Tengo para mí que los caminos de acceso al libro y la lectura son imprevisibles. Si bien es cierto que favorece mucho descubrir de niño el milagro de una biblioteca bien nutrida o el contacto con algún pariente adicto a la lectura, el azar interviene mucho en esto. Conozco casos, el mío tal vez sea uno de ellos, en los que el libro llegó así, impensadamente, sin anunciarse mucho. El caso es que, cuando el umbral de intereses de la persona deja ver una mínima predisposición a la lectura, el contacto accidental con un autor, con un libro, con un verso o un cuento puede despertar vocaciones adormiladas y latentes.
Una mezcla de azar e planeación tuvo hace poco uno de los proyectos más originales que he visto deambular en el programa mexicano, siempre inacabado, de fomento a la lectura. Lo propuso Salvador Álvarez de la Fuente, coordinador estatal, en Coahuila, del Programa Salas de Lectura. El nombre que le puso fue “Lecturas para llevar” y consistió en lo siguiente: luego de elegir un día equis y dos cruceros muy transitados de Torreón, un equipo de jóvenes estudiantes de la PVC se apostaron en los puntos predeterminados para regalar a los conductores pequeños volantes impresos con textos literarios y, cuando lo permitían, para imprimir en el cristal trasero del vehículo, con serigrafía, algunos versos o alguna brevísima prosa literarios. Cierto que se trató de textos cortos que no van a cambiar radicalmente el destino de nadie; su propósito, eso sí, fue añadir un toque de humanismo, de arte, a una realidad citadina que no suele darnos algo así, una pizca de poesía que nos lleve a la reflexión o al tenue contacto con la belleza de las palabras. Los jóvenes pevecianos, comandados en este caso por Salvador, hicieron su trabajo con un entusiasmo ejemplar y además de los cientos de volantes dejaron estampados con serigrafía más de cuatrocientos coches. De golpe, pues, un puñado de muchachos y el ingenio de un promotor cultural diseminan algo de literatura en plena calle. Todavía hoy, si usted maneja y está atento, podrá ver algún coche con la pinta serigráfica de un poema, es decir, de un producto hecho para hacer mejor al hombre, no para vender.
Le dije a Salvador que su idea me parece digna de eco. Al parecer, pronto repetirá la dosis y ojalá se vuelva una costumbre así como la de pegar anuncios políticos, publicitarios o deportivos en los coches; en otros términos, que también la literatura cuente allí con un espacio. Tuve la suerte de dialogar con Salvador la pertinencia de los textos difundidos: acordamos proponer a cuatro autores: Enriqueta Ochoa, Mario Benedetti, Jaime Sabines y Vinicius de Moraes. Si vivieran, sé que esos escritores se sentirían orgullosos de que un pedacito de sus obras viaje en taxi, en coche particular, en camión de reparto, en grúa, todos junto al hombre común de todos los días, al ciudadano que sale y hace y produce y lucha y en su coche, por lo regular, no carga un poco de poesía.
Vi un rato la técnica de impresión serigráfica que los muchachos de la PVC imprimían en el cristal trasero de un taxi. Vi también el reparto de volantes y no pude no pensar en dos referencias al acto de dar literatura en plena calle: la escena del poeta que recita sus versos a los conductores en la película El lado oscuro del corazón y, más cerca de mi experiencia personal, el tipo que vi en España echado en el suelo y con un letrerito en el pecho: “Le regalo mi poesía”. Hay que repetir esta experiencia, sin duda, para que las palabras de escritores como Vinicius de Moraes lleguen a otros destinos sobre un coche; leamos “Carta del ausente” mientras esperamos el verde en el semáforo: “Amigos míos, si durante mi ausencia vieran acaso pasar a mi amada, pidan silencio general. Después señalen hasta el infinito.
Ella debe ir como una sonámbula envuelta en un hálito de tristeza porque sus ojos sólo verán mi ausencia.
Ella debe ser ciega a todo lo que no sea mi amor, este indecible amor que vive encerrado en mí como en una cárcel, mirando su rastro.
Si fuera de tarde, compren y deshojen rosas a su melancólico paso, y si pudieren, entonen cantos primos, que cese totalmente el tránsito y callen los cláxones de modo que se oiga largamente el ruido de sus pasos.
Amigos míos, junten las manos para rezar y rueguen, no importa a qué credo o divinidad, por el bienestar de mi gran amada durante mi ausencia, porque su vida es mi vida, mi muerte es su muerte”.
Una mezcla de azar e planeación tuvo hace poco uno de los proyectos más originales que he visto deambular en el programa mexicano, siempre inacabado, de fomento a la lectura. Lo propuso Salvador Álvarez de la Fuente, coordinador estatal, en Coahuila, del Programa Salas de Lectura. El nombre que le puso fue “Lecturas para llevar” y consistió en lo siguiente: luego de elegir un día equis y dos cruceros muy transitados de Torreón, un equipo de jóvenes estudiantes de la PVC se apostaron en los puntos predeterminados para regalar a los conductores pequeños volantes impresos con textos literarios y, cuando lo permitían, para imprimir en el cristal trasero del vehículo, con serigrafía, algunos versos o alguna brevísima prosa literarios. Cierto que se trató de textos cortos que no van a cambiar radicalmente el destino de nadie; su propósito, eso sí, fue añadir un toque de humanismo, de arte, a una realidad citadina que no suele darnos algo así, una pizca de poesía que nos lleve a la reflexión o al tenue contacto con la belleza de las palabras. Los jóvenes pevecianos, comandados en este caso por Salvador, hicieron su trabajo con un entusiasmo ejemplar y además de los cientos de volantes dejaron estampados con serigrafía más de cuatrocientos coches. De golpe, pues, un puñado de muchachos y el ingenio de un promotor cultural diseminan algo de literatura en plena calle. Todavía hoy, si usted maneja y está atento, podrá ver algún coche con la pinta serigráfica de un poema, es decir, de un producto hecho para hacer mejor al hombre, no para vender.
Le dije a Salvador que su idea me parece digna de eco. Al parecer, pronto repetirá la dosis y ojalá se vuelva una costumbre así como la de pegar anuncios políticos, publicitarios o deportivos en los coches; en otros términos, que también la literatura cuente allí con un espacio. Tuve la suerte de dialogar con Salvador la pertinencia de los textos difundidos: acordamos proponer a cuatro autores: Enriqueta Ochoa, Mario Benedetti, Jaime Sabines y Vinicius de Moraes. Si vivieran, sé que esos escritores se sentirían orgullosos de que un pedacito de sus obras viaje en taxi, en coche particular, en camión de reparto, en grúa, todos junto al hombre común de todos los días, al ciudadano que sale y hace y produce y lucha y en su coche, por lo regular, no carga un poco de poesía.
Vi un rato la técnica de impresión serigráfica que los muchachos de la PVC imprimían en el cristal trasero de un taxi. Vi también el reparto de volantes y no pude no pensar en dos referencias al acto de dar literatura en plena calle: la escena del poeta que recita sus versos a los conductores en la película El lado oscuro del corazón y, más cerca de mi experiencia personal, el tipo que vi en España echado en el suelo y con un letrerito en el pecho: “Le regalo mi poesía”. Hay que repetir esta experiencia, sin duda, para que las palabras de escritores como Vinicius de Moraes lleguen a otros destinos sobre un coche; leamos “Carta del ausente” mientras esperamos el verde en el semáforo: “Amigos míos, si durante mi ausencia vieran acaso pasar a mi amada, pidan silencio general. Después señalen hasta el infinito.
Ella debe ir como una sonámbula envuelta en un hálito de tristeza porque sus ojos sólo verán mi ausencia.
Ella debe ser ciega a todo lo que no sea mi amor, este indecible amor que vive encerrado en mí como en una cárcel, mirando su rastro.
Si fuera de tarde, compren y deshojen rosas a su melancólico paso, y si pudieren, entonen cantos primos, que cese totalmente el tránsito y callen los cláxones de modo que se oiga largamente el ruido de sus pasos.
Amigos míos, junten las manos para rezar y rueguen, no importa a qué credo o divinidad, por el bienestar de mi gran amada durante mi ausencia, porque su vida es mi vida, mi muerte es su muerte”.