miércoles, febrero 17, 2010

Ejemplo de Rosa Gámez



Conozco a Rosa Gámez Reyes Retana desde hace al menos quince años. No por decir nomás, sino sinceramente, me honra con su amistad. Lo ha hecho siempre a su manera, es decir, con los gestos y las palabras de una mujer educada en códigos de respeto que lamentablemente ya estamos perdiendo. He tratado de corresponder a sus deferencias con igual moneda: la del respeto a su actitud y la del aprecio a su trabajo. Rosa Gámez es madre de mi amiga Magda Madero y abuela de Marisol, a quienes tantos queremos. Ese patrimonio familiar sería suficiente para merecer nuestro aprecio, pero los días y los años de Rosita han ido más allá de su realización como madre, abuela y amiga. Ayer cumplió 80 años y lo celebró derramando versos en un libro titulado Grafías al viento que presentó en el teatro Salvador Novo junto a Magda y el poeta Marco Antonio Jiménez.
El acto fue sin duda un marco ideal para exaltar las muchas virtudes de esta lagunera que nos da permanente ejemplo de constancia y rectitud. Al verla allí, en el escenario, flanqueada por su hija y por Marco, no pude no pensar en lo valioso que es para nuestra comunidad que haya personas como ella. Mientras muchísimos nos entregamos a la disipación, al pesimismo, al miedo, al adormecimiento de nuestros entusiasmos, Rosita sigue atenta, fiel al perfeccionamiento de lo que ya conoce y al aprendizaje de lo que no. Cuántos no la hemos visto en decenas de lecturas, presentaciones, conciertos, exposiciones, cuántos bien sabemos que para ella no hay límite de tiempo, que entre libros y partituras y talleres y cursos ramifica su árbol de intereses.
Fuerte aunque parece frágil, inquieta como jovencita por todo lo que signifique añadir piezas al mecano de sus saberes, cordial a toda hora y con quien sea, Rosita nos ofreció ayer más que un onomástico y un libro. Nos dio una lección, una cátedra de doctorado en vitalidad, de fortaleza ante las dificultades y de fe en la inteligencia. Mientras, como digo, muchos ven su atardecer con autocompasión y alejamiento, Rosita lo encara con el sólido escudo de su pasión por el arte. En lo personal, qué deseo enorme de llegar ya no digo a los ochenta, ya no digo a los setenta, al menos a los sesenta con ese temple, con ese ánimo por hacer bondades que tiene Rosita a sus ocho décadas y que nomás por visto puede ser creído.
La fiesta de ayer (porque eso fue: una fiesta) comenzó con la bienvenida de Gerardo Moscoso y de Julia Meléndez a nombre del teatro Salvador Novo y del Cinart. Luego, Magda y Marco leyeron sendos comentarios sobre Grafías al viento, palabras que resaltaron las líneas recurrentes en el quehacer poético de la autora. Entre otras ideas, Marco Jiménez enfatizó su tesón y su autocrítica, rasgos poco habituales en escritores que ya se dan por hechos. Siguió luego una sección musical en la presentación-homenaje: cantaron Marisol Aguiñaga, nieta de Rosita, y después Aidée Lee Talamantes, maestra de canto de Marisol. Cerró la tarde la maestra Mariana Chabukiani con dos piezas al piano y al final los concurrentes fueron agasajados con un brindis espectacular, todo a la altura del motivo celebrado.
Sé que un puñado de palabras, estas que voy aquí tejiendo, en poco saldan lo mucho que nos ha dado Rosita como amiga y ejemplo indeclinable de tenacidad. Nació en 1930, el año en el que también nació mi madre. Esto, ya se imaginarán, me lleva a creer un poco en la numerología y ver esa fecha como importante para algunos, entre los que me cuento. Yo, que tanto agradezco por tener una madre como la que tengo todavía, esa señora del 30 que me ama pese a todo, sumo ahora el agradecimiento por la amistad sin dobleces, íntegra, ejemplar, de doña Rosa Gámez Reyes Retana, quien a sus 80 nos alienta con el resplandor de su vitalidad. Gracias, Rosita. Gracias siempre.