La entrevista que aparece en el número 50 de Acequias. Gracias a Édgar, a Julio César Félix y a Héctor Acuña Nogueira, actual rector de la UIA Laguna:
Hay en una buena cantidad de tus obras una inclinación por narrar a La Laguna y sus personajes, ¿existe algún interés particular en esta cuestión?
De la mano de tu carrera como escritor está la de editor, con una vinculación íntima pero con prioridades y orientaciones diferentes, ¿qué criterio orienta tu trabajo como escritor y cuales la de editor?
Eres protagonista del campo literario lagunero y, por ejemplo, en el tema de las revistas y suplementos literarios eres quizá quien más ha incidido para afianzar algunos proyectos, ¿cuál ha sido tu participación? ¿Qué balance haces acerca de las revistas y suplementos literarios regionales?
Narrar sobre la estepa
José Édgar Salinas Uribe
oUn comentario a propósito de cumplir 25 años de haber comenzado a publicar.
En efecto, publiqué por primera vez en un periódico el 9 de septiembre de 1984. Fueron unos poemas (los llamo así porque intentaban ser eso) y por supuesto tienen menos valor literario que testimonial. Con ellos, sin saberlo, comencé un trabajo de escritura y publicación que no se ha interrumpido durante un cuarto de siglo. Aquellos primeros brotes literarios me costaban mucho esfuerzo, pues no tenía antecedentes literarios en la familia, amigos lectores/escritores en mi entorno ni una carrera que apuntalara mi confianza. Es más, durante toda mi niñez y mi adolescencia carecí de una biblioteca inmediata, algo de lo cual agarrarme para observar modelos, aunque ahora que lo pienso tal vez eso me hizo bien, pues me dediqué a convivir con amigos, a trotar lúdicamente las calles de Gómez Palacio y asombrarme con el mundo sin premeditarlo. Como a los 16 o 17 años, lo he contado ya en un breve ensayo, comencé a reunir libros, a leer de acuerdo a un programa intuitivo que lo mismo apelaba a obras importantes que a textos baladíes. Solo, casi a ciegas, descubrí a Rulfo, Azuela, Ibargüengoitia, Arreola, Cervantes, Poe y Conan Doyle, quienes convivían con algunos libros de frases célebres y poesía sentimental de cuyos títulos no quiero acordarme. Aquel arranque fue guiado pues por el azar. Comencé, con escasos recursos económicos, a ser visitante asiduo de las pocas librerías de Torreón, todas ubicadas en el centro y sobre la Morelos: Faedo, Librolandia, De Cristal. Era 1981 u 82, más o menos. Como también leía periódicos, en ellos me enteraba de las novedades literarias. Por ejemplo, recuerdo cuando le dieron el Nobel a García Márquez. De inmediato fui a Librolandia y compré el librito más barato que había del colombiano: una edición de El coronel no tiene quién le escriba publicada por Oveja negra al que ya le habían puesto un brilloso pegote en la portada: “Premio Nobel 1982”. Tras unos años de lectura y escritura en la absoluta penumbra, conocí a Saúl Rosales y un día de 1994 me animé a mostrarle unos “poemas”. Quizá les vio algo, no sé, o tal vez por altruismo decidió hospedarlos en el suplemento La Opinión Cultural, que él coordinaba. Fue así, con cierta juvenil irresponsabilidad, como empecé a publicar.
Tu carrera inicia con la poesía y paulatinamente transita hacia la narrativa y el periodismo, ¿obligado o resultado de una decantación vocacional?
La poesía me gustó desde que comencé a reunir libros para mi biblioteca personal. También, como ya dije, intenté escribirla y hasta la publiqué. Hacia 1999 o poco después me convencí de lo obvio: cada vez que intento hacer versos asoma mucho su oreja la narrativa, la crónica, el relato, así que desistí: no más intentos de hacer versos. Sigo leyendo poesía, pero ya no la perpetro; me he resignado a verla pasar desde el balcón.
Eres un férreo defensor del cuento en una época donde es, quizá, el más olvidado de los géneros.
No recuerdo dónde escribí que inicié con el cuento, seguí con el cuento y terminaré con el cuento. El cuento fue lo primero que me asombró hasta los tuétanos. Gracias a Saúl Rosales llegué a Cortázar, y con el argentino recibí el shock cuentístico, la conciencia de que es uno de los géneros de ejecución más difícil. No hay escritor (Fuentes, Vargas Llosa, Benedetti, García Márquez, Borges) que no hayan opinado en ese sentido: el cuento, el cuento compacto y sin fisuras, es un lío, pues tiende a exigir algo imposible en literatura: perfección. Mientras el novelista o el poeta pueden imaginar —mientras crean— la totalidad de una obra con cierta relajación, el cuento demanda una concentración especial, un cuidado extremo de los detalles, lo que convierte el acto creativo en una especie de tortura. Eso fue lo que me gustó del cuento, la redondez que no abre cancha al desahogo. Luego supe, ya cuando había escrito muchos, que el cuento no era un género comercial, que nadie lo quería publicar, pero eso no me arredró, así que sigo creyendo en sus posibilidades, en su capacidad para condensar momentos, en su desafiante cuadratura.
oEn efecto, publiqué por primera vez en un periódico el 9 de septiembre de 1984. Fueron unos poemas (los llamo así porque intentaban ser eso) y por supuesto tienen menos valor literario que testimonial. Con ellos, sin saberlo, comencé un trabajo de escritura y publicación que no se ha interrumpido durante un cuarto de siglo. Aquellos primeros brotes literarios me costaban mucho esfuerzo, pues no tenía antecedentes literarios en la familia, amigos lectores/escritores en mi entorno ni una carrera que apuntalara mi confianza. Es más, durante toda mi niñez y mi adolescencia carecí de una biblioteca inmediata, algo de lo cual agarrarme para observar modelos, aunque ahora que lo pienso tal vez eso me hizo bien, pues me dediqué a convivir con amigos, a trotar lúdicamente las calles de Gómez Palacio y asombrarme con el mundo sin premeditarlo. Como a los 16 o 17 años, lo he contado ya en un breve ensayo, comencé a reunir libros, a leer de acuerdo a un programa intuitivo que lo mismo apelaba a obras importantes que a textos baladíes. Solo, casi a ciegas, descubrí a Rulfo, Azuela, Ibargüengoitia, Arreola, Cervantes, Poe y Conan Doyle, quienes convivían con algunos libros de frases célebres y poesía sentimental de cuyos títulos no quiero acordarme. Aquel arranque fue guiado pues por el azar. Comencé, con escasos recursos económicos, a ser visitante asiduo de las pocas librerías de Torreón, todas ubicadas en el centro y sobre la Morelos: Faedo, Librolandia, De Cristal. Era 1981 u 82, más o menos. Como también leía periódicos, en ellos me enteraba de las novedades literarias. Por ejemplo, recuerdo cuando le dieron el Nobel a García Márquez. De inmediato fui a Librolandia y compré el librito más barato que había del colombiano: una edición de El coronel no tiene quién le escriba publicada por Oveja negra al que ya le habían puesto un brilloso pegote en la portada: “Premio Nobel 1982”. Tras unos años de lectura y escritura en la absoluta penumbra, conocí a Saúl Rosales y un día de 1994 me animé a mostrarle unos “poemas”. Quizá les vio algo, no sé, o tal vez por altruismo decidió hospedarlos en el suplemento La Opinión Cultural, que él coordinaba. Fue así, con cierta juvenil irresponsabilidad, como empecé a publicar.
Tu carrera inicia con la poesía y paulatinamente transita hacia la narrativa y el periodismo, ¿obligado o resultado de una decantación vocacional?
La poesía me gustó desde que comencé a reunir libros para mi biblioteca personal. También, como ya dije, intenté escribirla y hasta la publiqué. Hacia 1999 o poco después me convencí de lo obvio: cada vez que intento hacer versos asoma mucho su oreja la narrativa, la crónica, el relato, así que desistí: no más intentos de hacer versos. Sigo leyendo poesía, pero ya no la perpetro; me he resignado a verla pasar desde el balcón.
Eres un férreo defensor del cuento en una época donde es, quizá, el más olvidado de los géneros.
No recuerdo dónde escribí que inicié con el cuento, seguí con el cuento y terminaré con el cuento. El cuento fue lo primero que me asombró hasta los tuétanos. Gracias a Saúl Rosales llegué a Cortázar, y con el argentino recibí el shock cuentístico, la conciencia de que es uno de los géneros de ejecución más difícil. No hay escritor (Fuentes, Vargas Llosa, Benedetti, García Márquez, Borges) que no hayan opinado en ese sentido: el cuento, el cuento compacto y sin fisuras, es un lío, pues tiende a exigir algo imposible en literatura: perfección. Mientras el novelista o el poeta pueden imaginar —mientras crean— la totalidad de una obra con cierta relajación, el cuento demanda una concentración especial, un cuidado extremo de los detalles, lo que convierte el acto creativo en una especie de tortura. Eso fue lo que me gustó del cuento, la redondez que no abre cancha al desahogo. Luego supe, ya cuando había escrito muchos, que el cuento no era un género comercial, que nadie lo quería publicar, pero eso no me arredró, así que sigo creyendo en sus posibilidades, en su capacidad para condensar momentos, en su desafiante cuadratura.
Hay en una buena cantidad de tus obras una inclinación por narrar a La Laguna y sus personajes, ¿existe algún interés particular en esta cuestión?
Borges afirmó que durante algunos años se distrajo consultando diccionarios de argentinismos para escribir más “en argentino”. Poco después se dio cuenta de que ser argentino era en él inevitable, así que abandonó toda obligación de autoargentinizarse. Cuando leí eso me di cuenta de que La Laguna habitaba en mí de manera natural, que era suficiente haber nacido y crecido aquí para saber que algo, no sé qué ni cuánto, se me ha pegado del “ser lagunero”, si es que esa cosa existe. En mi obra quizá sean muy visibles los rasgos externos de la laguneridad: el polvo, el calor, la amplitud de las calles, la gastronomía, los regionalismos. Quiero suponer que hay otros rasgos más difusos, aquellos que atañen a la personalidad, al modo de ser, a la índole: la tosquedad, el trato abierto a lo fuereño, el machismo, el culto al trabajo que produce bienes, la admiración sin coto al éxito económico. Esa combinación de rasgos acaso puede dar una idea de lo que somos o de cómo somos. Sin embargo, a final de cuentas el retrato físico o espiritual de la región no es tan importante, pues hago literatura, no antropología.
oDe la mano de tu carrera como escritor está la de editor, con una vinculación íntima pero con prioridades y orientaciones diferentes, ¿qué criterio orienta tu trabajo como escritor y cuales la de editor?
Establezco un punto de entrada antes de responder: además de escribir literatura, he dado clases, talleres, edito y hago periodismo de opinión. Sólo la primera actividad es cien por ciento vocacional, personal, íntima. Las otras son coyunturales y alimenticias, aunque las aprecio mucho y no quiero abandonarlas. Lo que sucede es simple. A los veintitantos años advertí que para mantener una vida literaria en un lugar, La Laguna, que carece de vida literaria, era necesario trabajar en algo aledaño. Como no deseaba instalarme en chambas muy lejanas, elegí lo que estuviera más cerca de leer y escribir literatura, es decir, la docencia vinculada a las letras, el periodismo, la edición y los talleres. A eso he sumado las presentaciones de libros y las conferencias donde de vez en cuando trabajo con pago (de cada diez presentaciones, por ejemplo, dos o tres son módicamente cobradas y las restantes corresponden a mi SSI, o sea, a mi Servicio Social Ineludible). En cuanto al trabajo editorial, me queda claro que hay dos vertientes: la personal, en la que he procurado publicar a quienes creo que lo merecen, sobre todo a jóvenes. A muchos los he editado, los he prologado, los he revisado y hasta presentado. Me queda el orgullo de que quizá sólo Saúl Rosales ha llevado a más jóvenes que yo hacia las imprentas, y mi actuación en este caso es, llanamente, una especie de retribución a lo que él hizo: publicarme por primera vez. En agradecimiento, cuando veo obras valiosas de algún joven escritor no dudo en tratar de apoyarlo, al menos en escribir una reseña para alentar su esfuerzo. La otra vertiente es menos cálida: se trata de aquella en la que alguien quiere que le ayude con la edición de un libro y tiene el dinero para eso; es chamba nomás, aunque también la despacho con placer. Ahora bien, ¿qué criterio orienta mi escritura? No sé, tal vez el de tratar de no ser pesado ni pretencioso, el de buscar el humor, la ironía, la parodia, pero también la modesta heroicidad del hombre anónimo, sus frustraciones y sus luchas por no sucumbir en un mundo que necesariamente nos pone a todos en conflicto. Soy un escritor realista, pero eso no quiere decir que calque la realidad. Lo que escribo es una mezcla de recuerdos, sueños, charlas, lecturas e invenciones. El eje de todo eso es la palabra, el manejo conciente de la herramienta verbal. Luego de 25 años escribiendo creo saber que la prioridad de un escritor, trabaje con el género que trabaje, es el dominio de la palabra, su expresión.
oEres protagonista del campo literario lagunero y, por ejemplo, en el tema de las revistas y suplementos literarios eres quizá quien más ha incidido para afianzar algunos proyectos, ¿cuál ha sido tu participación? ¿Qué balance haces acerca de las revistas y suplementos literarios regionales?
No me considero un conocedor profundo de la actividad literaria lagunera, pero a fuerza de andar en el desfile he convivido con una buena cantidad de escritores laguneros. De todos ellos tengo libros, a muchos los he presentado o reseñado, y en muchas revistas hemos compartido espacio. De hecho, creo contar con el archivo hemerográfico más amplio que haya en La Laguna de publicaciones culturales. Ya perdí el paso, pero al menos tengo bien documentado un periodo que abarca cerca de cincuenta años. Tengo colecciones completas o casi completas de revistas como Acción lagunera (1944), Cauce (1948), Nuevo Cauce (1965), Suma (década de los ochenta), y vigentes como La tolvanera, Acequias, Estepa del Nazas, por ejemplo; en algunas colaboré o colaboro, en otras nomás soy una especie de nómada-recolector. Perdí con tristeza mi colección de El Juglar (décadas de los ochenta-noventa), tabloide de la UAdeC que vivió muchos números, o el suplemento universitario Clase (década de los ochenta) de La Opinión. Ahora quienes editan revistas o suplementos son más cuidadosos y supongo que no es difícil hallar a alguien con la colección íntegra (puede ser en versión digital) de Siglo Nuevo, revista donde hay, entre otros materiales, aportes de escritores laguneros. También sería importante tener una colección completa de La Paloma Azul, revista literaria que publicó la Casa de la Cultura de Torreón. Mi balance sobre estas publicaciones es que todas, o su mayoría, surgieron gracias al entusiasmo de algunos pocos animadores culturales y que sería bienvenido, por ello, un apoyo institucional sostenido. El caso emblemático es, precisamente, Acequias, revista que ayudé a fundar y en la que colaboro desde siempre, como aquí mismo lo estoy haciendo.
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En tu opinión, ¿hay algo que caracterice a la literatura lagunera (la escrita por los laguneros)? Creo que no, y menos ahora. Los flujos de información que cada escritor recibe son muy diversos. Si a eso le sumamos la experiencia única de cada uno, el resultado es una compleja y saludable heterogeneidad. Hay, eso sí, algunas sintonías temáticas o tonales, como las que se dan entre escritores como Édgar Valencia y Gilberto Prado, o entre Vicente Alfonso y Miguel Báez, o entre Carlos Velázquez y Daniel Herrera, o entre Angélica López Gándara y Magda Madero, o entre Gerardo García y Fernando Fabio Sánchez, o entre Miguel Ángel Morales y Carlos Reyes. Es muy difícil encontrar afinidades perfectas, pero hay algo de algunos escritores que de muy sutil manera llamea en otros.
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En tu opinión, ¿hay algo que caracterice a la literatura lagunera (la escrita por los laguneros)? Creo que no, y menos ahora. Los flujos de información que cada escritor recibe son muy diversos. Si a eso le sumamos la experiencia única de cada uno, el resultado es una compleja y saludable heterogeneidad. Hay, eso sí, algunas sintonías temáticas o tonales, como las que se dan entre escritores como Édgar Valencia y Gilberto Prado, o entre Vicente Alfonso y Miguel Báez, o entre Carlos Velázquez y Daniel Herrera, o entre Angélica López Gándara y Magda Madero, o entre Gerardo García y Fernando Fabio Sánchez, o entre Miguel Ángel Morales y Carlos Reyes. Es muy difícil encontrar afinidades perfectas, pero hay algo de algunos escritores que de muy sutil manera llamea en otros.