viernes, febrero 19, 2010

Polvo rojo del travieso Daniel



Finalmente, los escritores son hijos de escritores. Nadie nace por generación espontánea, de la nada, como si brotara de una chistera. Así Daniel Herrera, quien desde muy joven (todavía lo es) se fue por el mal camino de los libros poco edificantes de Bukowski, de Fante, de Fadanelli y de todo aquel canijo escritor que no abrazó o abraza registros afines a la moral en uso. Si algo caracteriza a esos escritores generalmente afiliados por los editores en una cosa llamada “realismo sucio”, es precisamente el aroma a podrido que transpiran sus historias, la mezcolanza de fetideces que convocan en cada peripecia narrativa.
Soy de los que creen en la teoría del bufet, una teoría, por cierto, inventada por mí a propósito de mis antiguas necedades críticas. Dicha teoría propone que, como en esos servicios de restaurante llamados bufet, la literatura ofrece un amplio surtido de platillos. Que yo sepa, nadie hay en el mundo capaz de entrarle a todo, pues al que no le desagrada un preparado le disgusta otro. Así en la literatura: todos los escritores tienen derecho a estar, a vivir en el bufet, pero no todos los lectores tienen la obligación de consumirlos. ¿Gusta un poco de Nervo? No, gracias, odio los versos desgarrados y con demasiado sazón cursi. ¿Quiere probar el exquisito Fernando del Paso? No, lo siento, pero no me apetecen esas novelotas retorcidas. ¿Le apetece un Quevedito? No, jamás como nada rancio. ¿Qué tal un Monterroso? Bueno, pásemelo, soy un poco flojo para leer y por eso sí disfruto los textos breves. Así, como en esos platillos ejemplares, pasa con los autores de la literatura sucia, corriente que al abominar de la moral estándar se convierte en un moralismo de cuño inverso, como lo evidencia más de un cuento de, por caso, Pedro Juan Gutiérrez, el cubano que despotrica renglón tras renglón de las malpasadotas que se da en la isla.
Daniel Herrera ha venido leyendo, como hijo fiel, a sus dioses tutelares, todos aquellos escritores cercanos a la estética de la desestetización, si me perdonan el trabalenguas. Como sus maestros, Daniel descree de todo dogma, de todo sistema avalado por el poder, de todo signo reverenciado por la sociedad hincada ante el consumo. Sus personajes deambulan los pasillos de cada cuento como almas irónicas, burlonas, a veces siniestras y siempre a punto del vómito. No es, por ello, un escritor ad hoc para los lectores habituales de La Laguna. Su arte es un arte en registro desenfadado, insolente, a veces levemente timbrado de pedantería. Sus lectores están entonces entre, sobre todo, los jóvenes, quienes seguramente hallarán divertidas las delirantes aventuras creadas por Herrera en Polvo rojo (Ficticia-Ayuntamiento de Torreón, 2009), primer libro de cuentos de este autor y segundo de narrativa, ya que en 2005 publicó la novela Con las piernas ligeramente separadas.
Maestro y reseñista, Herrera ha conseguido armar en Polvo rojo un libro compacto, con idea de unidad. La prosa, la atmósfera de los relatos y sobre todo los temas son los comunes dominadores del conjunto. Llama la atención que, dada la fecha citada al pie de los relatos, todos o casi todos trabajen con el tema de la violencia en un tiempo en el que se podía, como dije hace poco, hacer sin complejos una literatura con tinta sangre del corazón ajeno, un tiempo con crímenes estándar, con violencia doméstica de la que acompaña al hombre desde el principio de los tiempos y que ahora, dados los viscosos acontecimientos que vivimos, parece nada, sólo caricatura de caricatura de caricatura.
Algunos cuentos de Polvo rojo me parecen harto logrados y sumamente divertidos. Otros, creo que se quedan un poco por debajo de buen nivel que en general guarda este libro. Me da gusto comprobar, por ello, que Daniel Herrera ha seguido fiel a su veta, sin traicionarse con arrepentimientos que a estas alturas serían un retroceso no sólo para él, sino para el corpus literario del La Laguna. Polvo rojo es un libro de cuentos que, en suma, reafirma no sólo la vocación de un escritor joven lagunero, sino el hecho de que en nuestra baraja literaria podemos presumir de todo, de casi todo, lo cual no es poco decir si pensamos que en otras latitudes no tienen más que uno o dos escritores con el mismo estilo y los mismos temas.
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Nota: texto leído el 17 de febrero de 2010 en la librería Gandhi de Torreón. La presentación fue compartida por el Daniel Herrera, Carlos Velázquez y yo.