Le hinco el ojo por estos días a El optimismo de la voluntad. Experiencias editoriales en América Latina (Fondo de Cultura Económica, 2009), del editor Jorge Herralde. Como lo merece esta superestrella de la edición en español, se trata de un libro muy bien editado en la Colección Tezontle de nuestro querido Fondo. Su color terracota y su diseño imitan muy bien el aspecto de una de las colecciones más famosas de Anagrama, la de los Compactos; la gambeta es tan buena que cuando lo compré y vi el apellido Herralde en la portada, pensé que me llevaba a casa un libro más de Anagrama. Hasta que le tumbé el celofán advertí que era una edición mexicana que contiene apuntes, artículos, comentarios (o como queramos denominarlos) del quizá y sin quizá más famoso editor español, el capo de Anagrama.
Precedidos por una introducción de Villoro (“Un optimista en la catástrofe”, título que alude al fervor bibliográfico de un hombre en medio de las amenazas a la inteligencia y al buen gusto), los textos de Herralde vagan amenamente por los autores, los libros y los temas que han orbitado a su vera desde hace cuarenta años, los mismos años que tiene metido en la aventura editorial de uno de los sellos decisivos de nuestra lengua.
Como esto no es una reseña sino mi columna, no voy a detenerme ni siquiera de pasadita en todos los sabrosos recovecos del libro que homenajea las cuatro décadas de Herralde como hacedor de páginas. Tomo, por lo pronto, uno de sus breves apartados, el que tituló “Los cinco libros más significativos de Anagrama. Conferencia en Princeton”. Según la nota al pie, la conferencia era inédita hasta su inclusión en este libro, y la dictó el 28 de marzo de 2008. Al abrir el libro, fue de los primeros textos que atrajeron mi atención, pues si algo quiere saber uno de este editor de culto, es precisamente cuáles entre todos los cientos de libros que ha visto pasar frente a sus ojos son los que más respeta o a los que les atribuye mayor significación. Por supuesto, esas listas estrechas siempre darán lugar a incomodidades, sobre todo a quien las debe elaborar. En este caso, Herralde queda muy bien con cinco autores, pero se ha arriesgado a ser mal visto por los cientos que han quedado fuera del top five.
¿Y quiénes son los afortunados? Me da gusto saber que he leído y aprecio a cuatro de ellos, aunque yo no los conozca más de lo que merecen. La lista del anagrámico editor es la siguiente: Detalles, de Hans Magnus Ensenzberger; Lolita, de Vladimir Nabocov; Brooklyn Follies, de Paul Auster; El héroe de las mansardas de Mansard, de Álvaro Pombo y Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. El seleccionador se toma, además, la libertad de añadir un sexto: Ébano, de Ryszard Kapuscinski. De Ensenzberger y Pombo no tengo más que noticias generales, apenas quizá una idea vaga sobre su oficio; a los restantes los ubico mejor, pues los he leído y disfrutado a veces hasta en más de un libro. Nabocov, por ejemplo, sigue siendo un pícaro genial, uno de esos escritores que al entrar ya no salen y se convierten hasta en cuates, pese a que don Vladimir era algo así como un ogro lanzador de dardos irónicos contra el mundo entero. A Auster lo conozco un poco menos, pero aprecio confirmar por su editor en español que es uno de los actuales grandes del imperio; leí recién A salto de mata, crónica de un fracaso precoz y La habitación cerrada, y me encantaron. Ahora bien, pese a la fama centelleante de Bolaño no es uno de los que más me atraen, aunque Herralde tiene razón en colocar a Los detectives… en su lista de emblemáticos. En fin: tal vez no ando tan errado, pero cuánto falta por leer lo que ha leído el mago Herralde. Un mundo.
Precedidos por una introducción de Villoro (“Un optimista en la catástrofe”, título que alude al fervor bibliográfico de un hombre en medio de las amenazas a la inteligencia y al buen gusto), los textos de Herralde vagan amenamente por los autores, los libros y los temas que han orbitado a su vera desde hace cuarenta años, los mismos años que tiene metido en la aventura editorial de uno de los sellos decisivos de nuestra lengua.
Como esto no es una reseña sino mi columna, no voy a detenerme ni siquiera de pasadita en todos los sabrosos recovecos del libro que homenajea las cuatro décadas de Herralde como hacedor de páginas. Tomo, por lo pronto, uno de sus breves apartados, el que tituló “Los cinco libros más significativos de Anagrama. Conferencia en Princeton”. Según la nota al pie, la conferencia era inédita hasta su inclusión en este libro, y la dictó el 28 de marzo de 2008. Al abrir el libro, fue de los primeros textos que atrajeron mi atención, pues si algo quiere saber uno de este editor de culto, es precisamente cuáles entre todos los cientos de libros que ha visto pasar frente a sus ojos son los que más respeta o a los que les atribuye mayor significación. Por supuesto, esas listas estrechas siempre darán lugar a incomodidades, sobre todo a quien las debe elaborar. En este caso, Herralde queda muy bien con cinco autores, pero se ha arriesgado a ser mal visto por los cientos que han quedado fuera del top five.
¿Y quiénes son los afortunados? Me da gusto saber que he leído y aprecio a cuatro de ellos, aunque yo no los conozca más de lo que merecen. La lista del anagrámico editor es la siguiente: Detalles, de Hans Magnus Ensenzberger; Lolita, de Vladimir Nabocov; Brooklyn Follies, de Paul Auster; El héroe de las mansardas de Mansard, de Álvaro Pombo y Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. El seleccionador se toma, además, la libertad de añadir un sexto: Ébano, de Ryszard Kapuscinski. De Ensenzberger y Pombo no tengo más que noticias generales, apenas quizá una idea vaga sobre su oficio; a los restantes los ubico mejor, pues los he leído y disfrutado a veces hasta en más de un libro. Nabocov, por ejemplo, sigue siendo un pícaro genial, uno de esos escritores que al entrar ya no salen y se convierten hasta en cuates, pese a que don Vladimir era algo así como un ogro lanzador de dardos irónicos contra el mundo entero. A Auster lo conozco un poco menos, pero aprecio confirmar por su editor en español que es uno de los actuales grandes del imperio; leí recién A salto de mata, crónica de un fracaso precoz y La habitación cerrada, y me encantaron. Ahora bien, pese a la fama centelleante de Bolaño no es uno de los que más me atraen, aunque Herralde tiene razón en colocar a Los detectives… en su lista de emblemáticos. En fin: tal vez no ando tan errado, pero cuánto falta por leer lo que ha leído el mago Herralde. Un mundo.