Sé que muchos perciben con cierta vaguedad el oficio que desempeña el editor de un libro. No saben qué hace, por qué es necesario. Lo más común es que lo confundan con el impresor, aunque es verdad que en algunos casos el editor también puede ser impresor. Lo más frecuente, sin embargo, es que un editor no sea impresor, sino un sujeto que trabaja con un original para convertirlo en libro. Los grados de colaboración entre el autor y el editor pueden variar muchísimo, pero se supone que el editor está allí para cuidar detalles como tipografía, caja, interlínea, papel, portada, solapas y obviamente el contenido en sí del libro. Lo lee, lo revisa, sugiere cambios, extirpa dedazos o imprecisiones, cuida, en suma, el nacimiento del bebé. Y aprovechando la metáfora que me acaba de salir, el editor es una especie de ginecólogo bibliográfico, un médico especializado en cuidar partos de papel.
El editor es eso, y en las grandes ligas del mundo librero puede ser también un tipo dedicado a detectar autores, a vigilar la circulación de las obras, a provocar ruido publicitario, a configurar un catálogo que de alguna manera refleje sus inclinaciones intelectuales. Pues bien, un tipo que se dedica exactamente a eso es Jorge Herralde, capo del sello Anagrama. Editor famoso entre los famosos, Herralde es casi sinónimo de editor, un profesional que ha sabido combinar la necesidad de la ganancia con el buen gusto para construir un menú de títulos que es demandado por miles de lectores. Publicar en Anagrama es para muchos escritores, de hecho, lo mismo que para una modelo posar en Victoria’s Secret o para un futbolista jugar en el Barça.
Anagrama es Herralde y Herralde es Anagrama. Esa vinculación siamesa ha determinado que allí donde se encuentre un libro de Anagrama palpite el gusto y la decisión de su editor, y allí donde ande Herralde se tenga forzosamente que hablar del sello que él creó en 1969. El matrimonio acaba de cumplir cuarenta años y entre otros numerosos reconocimientos, Herralde fue agasajado en México con el libro El optimismo de la voluntad. Experiencias editoriales en América Latina. Lo publicó el FCE en la Colección Tezontle y su cáscara es una deliberada calca de los Compactos Anagrama.
El optimismo de la voluntad apiña cerca de cincuenta textos de Herralde ceñidos a diferentes géneros como el artículo, la conferencia, la memoria, la entrevista y el brindis. La mayoría, por no decir todos, fueron preparados para revistas o para ser leídos en público, por eso su tono fresco, ameno, regido por la intención de no provocar bostezos en los auditorios. El libro está dividido en seis secciones: México, Argentina, Chile, luego Perú-Colombia-Ecuador-Venezuela y Cuba, Textos complementarios y Títulos de autores latinoamericanos en Anagrama (1970-2008). En las primeras tres partes desfilan comentarios sobre los escritores latinoamericanos más publicados y seguidos por Anagrama, todos del eje mexicano-argentino-chileno, como Pitol, Monsiváis, Villoro, Piglia, Pauls, Lemebel y su indiscutible favorito: Bolaño.
La sección Textos complementarios sirve para acercarnos al meollo del quehacer editorial, a sus “leyes” y caprichos. Nos enteramos de los métodos que ha aplicado Herralde para lograr que, pese a los malos signos de los primeros años, Anagrama sea hoy una empresa cultural tan rentable como prestigiada por su catálogo. El optimismo de la voluntad es un recorrido por la casa de un editor que, justo es reconocerlo, ha cumplido con su vocación sin obedecer las órdenes severas del canibalismo editorial y el mercado de la moda bibliográfica. No por nada, en su prólogo, Juan Villoro denomina a Herralde el “optimista en la catástrofe”.