domingo, diciembre 06, 2009

Andamiaje de Benedetti


o
El miércoles 25 de noviembre Saúl Rosales ofreció una conferencia sobre Mario Benedetti en el Icocult Laguna. Otra vez, como ocurrió en abril, hubo lleno y la exposición alcanzó una hora y media sin que el público, como dicen los cronistas deportivos, se moviera de sus asientos. Frente a los asistentes le pedí a Saúl, al final, que dada la extensión de su conferencia nos permitiera tenerla a la mano por si desean leerla más personas o revisitarla quienes ya la oyeron, esto porque de momento no hay publicaciones laguneras que puedan dar cabida a textos de esa envergadura (son casi 25 cuartillas). Saúl accedió y un día después me mandó el documento que aparece completo en este post. Aquí mismo está todavía la conferencia sobre el boom que dictó él mismo en abril.

Andamios para ascender a Mario Benedetti
(Icocult Laguna, 25 de noviembre de 2009)

Saúl Rosales

(Preludio: En Andamios, libro que comentaré al final, el ex militante de la corriente política de izquierda Eduardo Vargas, acomodado como diputado casi de derecha, juega con las palabras al comentar su deleznable posición. Dice que pasó de “turulato a curulato”; claro, por eso de la curul. Más adelante otro personaje, el coronel retirado, ex torturador, Saúl Bejarano, en su carta-de-suicida hace un juego de humor negro con las palabras al escribir que se siente desfallecido “y dentro de muy poco: fallecido”. Pero al citar los juegos de palabras de Vargas y Bejarano lo que hago es introducir la infausta curiosidad de que quien me invitó a hablar de Benedetti con ustedes se llama Jaime Eduardo Muñoz Vargas, casi, pues, como el Eduardo Vargas de Andamios. El otro personaje, Saúl Bejarano, ya relacionaron ustedes, lleva el nombre del emisor de estas palabras. Triste casualidad en que nos colocó Benedetti.)

La mayor parte del tiempo que convivimos con los personajes que creó Mario Banadetti, y que paseamos con nuestros ojos en los escenarios que edificó en sus páginas, lo pasamos en Uruguay. Benedetti es un cronista que colecciona los tiempos del uruguayo del siglo XX. Por ello es cronista del ciudadano del mundo capitalista. El uruguayo que transita por las páginas de la narrativa del autor muerto el 9 de mayo de 2009, para decirlo desde los extremos, es el depredador que saquea al prójimo en la sociedad capitalista en busca de una vida placentera, o es una víctima de ese sistema, por tanto, nosotros somos como los habitantes de esa narrativa, así estemos en cualquier ciudad sudamericana, en Torreón o en Madrid.
Como pequeñoburgueses iguales a Claudio, protagonista de La borra del café, nos vamos acomodando en los medioiluminados rincones que nos cede el mundo burgués; o como Ramón, burguesito protagonista de Gracias por el fuego, nos atamos a las comodidades en que es pródigo para sus beneficiarios el poder económico; o en fin, pretendemos, como el gran burgués padre de Ramón, Edmundo Budiño, aprovechar sin piedad y sin remordimientos los amplios dominios de los comandantes de la riqueza.
Amor, militancia política e identidad social derivada de la identidad individual, la identidad nacional y la identidad latinoamericana (los uruguayos de Gracias… y los exiliados de Andamios, por ejemplo, hurgan en este tema de la identidad social) son algunas de las pasiones, preocupaciones y actividades determinantes de los personajes de las siete obras de Mario Benedetti, cinco novelas, un libro de cuentos y una pieza de teatro, que comentaremos muy brevemente. Muchas otras ramas temáticas sostienen la fronda de la prosa relatora de nuestro autor uruguayo. Cambiemos la imagen del árbol por una cromática para decir que tal como se comparaba la narrativa de la Revolución Mexicana con la obra mural de la Escuela Mexicana de Pintura y se afirmaba que novelas, cuentos, memorias y teatro con el tema de la Revolución de 1910 se erigían en gran mural que retrataba la gesta del pueblo mexicano y sus consecuencias, igual podemos decir que los libros Montevideanos (1959), La tregua (1960), Gracias por el fuego (1965), Pedro y el capitán (1979), Primavera con una esquina rota (1982), La borra del café (1993) y Andamios (1997) son parte de la gran obra muralística donde Benedetti nos introduce para ver y admirar las vidas de personajes que ha creado para que habiten con sus presencias ficticias un lapso prolongado y a veces crítico de la historia de Uruguay.

El amor
Personajes principales de esos libros, sin embargo, son hombres frágiles a quienes el amor viene a templar aunque sea temporalmente. Es el caso de Santomé, en La tregua; Ramón, en Gracias…; Javier, en Andamios y aun don Rafael, padre de Santiago, en Primavera…; el propio Santiago, protagonista de esta última novela, es una excepción que confirma lo que pasa con los otros cuatro en tanto que él no es endeble ni flaquea. Santiago consolida su amor en la cárcel que le deparó la militancia política y fortalecido, con esa pasión como equipaje, va al encuentro de Graciela, su esposa, quien vive exiliada en España.
El amor es un tema con muchas sugerencias por explorar en la narrativa de Benedetti. Por ejemplo los deslices hacia otra pareja que no es la habitual no acaban en actos punibles ni en borrascosos problemas morales. Cuando Javier descubre que su mamá le fue infiel a su papá no se asaetean con desavenencias; cuando Raquel le avisa a Javier que tiene otro hombre no se desata una tormenta; el amor es desahijado de la tierna alma de Claudio por Natalia, quien ostenta una especial concepción de la práctica sexual. Hay una visión tolerante de las relaciones de pareja en las que la palabra infidelidad no se pronuncia porque no es pertinente. Una lectura que explorara en este tema encontraría que el autor induce hacia una nueva concepción de la expresión amorosa. Sin embargo, en otros nublados los celos sí relampaguean.
El amor es una expresión humana de entrega y ansia de posesión, de dominación y autosubyugamiento, de requerimiento y prodigalidad. En diversas modalidades lo vemos realizado en los personajes del mural desplegado por Benedetti.
En La tregua, por ejemplo, conocemos un amor filial pródigo de comprensión en la madre de Laura Avellaneda. La madre sabe que su hija, Avellaneda, joven de veinticuatro años, vive enamorada de un hombre que le lleva el doble de la edad, Santomé, quien está por cumplir cincuenta. Con su amor de madre, verdadero, inmenso y puro, la madre comprende y respeta el amor de su hija y no sólo no lo obstaculiza, sino lo favorece.
Del amor de Avellaneda y Santomé es mucho lo que puede decirse, es la columna vertebral de la primera gran novela de Benedetti.
Otro amor filial limpio y grande que vemos en La tregua es el de Santomé y su hija Blanca. Al encanto de la pureza se le suma el de la comprensión. La joven Blanca comprende el amor de su cincuentón padre Santomé por la joven Avellaneda y ambas se convierten en plenas amigas.
De vuelta al amor de las parejas, en el cruel trance de la tortura de Pedro y el capitán, se alcanza a percibir el sano amor de Pedro por su esposa. En el espinoso breñal de los afectos de la familia Budiño, de Gracias… se encuentra el espinoso amor del protagonista Ramón por Dolores, esposa de su hermano Hugo. Y para concluir estos brochazos que pretenden reflejar aspectos del amor en la narrativa de Benedetti, anunciemos en Andamios, el amor nuevo y limpio nimbado por la serenidad de la edad, entre Javier y Rocío, y, en la misma novela, el franco amor entre Fermín y Rosario. Pero que hasta aquí queden los ejemplos.

La pasión política
La vida política de los personajes de las novelas aquí mencionadas es principalmente de acción directa y de crítica. Quiero decir, no hay vida partidaria ni militancia orgánica con sus pasiones, con sus emociones ni sus satisfacciones. Si entendemos la política como la preocupación de un ciudadano por sus conciudadanos la encontraremos guiando las acciones de muchos personajes del mural pintado por Benedetti en su obra narrativa. Las pinceladas y los brochazos fuertes de la política estridulan muchas páginas de Gracias por el fuego o, por el contrario, su ausencia resalta en el apoliticismo no militante de Claudio en La borra del café, y es la causa del sacrificio de Pedro en Pedro y el capitán. Pero el ingrediente político es ubicuo en la prosa narrativa de Benedetti tanto como lo es en nuestra vida cotidiana si no nos abandonamos a la inconciencia, cómodo cómplice del poder. La política la leemos en la crítica cívica a la corrupción mediante Santomé en La tregua; en el recorrido por los intestinos de la corrupción que es el acercamiento a la familia Budiño en Gracias por el fuego; en la visión que desde la cárcel y el exilio tienen los personajes que observan la corrupción y los efectos de la dictadura en Primavera con una esquina rota; en la visión de Uruguay y sus habitantes transformados uno y otros por los diez años de bestial dictadura en Andamios, y, en fin, en la visión de las formas de ser de un torturador y un torturado, es decir, de un sicario de la dictadura y de una víctima del poder salvaje que se ensaña con quien mediante la acción directa ejerció su acción política, en Pedro y el capitán.

Reseñas
Los párrafos anteriores aletean sobre aspectos particulares de la parte de la narrativa de Benedetti mencionada. De la misma bibliografía y algún libro más hagamos ahora una reseña siguiendo la cronología de las primeras ediciones, aunque no todos los volúmenes de que me serví son primera edición.

Montevideanos (1959)
La vieja metáfora que lleva a ver el libro de ficción narrativa convertido en espejo que refleja no sólo la imagen con la que queremos ser identificados, sino la imagen de nuestra realidad interior trémula de contradicciones se puede usar para describir el libro de cuentos Montevideanos, publicado por Mario Benedetti en 1959. La incapacidad humana para vencer los impulsos ciegos y torpes que dominan sobre la lentitud de la razón, esta dialéctica interior que se resuelve en acciones de bien, de mal y de arrepentimiento por haber actuado bien o mal es magistralmente instalada y manejada por Benedetti en sus personajes. Pero aclaro que cuando digo instalada y manejada no quiero sugerir que sus personajes sean máquinas –o como máquinas–, muy por el contrario, la destreza del genial autor uruguayo convierte a la dialéctica en barrena que da a sus personajes profundidad de seres humanos. Una de las gruesas líneas de la conducta humana que traza la existencia de los personajes de Montevideanos es similar a la cadena de estupideces que uno considera que va forjando en su vida al haber actuado mal o bien.
Traigo dos ejemplos. Uno. En “Los novios”, crispado y dilatado cuento, el narrador protagonista llega a un punto en el que se encuentra en la urgencia de decidir entre la vida que le atrae por estar sustentada principalmente en la libertad ante la pareja, por un lado, y, por el otro, el desquite revanchista que lo ataría a ella. El planteamiento induce hacia la opción de la libertad. Nuestra condición natural tiende a la libertad. Sin embargo, el protagonista elige lo segundo, encadenarse a la vida abominable que significa el goce de su desquite. No quiere el matrimonio pero se ciñe el yugo para mortificar a la pareja. Prolonga así la dialéctica de sus contradicciones porque a causa de su decisión se siente feliz y miserable.
El otro ejemplo es lo que sucede en el famoso cuento “Los pocillos”. Los pocillos son lo que aquí llamamos vasos y tasas. Esta narración nos sobrecoge con el proceder perverso de aquellos que han conquistado la simpatía que producen su desprotección, su desamparo, su desvalimiento. Si no simpatía, uno siente compasión por quienes no poseyeron alguna de las capacidades humanas naturales o fueron despojados de ella. La siente tanto que hasta suaviza la manera de definir a los minusválidos y en vez de llamarlos así, minusválidos, los llama “personas con capacidades diferentes”, aunque en realidad y por encima de los eufemismos compasivos, su naturaleza humana es devaluada por sus incapacidades. En fin, la perversidad humana se agrava en “Los pocillos” porque la incapacidad del minusválido que nos ha inducido a compadecerlo resulta falsa.
Acerca de la prosa del Benedetti de 1959 cito unas líneas de este cuento: “Era increíble como hallaba a menudo, aun en las ocasiones menos propicias, la injuria refinadamente certera, la palabra que llegaba hasta el fondo, el comentario que marcaba a fuego. Y siempre desde lejos, desde muy atrás de su ceguera, como si ésta oficiara de muro de contención para el incómodo estupor de los otros.”
Y leo otra muestra del oficio de Benedetti para trazar los rasgos de las almas: “Ella hablaba con él [con Alberto], o simplemente lo miraba y sabía de inmediato que él la estaba sacando del apuro. ‘Gracias’, había dicho entonces. Y todavía ahora la palabra llegaba a sus labios directamente desde su corazón, sin razonamientos intermediarios, sin usura. Su amor hacia Alberto había sido en sus comienzos gratitud, pero eso (que ella veía con toda nitidez) no alcanzaba a depreciarlo. Para ella, querer había sido siempre un poco agradecer y otro poco provocar la gratitud. A José Claudio, en los buenos tiempos, le había agradecido que él tan brillante, tan lúcido, tan sagaz, se hubiera fijado en ella, tan insignificante. Había fallado en lo otro, en eso de provocar la gratitud, y había fallado tan luego en la ocasión más absurdamente favorable, es decir, cuando él parecía necesitarla más.”
He aquí cómo el creador Benedetti construye personajes, cómo se erige dios con su palabra para modelar criaturas de ficción donde se liberan o se contienen todos los resortes humanos, criaturas de un universo que el autor inventa con el fin de que los aficionados a la lectura lo habiten.

La tregua (1960)
La tregua, en su brevedad, es una novela que ofrece generosa riqueza al lector. La tregua es rica porque los personajes son ricos en rasgos de su personalidad y esto causa que uno los acepte como seres humanos tan vivos como uno mismo que con la imaginación los va siguiendo por las páginas publicadas por Benedetti en 1960; es una novela rica porque el habla que la constituye es riquísima en rasgos particularizantes muy afortunados; es rica porque su levadura ideológica es abundante y discreta; porque la sociológica es de amplitud certera; es rica porque su potencia metafórica es copiosa y en fin, es rica porque va a las honduras donde se guarda lo más valioso de las relaciones humanas, amorosas o familiares para sacarlo y exhibirlo. Todo esto da como suma una novela importante, imprescindible de leer para los amantes de la ficción literaria que tenemos como lengua madre el español.
La tregua hace que se releguen los otros libros de narrativa de Mario Benedetti igual que Veinte poemas de amor y una canción desesperada hace que se releguen otros libros importantes de Neruda. La tregua es una novela tan popular que ningún buen lector de narrativa escrita en lengua española ignora su línea argumental amorosa, la pasión del cincuentón Santomé, felizmente correspondida por la jovencita Avellaneda, veinticinco años menor que él.
De la línea troncal que es este amor del viejo y la joven se desprenden ramales con la misma alta tensión. No son temas de menor voltaje la corrupción general de la sociedad ni la amplia y cercana presencia homosexual que enturbia la cotidianidad de Santomé; la transformación que provoca la edad en quienes rodean al protagonista, ni la ilusión del tiempo libre para el inminente jubilado, ni el peso de los recuerdos.
La novela es el diario de Martín Santomé, por tanto está narrada en primera persona y como Santomé es un tanto cínico y se sabe frustrado e inadaptado, su habla es libre, desprejuiciada, habla vulgar. No siente ningún pudor en reproducirla en su diario. Aquí aparece el oficio de escritor magistral de Benedetti, quien recrea las formas verbales que su oído ha registrado no sólo en Uruguay. Nada más en una página, en la del 12 de abril para más señas, Santomé escribe no con actitud filológica sino con la naturalidad de quien se confía con su diario, varias expresiones que le escucha a Vignale y que en la realidad siguen sonando con frecuencia si no en el habla de Uruguay, curiosamente sí en el habla mexicana. Estas expresiones se pueden escuchar ahora en los programas de televisión de producción mexicana. Un primer ejemplo es, “se te caen las medias”, construcción que se refiere al efecto que causa una gran sorpresa. Los mexicanos, hábiles para degradar lo que cae en su poder, la han convertido en “se te caen los calzones”. Otro ejemplo, procedente de la misma página en la que Santomé reproduce las palabras de Vignale es una expresión desde hace mucho tiempo muy usada en el habla mexicana. El sintagma es “armar relajo”. En la oración de Vignale se escucha así: “lo que menos quiero es armar relajo”. La mexicanidad de esta expresión parecería estar avalada por el libro Fenomenología del relajo, del filósofo mexicano Jorge Portilla. En otro lugar de La tregua se escucha “rifársela”, en el sentido de ponerse en riesgo. Pero la otra expresión del habla popular muy usada ahora entre nosotros y soltada por el personaje de Benedetti en su novela publicada en 1960 es “hacer el oso”. Esta es una expresión que se espeta para referir que se hace o se hizo algo tonto, ridículo o estúpido. En la novela, cuando Santomé evoca su entrevista con Vignale, aparece literal y literariamente de la siguiente manera: “Primero fueron miradas y yo haciéndome el oso”. Ya en otro lado escribí que la palabra oso en esta construcción me parece aféresis de baboso, por el sentido de los sintagmas en que funciona como sinónimo de tonto, de estúpido, de débil mental extremo. La tregua es una novela rica para quienes gustamos de seguir historias ficticias y para quienes sentimos la curiosidad de las expresiones lingüísticas.
Concluyo estos apuntes sobre La tregua, recomendando la lectura de lo que anota Santomé en su diario el viernes 17 de enero. Son unos suculentos párrafos donde se combinan la tensión emocional y la observación filológica, el dolor de la muerte y el palpar las palabras.

Gracias por el fuego (1965)
Si en La tregua nos encontramos, entreverado con el tema del amor del cincuentón y la veinteañera, el subtema del conflicto del protagonista Martín Santomé, para comunicarse como padre con sus hijos, en Gracias por el fuego el tema de las abrasivas relaciones padre-hijo es una línea argumental de alta tensión. Ramón Budiño sufre las dificultades de la convivencia con su padre a la vez que su hijo Gustavo las padece con él, aunque en menor medida entre estos dos porque Gustavo actúa en consecuencia con su modo de pensar y eso lo coloca en la trinchera segura de la consistencia ideológica de quienes tienen miras socialmente progresistas.
En Gracias por el fuego, el origen del conflicto entre el padre Edmundo y el hijo Ramón es la personalidad subyugante, prepotente, arrogante y burguesa del burgués Edmundo Budiño frente a la parcial sumisión-insumisión de su hijo Ramón, quien se le somete, pero piensa de una manera distinta y esto al padre le repugna. Ramón piensa, no actúa. La pasividad y la inconsecuencia de Ramón con la tibia insurrección de sus ideas respecto a las de su padre mantienen irritado a su progenitor.
Edmundo Budiño, a quien se le conoce en la novela como el Viejo, desprecia a sus dos hijos, no sólo a Ramón. Del otro, de Hugo, dice con acerbo adjetivo que el resto de la novela carga de desprecio y odio: “El estúpido me quiere imitar.” Y en su oportunidad, con martillo de juez prepotente dictamina que Ramón es “un indeciso y un cobarde”. Benedetti nos hace sentir el compacto odio con que el gran burgués arremete contra sus hijos. Sin embargo el juicio del Viejo respecto a Ramón es certero. A lo largo de la novela de la que es protagonista, Ramón se define con esas características de indeciso y cobarde que lo asemejan al dubitativo y pasivo Hamlet. Incluso la indecisión y la cobardía de Ramón son las que acaban dando rumbo a la historia narrada por Benedetti. Escuchemos las siguientes palabras del personaje acerca de sí mismo, de su fidelidad a su condición de clase burguesa y a su pasividad: “La verdad es que sé que no voy a cambiar, que no voy a tomar ninguna decisión tajante, dramática.” La toma de decisiones radicales es el camino a la incomodidad y nos gusta el yugo de la ley del menor esfuerzo. Ramón es comodón.
Gracias por el fuego apareció en 1965 y su acción sucede muy poco antes, en 1961. Es una época de definiciones graves ante la vida. La historia que se iba escribiendo por esa época en los países latinoamericanos –uso el adjetivo latinoamericanos aunque Ramón me corregiría diciendo que es un anglicismo–, naturalmente entre ellos Uruguay, donde se desarrolla la novela, exigía tener una identidad, una conciencia del ser y del deber ser. Una vez adquirida una identidad se debe serle fiel. Cuba se mostraba como el máximo valor de la autodefinición latinoamericana en el conjunto de nuestros países y en las conciencias individuales al declararse socialista. En muchos de los personajes de la novela de Benedetti existe esta conciencia histórica y en Ramón más que en ninguno otro. Pero él no se definirá ni cuando su amigo periodista Walter Vega lo enmarca en el problema de la conciencia de clase.
De ese modo la novela hurga en el microcosmos de Ramón y en el macrocosmos del momento histórico que le tocó vivir, un momento cuya gravedad lo llevará a una salida existencialista, propia de su incapacidad para definirse como integrante de la clase proletaria, clase distinta y opuesta a la suya, la burguesa. Ramón no sigue una praxis consecuente con sus tibias proposiciones pálidamente progresistas, mucho menos las que lo identificaran con el proletariado. No asume una identidad social a la cual serle fiel.
Mientras tanto, al igual que lo hacen otros personajes, el mismo protagonista de Gracias por el fuego, Ramón Budiño, no deja de hacer observaciones acerca del habla para señalar curiosidades lingüísticas o para llevar la atención hacia expresiones de octanaje literario. Por ejemplo, después de decir que el hijo es una cicatriz, Ramón ironiza: “Buena definición para proponer a la Academia. Hijo: cicatriz del amor.” En ese juego de la novela que consiste en que los personajes observan su habla, Gloria, amante del padre de Ramón, recuerda a un compañero de la Facultad que siempre daba vuelta a los lugares comunes. “Giraldi decía entre dos carcajadas: ‘Los barcos abandonan a la rata’.” El referido trastrueca el dicho de que en el amago del naufragio, las ratas abandonan el barco. Un último ejemplo, aunque se puede leer en las primeras páginas de la novela: un personaje, durante la charla tumultuosa con que comienza la novela en el Tequila Restaurant de Nueva York, lanza la siguiente definición: “el arte es la chispa que resulta de frotar la prohibición con el castigo”. En seguida una de las uruguayas celebra el ingenio del enunciado y le dice al uruguayo que habló: “Te salió redondo.” Y él comenta para confirmar el valor de lo que acaba de decir: “¿Verdad que sí? Se me ocurrió ahora, mientras hablaba.”
Gracias por el fuego acaba siendo la biografía de Ramón Budiño, un hombre que está insatisfecho con su mundo, por lo degradado que lo ve, pero que no tiene el ímpetu necesario para hacer algo por cambiarlo. El uruguayo hamletiano no se atrevió a dejar de ser burgués por más que viera y le hicieran ver lo aberrante de su condición. En la esencia del burgués está la ineptitud para la acción dificultosa, sólo quiere la dirección, mandar, ejercer el poder desde la suave poltrona.
En la novela Gracias por el fuego, se deslizan páginas memorables como aquellas en que el protagonista discurre sobre el amor, la muerte y el escrúpulo. Pero son muchas las de igual calidad en el encadenamiento de sutiles anticipaciones, promisiones y revelaciones poderosamente lógicas que estimulan el interés del lector y dan consistente estructura a la narración.

Pedro y el capitán (1979)
A los lugares donde se enfrentaban los ejércitos durante la guerra, seguramente siguiendo la terminología de los manuales bélicos, se les llamaba “teatro de operaciones”. En el teatro de operaciones donde se usaban fusiles, granadas y bayonetas, se definía al vencedor y al perdedor aunque desde la óptica del pacifismo ambos salen perdiendo. Pedro y el capitán, obra dramática de Mario Benedetti, es el “teatro de operaciones” donde se enfrentan las fuerzas aliadas de la inteligencia y las convicciones de la vanguardia popular de un ejército que lucha por crear un hombre nuevo, representadas por Pedro, contra las fuerzas de la bestialidad y el dominio del ejército oficial que reprime la aspiración de una nueva forma de vivir, representadas por el capitán.
La obra comienza cuando Pedro, con la cara oculta por una capucha, es arrojado a un cuarto de interrogatorios que será el teatro de operaciones al que asisten el espectador del drama o el lector. Recibe a Pedro el capitán. Ellos serán los únicos personajes durante la representación. Viene en seguida un monólogo del militar mediante el que se describe ante Pedro como el interrogador “bueno”, el que en estas prácticas en la realidad se contrasta con los malos, que, aclaremos, no son malos, son bestias. “Mi especialidad no es la picana, sino el argumento”, dice el capitán, aunque en el desarrollo de la obra lo veremos abofetear a Pedro a causa del mutismo militante de la fidelidad a la lucha popular. Por lo demás, se verá conforme corre el drama, “el argumento” que maneja el capitán no deja de llevar municiones psicológicas de grueso calibre como la amenaza de torturar a la esposa y al hijo de Pedro frente al mismo detenido.
En la oscuridad de la capucha, la inmovilidad de las ataduras y el dolor de la tortura, Pedro no dejará de luchar por su vida y su ideología revolucionaria y lo hará armado sólo con su palabra de militante popular. En un momento de la obra Pedro se alza con la ironía que es lucidez en el torturado e impotencia en el torturador. Le dice al interrogador: “Quizá yo sepa más de usted que usted de mí”. Y el capitán le contesta:

Capitán: (Con ironía.) ¡No me digas!
Pedro: Si le digo. En su afán de extraerme lo que sé y lo que no sé, usted no advierte que se va mostrando tal cual es.
Capitán: ¿Y cómo soy?
Pedro: Bah.
Capitán: Me parece que te pregunté cómo soy.
Pedro: Sí, ya sé. Pero es absurdo. Me mete en cana, hace que me revienten y encima exige que le sirva de analista. Eso no.
Capitán: Después de todo, ya me imagino cómo soy.
Pedro: Entonces estoy de acuerdo con ese autodiagnóstico.
Capitán: ¿Y si me imagino noble y digno?
Pedro: ¿Sabe lo qué pasa? Usted no puede venderse a sí mismo un tranvía. (Pausa muy breve.) No se puede imaginar noble y digno.
Capitán: (Gritando.) ¡Cállate!
Pedro: ¿Cómo? ¿No quería que hablara? Y ahora que me decido a hablar…

Como éste que acabo de leer, el drama publicado por Benedetti en 1979 tiene muchos pasajes que son literariamente espléndidos ejemplos del manejo de la palabra, y, como retratos de la realidad, deslumbrante revelación de la bestialidad que alcanza el ser humano (el torturador), contrastada con la lucidez reivindicante que también puede alcanzar el ser humano (el torturado).
Al final de Pedro y el capitán, la vanguardia revolucionaria, el militante revolucionario, vence muriendo; el poder gubernamental, en el capitán, sobrevive humillado por la fidelidad del militante revolucionario a su causa y a sus compañeros.
Pedro y el capitán, en sus menos de cien páginas, es una obra de tensión similar a la de un poema.

Primavera con una esquina rota (1982)
La novela Primavera con una esquina rota, de Mario Benedetti, es una mirada a la ferocidad represora que practica el Estado capitalista contra sus opositores verdaderos. (Conviene aplicar el adjetivo verdaderos, porque aquí, en México, se crean oposiciones cómodas, a la medida de las necesidades de los gobiernos en turno). La novela de Benedetti es también una mirada a la represión que toma formas de cárcel y tortura para unos; de exilio, es decir, otra forma de tortura, para otros. Sin embargo en el entramado de crueldad que se tiende de pilar a pilar, de viga a viga de la estructura de esta novela, resaltan dos hilos, uno de ternura infantil y otro amoroso.
La narración la traman y la urden cartas de Santiago desde la prisión de Uruguay donde sufre encierro y tortura, y la complementan los días y las palabras de Graciela, su esposa; de Beatriz, hija de ambos que tiene 9 ó 10 años de edad, así como de don Rafael, padre del encarcelado y Rolando, amigo del preso, todos instalados en la lejanía del exilio en España.
Esta novela tiene la característica de que la narración es interrumpida por textos personales de Benedetti, textos no relacionados directamente con la historia pero que surgidos de la realidad estricta y de las andanzas políticas del autor uruguayo son de la misma familia del texto que constituye la ficción, son escritos acerca de la represión, el exilio, la lucha por la democracia y la solidaridad humana. Pasa en la novela como en el teatro de Brecht, donde la acción es interrumpida para que surja el mensaje didáctico o para que los propios actores, sin la dinámica dramática, es decir, sin actuar, cambien o reacomoden la escenografía, movimiento que rompe la ficción y rompimiento que dará mejor contexto a la continuación del drama. Así, la ficción dolorosamente realista de Primavera con una esquina rota es reforzada con textos contextualizadores que apuntalan la ficción con su carácter de cuñas afiladas por la historia.
Al recordar la relación padre-hijos que se observa en La tregua y sobre todo en Gracias por el fuego y cotejarla con la que se da entre el Santiago encarcelado y don Rafael en el exilio, se realza el afecto, el auténtico cariño, el amor filial entre los dos que han sido militantes de la oposición política durante la dictadura uruguaya, Santiago incluso en la acción directa o, para no usar ese concepto de la lucha revolucionaria, con las armas en la mano. En una de las muchas páginas densas de sentimientos don Rafael se dice: “Estoy donde estoy y él está donde está. Pobre hijo. Si pudiera canjearme con él. Pero no me aceptan. No soy suficientemente odioso. No quise derribarlos, desarmarlos, vencerlos. El sí lo quiso y fracasó. Si yo pudiera entrar allí para que él saliera […]”. Don Rafael tiene 67 años de edad, Santiago 38.
Por el contrario, la saña de la dictadura convertida en cárcel para Santiago y exilio para su esposa Graciela va minando las distantes relaciones de la pareja. El amor naufraga por la insatisfacción de los sentidos. La pareja se va desmoronando. La fuerza narrativa de Benedetti nos introduce en las variaciones anímicas de Graciela provocadas por la separación, la lejanía, la distancia, el exilio. El exilio desbarata los afectos. Benedetti no es condescendiente con su personaje Graciela. No quiere hacer de ella una mártir del matrimonio y nos la muestra quebradiza, endeble, vulnerable ante los reclamos que la ausencia no escucha. A Graciela se le rompe la integridad afectiva a causa de la distancia entre los cuerpos. (pp. 90-92)
En cuanto a Beatriz, la niña de 9 ó 10 años, hija de Graciela y Santiago, es un personaje enternecedor y gracioso. La maestría de Benedetti sabe crear una niña que es una niña de literatura pero no de caricatura ni de hielo. No la dibuja, no la describe Benedetti, los lectores la recreamos y la conocemos con sus palabras de ingenuidad pueril. Todas las intervenciones de Beatriz son cándidamente profundas y graciosas. Se pueden ejemplificar con su disertación sobre la palabra libertad, que por cierto, con atroz ironía, es el nombre del penal donde vive recluido su papá Santiago. (pp. 109-111)
Beatriz es un personaje de gracia y ternura, un sorprendente personaje por su gracia ingenua y su ingenuidad graciosa que irriga de frescura la desolación que padecen su mamá Graciela que ve cómo el exilio le destruye la necesidad del esposo; mitiga la domeñada desesperación de Santiago, su papá, que además con su convicción revolucionaria se blinda para sobrevivir al encierro y la tortura; modera la congoja de don Rafael, su abuelo, en quien se concentran los dolores del exilio, del padecimiento por el hijo que sufre las garras de la dictadura y de ver que la nuera va abandonando anímicamente a su hijo encarcelado. (Un monólogo de ejemplo de Beatriz en las pp. 174-176.)
Es Primavera con una esquina rota una novela sobre la heroicidad de los desarraigados por la dictadura.
Una cosa última en este rápido acercamiento a Primavera con una esquina rota: un compañero de celda de Santiago lee la novela mexicana Pedro Páramo. No es de extrañar, Benedetti, en algunos de sus libros de ensayo –recordemos sus títulos: El escritor latinoamericano y la revolución posible, El ejercicio del criterio y El recurso del supremo patriarca–, consideró a Rulfo el mejor escritor mexicano.

La borra del café (1993)
Cuando mediante la publicidad editorial, las noticias culturales y las reseñas bibliográficas me enteré que La borra del café venía a aumentar el fondo novelístico de Benedetti, el título se me clavó en la curiosidad porque no podía encontrarle la coherencia. Para mí la borra era, desde la infancia de almohadas duras y colchonetas en lugar de tersos edredones de invierno, era, digo, la borra, un compacto apelmazamiento de algodón que se usaba de relleno. A las almohadas les sacaban la borra para lavarlas; a las colchonetas luidas se les veía o se les salía la borra que guateaba la tela barata confeccionada contra el frío. Entonces, cómo hablar de la borra del café, cómo asociar el negro líquido de los insomnios con los puñados de algodón apelmazado. Por supuesto, la lectura de la novela me esclareció el concepto más que la presentación de la cuarta de forros que se preocupó por aclarar el raro nombre del libro. Luego, al seguir los breves capítulos que articulan la novela dejé de inquietarme por las ocultas significaciones del título que, inútilmente, volví a intentar descubrir al pensar en lo que diría aquí.
La borra del café son los sucesivos capítulos de la vida de Claudio desde la edad de entrar a la primaria hasta la de aterrizar en la vida profesional, en la que al final empieza a ser un triunfador dentro de los litorales de la clase media. Claudio es un pequeñoburgués afortunado, nacido en una casa cómoda; pasa una adolescencia en la que se le da lo importante. A sus dieciséis años, Natalia, una estudiante chilena avecindada en su casa, lo inicia en la vida sexual y hasta en una visión distinta de la apropiación sexual. Ella le explica al adolescente: “No te olvides que soy del Quique. El es mi hombre.” “¿Y esto que hicimos?” “Esto que hicimos fue ante todo un acto de solidaridad. En Chile somos muy solidarios. Y solidarias. Hace tiempo que sentía que necesitabas esto. Para tu formación ¿entiendes? Y hoy se dio la ocasión.”
Aquí leo un soneto de solidaridad sexual que se puede poner entre los poemas de Benedetti más re-citados por los enamorados a sus herméticas enamoradas. El soneto se llama “Piernas”.

Las piernas de la amada son fraternas
cuando se abren buscando el infinito
y apelan al futuro como un rito
que las hace más dulces y más tiernas.

Pero también las piernas son cavernas
donde el eco se funde con el grito
y cumplen con el viejo requisito
de buscar el amparo de otras piernas.

Si se separan como bienvenida
las piernas de la amada hacen historia
mantienen sus ofrendas y en seguida

enlazan algún cuerpo en su memoria.
Cuando trazan los signos de la vida
las piernas de la amada son la gloria.

Después de ese interludio deleitoso y solidario, volvamos con el pequeñoburgués Claudio. Para el tiempo de su iniciación con Natalia, en su vida amorosa ya había aparecido, literalmente aparecido, Rita; Rita niña para el niño Claudio, Rita adolescente para el adolescente Claudio, Rita profesionista para el profesionista Claudio. Varias veces Rita roza la vida de Claudio. Lo ilusiona y desaparece. La figuración de Rita lo aborda aun en el avión en el que viajará a Quito. Sin embargo en esta última ocasión que sucede en el ante-antepenúltimo párrafo de la novela, Claudio abandona el llamado del amor ideal y decide: “Mariana y punto”.
Mariana es la estable compañera amorosa de Claudio. La conoce a los veintiún años en un baile y se convierten en una afortunada pareja pequeñoburguesa: “nos contábamos las respectivas historias, que no eran, vale reconocerlo, demasiado apasionantes”. Benedetti les aporta la pasión del tango que los seduce. Hace en tres párrafos una descripción del baile que es un poema. El tango los lleva a la cama y al amor. Hacia el final de la novela la fortuna de ambos se vuelve material pecuniario cuando Claudio, jugando a la ruleta en un casino, gana tanto dinero que los hace pensar en casarse.
Al final, cuando parece que la afortunada vida pequeñoburguesa de Claudio será sacudida por un imprevisto que lo lleve a lo extraordinario, se impone su fortuna pequeñoburguesa. Había abordado un avión, como dije antes, que lo llevaría a Quito para participar en un seminario internacional de diseño gráfico al que lo había enviado su empresa. (Subrayo el su porque a los asalariados los patrones les hacen creer que el lugar donde venden sus capacidades es su empresa.) A bordo de la nave aérea aparece Rita como azafata. El profesionista triunfador recibe las caricias de ella y en tanto conversan el comandante del avión anuncia el tiempo que tardarán para llegar a Mictlan. Claudio se alarma. ¿Mictlan? No sabe qué lugar es ése. Y a donde se dirigía él es a Quito. “¿No íbamos a Quito?”, le pregunta a la azafata Rita. “Ibamos, sí. Ahora vamos a Mictlan”, le responde ella.
El lector informado sabe que Claudio tiene razón en alarmarse, aunque no sepa qué lugar es ése. Porque el lector informado sabe que Mictlan en la mitología azteca es la región de los muertos. Mas no hay razón para alarmarse, aunque haya razón para alarmarse, porque ese destino inesperado, como la presencia de Rita, es un sueño. Lo que le ocurre a Claudio es una pesadilla pero lo que nos espera a todos no es un sueño, porque al final, literalmente al final, todos iremos a Mictlan, lugar de los muertos.

Andamios (1997)
Andamios es un libro valioso porque contiene lo que es consustancial a la obra de Benedetti, el amor a lo mejor del ser humano, entre ello, el amor a la libertad, a la lucha por la libertad, a la integridad que inyectan los ideales creados por la vocación de justicia; también a la habilidad para crear belleza. Andamios reconoce la capacidad humana para crear belleza y la evidencia en sí mismo.
Andamios es un libro de Mario Benedetti donde confluyen, como ríos que forman la gran corriente de una ficción narrativa, cartas, artículos periodísticos, sueños, poemas, crónicas de viaje, mensajes de fax, mensajes de suicidas. Se crea con esos afluentes el torrente literario que es la vida de Javier, un exiliado que salió de Uruguay a causa de la dictadura que asoló de 1973 a 1985, con bestial crueldad, a esa nación sudamericana y regresa después de doce años y ahora navega tratando de ajustarse a un país que ya no es el que dejó, aunque debe reconocer que tampoco él es el mismo Javier que salió al exilio.
Siguiendo al propio Benedetti en su “Andamio preliminar”, nos hemos referido antes a Andamios como libro y no como novela porque al empezar aquel breve prólogo de poco más de dos páginas, el autor uruguayo hace una advertencia ambivalente. Dice: “no estoy muy seguro de que este libro sea una novela propiamente dicha (o propiamente escrita)”. El “propiamente escrita” implica que sí es novela. Los materiales que también hemos mencionado antes (cartas, crónicas, mensajes de suicidas, etcétera) podrían explicar la advertencia de Benedetti, sin embargo la articulación narrativa con que son ensamblados los diversos textos, sus tonos y el entreveramiento de sus inflexiones salidos de una voz relatora no dejan duda de que al leer Andamios el lector camina por los senderos de una novela. La disyunción o juego de palabras de “o propiamente escrita”, propuesta por el autor, lo confirma. Al jugar con el giro lingüístico del adverbio propiamente parece que Benedetti admite que el libro es una novela, aunque sus sistemas no quepan en la arquitectura tradicional. Aunque, impropiamente, es novela. Así, Andamios es la novela que no fue para ser. A pesar de la advertencia del autor uno acaba con la satisfacción de haber metido su curiosidad de lector a los interiores de los personajes y de haberlos visto actuar en sus escenarios. Andamios es una novela porque su lector convive con personajes y visita lugares de letras en páginas que van articulando una narración no convencional pero gozosa para los ojos que gustan el perderse en la ficción escrita.
Andamios, seguramente igual que el resto de obras de Benedetti, es un libro valioso porque reúne algunos de los mejores rasgos del ser humano, el amor a la libertad, la fidelidad a la lucha popular, la vocación de justicia, la habilidad para crear belleza y más en el contexto de un Uruguay recién salido de una dictadura cruel y encarrilado en una democracia endeble minada por los vicios del capitalismo. Rocío, la nueva pareja del protagonista Javier, mujer de militancia política radical, se pasó diez años sufriendo la cárcel y la tortura como consecuencia de su lucha antidictatorial. Ahora, cuando yace en la cama al lado del hombre que fuma plácidamente, desahoga su inquietud por las condiciones del mundo absurdo que los rodea después de todo, es decir, un después de todo que significa años de resistencia, encierro carcelario, tortura y exilio. Rosario le dice a Javier: “Pero en el futuro no estamos solamente vos y yo. Abro el diario, miro la tele, y me parece estar inmóvil, aletargada, en un rincón de la catástrofe.” Sentirse inmóvil “en un rincón de la catástrofe” es tener conciencia de que el mundo está contrahecho y de que la propia humanidad tiene la capacidad de corregirlo y que cada uno tiene el compromiso de afanarse en esa tarea.
Entre las intimidades generadas por el amor o el apetito sexual de los personajes de esta novela de Benedetti, personajes que en su mayoría tuvieron una militancia política radical de izquierda, discurre, no podía ser de otra manera por la condición de personajes ricos en ideología marxista (Javier dice jugando con las palabras y desplegando una verdad: “No hay Marx que por bien no venga”), discurre, digo, el análisis que de su circunstancia hacen, no es análisis académico ni especulación sociológica sino apreciaciones de militantes salidos de la praxis. Estos militantes en reposo analizan desde la condición de un mendigo de Montevideo hasta el poder de la FIFA (siglas que no necesitan ser descodificadas) y hasta el propio cuerpo, el cuerpo humano, el cuerpo que alberga al yo, el cuerpo en su significación con otro cuerpo, el de la mujer amada, por el que es y en el que es. Andamios resulta así una novela de la pasión amorosa y de la pasión política y en ella se encuentran tres poemas al cuerpo, residencia de las pasiones y de la existencia. Su cuerpo le arranca a Javier, protagonista de Andamios tres poemas de un gozo humano renacentista.

Conclusión
Es ejemplar para quienes se dediquen a la literatura o no, sean artistas o no, el compromiso del escritor Mario Benedetti con lo mejor de la humanidad, con las capacidades que la dignifican. Su vida mostró que se puede triunfar en la literatura, como seguramente en todo, sin genuflexiones indignas ni zigzagueos coquetos coreografiados para agradar a los poderes que pueblan el mundo de humillados y ofendidos, expoliados y sacrificados.
Este escritor uruguayo nacido en 1920 vivió y vive para mostrar que en los tiempos de desaliento ideológico, de atonía revolucionaria, de desconfianza en las capacidades humanas, siempre hay un compañero con palabra y conducta dignas, reconfortantes y estimuladoras.
La línea de dignidad de Benedetti no se descompuso con sinuosidades, quiebres ni fisuras. Reintegrado a su patria como algunos personajes de Andamios, la novela mencionada, después del prolongado exilio que fue una persecución política, una represión de nombre específico, exilio, Benedetti siguió siendo paradigma principalmente para quienes seguimos pensando que es posible cambiar al hombre que han formado las pasadas épocas de la humanidad, cambiarlo para que sea un mejor ser humano. Quienes creemos esto vemos en el ejemplo de Benedetti y la parte de la humanidad que es como él, que siguen en pie los andamios de la voluntad y de la ideología que servirán para edificar al hombre nuevo. Para edificar una obra o reconstruirla primero se deben alzar los andamios. Los mejores en la humanidad siguen trabajando en el armado de los andamios.
Otros andamios podemos ver en la persona y la obra de Benedetti, los andamios que sirven para edificar la conciencia social del escritor, una conciencia que no es como la del albañil que alza paredes, ni la del minero que socava la tierra ni la del conductor de tráiler carguero porque el producto del trabajo de ellos no afecta la conciencia de los demás. La obra del escritor sí modifica, aunque él no se lo proponga, la manera que el lector tiene de ver la realidad, de analizarla y de acomodarse en ella. La literatura rediseña líneas de conducta.
El ejemplar autor uruguayo dedicó innumerables páginas a reflexionar sobre la tarea del escritor y el sentido de la obra literaria en el contexto de pobreza popular, gobiernos oligárquicos, dictaduras militares y dependencias transnacionales que han asolado a Latinoamérica y sus palabras permanecen como andamios que pueden servir al escritor para construir sus personajes, sus diálogos, sus relaciones, sus escenarios y sus historias. Para concluir aclaremos que ni la obra analítica y crítica de los ensayos de Benedetti, ni su narrativa derivan hacia el panfleto. La estética es una expresión del humanismo y los tamaños de la sumisión y de la libertad son opcionales, cada quien le fija fronteras y litorales. Cada quién determina qué tanto se doblega o qué tanto vive erguido. Tal y como la Revolución Cubana mostró que la dignidad nacional se puede rescatar, Benedetti muestra que la dignidad del artista y del ser humano tiene la medida que cada quien quiera darle. La relectura o la lectura de los libros de Mario Benedetti pueden confirmar estas afirmaciones.