sábado, marzo 06, 2010

El canto de los viajeros











El viaje de los cantores, obra de Hugo Salcedo (Ciudad Guzmán, Jalisco, 1946), ha sido montada por Gerardo Moscoso y el grupo teatral estable del Icocult Laguna. Me apuro a señalar dos de sus virtudes más salientes: su crudeza y su pertinencia en estos tiempos de salvajismo económico. Porque detrás del texto se ve claro, sin tapujos eufemísticos, el resquebrajamiento material de miles de familias que por tal razón deben sacrificar miembros —padres, madres, hijos— en la penosa y arriesgada aventura del “sueño americano”.
Una vez más, Moscoso y su equipo han trabajado con un texto espinoso. Lo han hecho con carencias materiales (situación, por cierto, ad hoc al contenido de la historia), y han resuelto la puesta con ingenio. Usan, por ejemplo, sólo un par de sillas como implemento escenográfico, y lo demás es luz, sonido, desenvoltura actoral y trabajo de dirección, creatividad en suma.
La obra es ideal para un grupo de teatro concurrido y popular, ya que demanda una gran población de personajes, lo que a su vez abre muchas oportunidades de participación escénica que de paso forma una visión crítica en los miembros del taller, todos ellos con una vinculación aún fresca al mundo del teatro.
El texto de Salcedo narra una desgracia —que en el fondo es todas las desgracias— de los mexicanos (y centroamericanos) que desde sus pueblos se juegan la vida en un viaje erizado de peligros. Los caminos del indocumentado, bien los sabemos, siempre tienen como aduana a los polleros, esos sujetos que le añaden ruindad a lo que ya de por sí es duro. El programa de mano incluye una oportuna cronología del hecho real en el que está basado el asunto eje de la obra. Hace poco más de veinte años, un tren salió de Zacatecas rumbo a Ciudad Juárez. Los polleros conectaron allí a otros ilegales con deseos de pasar la línea; el ofrecimiento es que, ya en El Paso, los indocumentados pasarían a otro vagón y se dirigirían rumbo a Dallas. En un punto del trayecto, el tren sufrió desperfectos y fue desviado de su itinerario original. Como el vagón con los indocumentados fue cerrado hermética, criminalmente, y el clima castigaba con un calor de infierno, el aire en el interior se agotó y la temperatura subió hasta casi rostizar a los ilusionados pasajeros. Cuando la patrulla fronteriza da con el vagón, descubre 18 muertos y sólo un sobreviviente.
La noticia escandalizó en su momento. Fue una especie de cúspide, un punto señero de la desgracia a la que se exponen muchos hombres y mujeres expulsados de sus tierras por la pobreza. Al final, como ocurre en estos casos, nunca se hizo justicia, y el hecho pasó al olvido. El viaje de los cantores vino entonces a rescatarla, a recordar que por causas muy distintas, todas terribles, siguen muriendo cientos de personas desterradas de sus pueblos por falta de oportunidades.
El título de la obra alude a lo que hicieron los mexicanos atrapados en el vagón: cantar a coro para alejar la desesperación y el pavor de morir como luego murieron: asfixiados. El montaje de Moscoso, insisto, resuelve la historia con modestos recursos técnicos; gracias pues al esfuerzo y la creatividad de todo el numeroso equipo se crea la atmósfera de dolor y punza este testimonio crítico a una sociedad donde la injusticia brilla, siempre brilla, por su ominosa presencia. Hoy sábado y mañana domingo hay funciones, ambas a las 8 pm; Teatro Salvador Novo, antigua estación del Ferrocarril de Torreón.
x
Notita al margen: esta columna cumple hoy cinco años exactos. Gracias a todos y aquí seguimos.