sábado, febrero 27, 2010

Querido Jorge Méndez:



Ayer, Jorge querido, te fuiste de sorpresa, sin avisar ni nada. Como siempre, fuiste discreto, silencioso, sereno. Sabía que algo andaba mal con tu salud, pero jamás nos comunicaste un malestar a muchos de los que admiramos tu trabajo. Preferías, quizá, luchar solo, no fastidiar a nadie con quejas que, tú lo sabías bien, suelen parecer exageradas cuando se refieren a enfermedades. Ignoro qué fue lo que te robó la vida, Jorge, y no me interesa saberlo. Lo único que sé, amigo, es que fuiste desde que te conocí, allá por el 87, un trabajador inagotable de la cultura lagunera, uno de esos hermanos mayores que siempre tenían algo nuevo que ofrecer, sin desmayo, sin miedo a las carencias, sin perseguir la vulgaridad del éxito individual.
Jorge, alguna vez alcancé a decirte que admiraba tu trabajo, que aunque no nos viéramos mucho yo sabía siempre que en algún lugar de La Laguna andaba Jorge Méndez dirigiendo teatro o dando clases, luchando por el arte y la juventud de nuestra tierra. Para mí, desde que te entrevisté allá por el 88 y publiqué el diálogo en El Juglar, tabloide cultural de la UAdeC, eras el emblema del teatro universitario en la región. Nunca vi a nadie tan cerca, por vocación, de la enseñanza escénica es espacios universitarios; nunca vi a nadie que pudiera presumir tantos montajes y tantos jóvenes y escenógrafos y vestuaristas y músicos coordinados bajo tu mirada atenta y generosa. Cuánto te debemos, Jorge, cuánta infinidad de horas trabajaste con abnegación por el teatro más silencioso que se puede hacer, el universitario, el que orienta a cientos de jóvenes hacia la exploración de la naturaleza humana gracias al conocimiento y la materialización de la literatura en los escenarios.
Jorge, Jorge Méndez Garza, te veo hoy en el recuerdo y sólo conservo imágenes de esfuerzo y desprendimiento. Cómo no decir, por ejemplo, que tu pasión por el teatro llegaba tan lejos que sin aspavientos, con la mesura de todas tus acciones, pasaste del teatro en la universidad al teatro en las cárceles. Tu fe en la escena era tan grande que mientras todos solemos dar la espalda a la tragedia del encierro, tú, yendo y viniendo a los guetos de reclusión, brindabas tu acción directa a los que ya nadie quiere, a los que todos despreciamos porque sobreviven en la cárcel.
Tuve la fortuna, Jorge, y lo recuerdo más porque conservo las fotos, de haber viajado contigo hace pocos meses a México. E igual, fuiste un compañero de viaje sensato, conversador, animado, inteligente, medido en todo, cuidadoso de no caer en ninguna impertinencia. Nunca como en ese viaje de tres días platicamos más, nunca como en esas tardes de caminata sobre Reforma compartimos más ideas, más proyectos, más sueños y recuerdos. No olvido aquella charla en las jardineras de Bellas Artes, el asombro de nuestras almas provincianas ante la vorágine de la capital.
Jorge, amigo Jorge Méndez, ya es tarde para que lo vivas, pero creo que mereces un reconocimiento de todos los que te admiramos y quisimos; algo, lo que sea, que honre tu memoria y tu trabajo. Me apunto para pedir que la universidad a la que tanto serviste tenga un teatro con tu nombre. Esto que pienso hoy de ti, golpeado por tu partida, no es arranque ni sentimiento fortuito, pues hace un año, el 13 de febrero de 2009, dije sin atenuantes, contigo todavía entre nosotros, esto: “[Méndez] es uno de los mejores maestros de arte dramático en La Laguna y uno de los pocos que ha sostenido una carrera amplia, congruente y apegada al trabajo escénico con una dramaturgia humana, demasiado humana (…) es el director de teatro con el trabajo continuo más largo en la historia reciente del teatro lagunero”. Hoy, ya sin ti, lo sostengo y agradezco lo mucho que hiciste por la cultura lagunera.