí hizo el comentario citado. No sobra pedir, a propósito, que para mejorar su dicho, para apuntalarlo en hechos reales, visite con calma Ciudad Juárez o Reynosa, por ejemplo, y como lo hizo con su hija Morgana, fotógrafa, escriba algo parecido a su libro Israel-Palestina. Paz o guerra santa (Aguilar, 2006). Estoy seguro que cambiaría su parecer sobre la guerra contra el narco que se libra en México sin resultados positivos a la vista.
Pues bien, cuando lo escuché en la FIL 2005 se aventó, como siempre, varias apantalladoras exposiciones sobre literatura, solo o en mesas redondas. Estuvo perro. Eran tiempos preelectorales, la política mexicana andaba muy caldeada, y no faltó que a la hora de las preguntas saliera el tema de López Obrador, el populismo, la izquierda y el proceso electoral. Por supuesto, sin información fresca, dejándose llevar por la inercia de sus ideas, nomás le faltó decir, textual, que AMLO era “un peligro para México”. Por supuesto, su posición, y la de quien sea, es respetable, pero allí me pareció sumamente desinformado sobre lo que ocurría en nuestro país, pues con toda tranquilidad asoció la figura de López Obrador a la de Hugo Chávez, como si fueran exactamente lo mismo y como si no hubiera condiciones históricas distintas en Venezuela y México. O sea, la consigna en aquel momento era advertir sobre los peligros del neopopulismo, como si los gobiernos que dicen no serlo en realidad no fueran, poco o mucho, populistas.
Y bueno, ya sabemos lo demás, llegó el 2 de julio de 2006 y todo eso. Poco después, en diciembre de aquel año, con un populismo fuera de toda tranca, el flamante gobierno federal mexicano emprendió una cruzada desorganizada contra el crimen organizado. El resultado, ya lo sabemos también, es reprobatorio: más de 17 mil muertos entre culpables e inocentes y un clima de zozobra que seguramente dejará traumas emocionales en la población, sobre todo en los niños que, al no tener referente sólido de lo que es la paz, creerán que la vida es esta cosa mugrienta en la que salir a la calle es tan peligroso como ir a una piñata celebrada en la selva.
Pese a los resultados, el gran narrador peruano no ha tenido empacho en opinar sobre lo que nos ocurre. Ayer, en La Opinión on line, leí un parrafito sobre el que no hallé más datos contextuales: “El escritor peruano Mario Vargas Llosa aseguró que la iniciativa del presidente Felipe Calderón ha sido muy valiente de enfrentar al narco de manera tan resuelta, ‘porque jugando al avestruz, mirando al otro lado, no se resuelve el problema, si acaso se alarga el estallido y podría venir en condiciones mucho peores que las actuales’”.
Por supuesto se trata de una opinión apresurada por alguna pregunta de banqueta. El narrador anduvo en el DF; vino a inaugurar la muestra Mario Vargas Llosa. La libertad y la vida, y allí hizo el comentario citado. No sobra pedir, a propósito, que para mejorar su dicho, para apuntalarlo en hechos reales, visite con calma Ciudad Juárez o Reynosa, por ejemplo, y como lo hizo con su hija Morgana, fotógrafa, escriba algo parecido a su libro Israel-Palestina. Paz o guerra santa (Aguilar, 2006). Estoy seguro que cambiaría su parecer sobre la guerra contra el narco que se libra en México sin resultados positivos a la vista.