La guerra contra el narco ha sido la más cara bandera del régimen actual. Finalmente no fue el empleo ni nada que se le parezca, sino la lucha contra el crimen organizado lo que hasta hoy es manejado en la propaganda oficial como proyecto y logro capitales del gobierno en estos tres años de calderonato militarizado. Todos los días, en el momento que sea, el Gobierno de la República y su logo arcoirisado de Vivir mejor nos informa sobre decomisos, capturas y otros “duros golpes al narcotráfico” (la frase ya se hizo cliché de tanto usarla).
Los mexicanos tenemos por ello dos versiones diarias sobre el mismo tema: la que vemos en televisión y la que antes sólo leíamos en los periódicos y ahora, para desventura de todos, vemos u oímos de vez en vez directamente, a veces demasiado cerca. Como a cualquier otra realidad, podemos meterle hermenéutica a las dos versiones y concluir que las dos apuntan a la verdad y hasta son complementarias: los periódicos informan sobre muertes a pasto sencillamente porque la guerra contra los malhechores es cierta y frontal; los anuncios del gobierno enumeran logros porque los delincuentes no dejan de actuar ni de caer. Hay una gran lógica en esto.
Sin embargo, y pese a la mayúscula estrategia propagandística, queda la impresión nada tenue de que esta guerra es muy extraña. Para ser la divisa vertebral del calderonismo ha dejado más dudas que certidumbres, y ha llenado de pavor a muchas regiones del país, entre ellas a La Laguna. Nomás entre ayer y hoy hemos leído, gigante botón de muestra, sobre dos rebambarambas que dejaron alta cuota de caídos: la de Cuencamé, que arrojó diez bajas en el grupo delincuente, y la de Parral, que sumó siete de golpe, todos con signos de tortura. Además de las muchísimas ejecuciones aisladas en prácticamente todo el país, cada vez leemos y escuchamos más seguido que aquí y allá son ejecutados por puños, casi masivamente ya.
En cualquier competencia, guerra, debate, pleito o choque hay tres posibles resultados, por eso en el futbol, en el box y en casi todos los deportes uno triunfa, otro pierde o los dos empatan. ¿Cómo va en este sentido la guerra contra el narco? ¿Es posible aplicarle esta lógica elemental? Veamos:
a. Si la guerra va siendo ganada por el calderonismo, la lógica indica que en tres años debimos ver un decremento de las muertes y un aumento notorio o leve de la tranquilidad. La retórica de ocasión nos advirtió que la lucha iba a ser larga y dolorosa, pero nadie dijo nunca cuánto. Si esto fue así, qué tremendo error de cálculo el de comenzar una guerra sin una mínima idea firme sobre la crudeza de las acciones ni sobre su duración; pura falta de inteligencia (militar). La guerra en este caso comenzó a ciegas, al tanteo, sin conocer bien a bien el tamaño del enemigo. Napoleón los hubiera reprobado en primer semestre de estrategia.
b. Si la guerra va siendo perdida, ¿no sería tiempo ya de cambiar de estrategia? Pero estaría en esa situación si hubiera más bajas de policías y militares que de civiles fuera de la ley, lo cual no ha ocurrido. Son enormemente más numerosos los muertos vinculados al bando civil, pero con asombro podemos apreciar que esa cifra se ha incrementado mes tras mes, como si a cada muerto le correspondiera la geométrica incorporación a la delincuencia de dos vivos. Parece que la guerra va siendo ganada, pero el ejército enemigo crece en lugar de disminuir.
c. La tercera opción es la del empate, igual número de caídos en ambas trincheras. Si fuera ese el caso, más valdría parar la pelea y esperar nuevas arremetidas en momentos más oportunos, cuando hubiera una garantía absoluta de triunfo.
En resumen, y por los hechos, esto es un galimatías, un reborujo, como decimos los laguneros cuando algo luce muy enredado. Por el número de bajas, la guerra va siendo ganada, pero no hay mes en el que no aumenten los hechos violentos, lo que da pues la impresión de no tener fin. No me atrevo a considerar cierta una última conjetura, pero la anoto: hay un problema grave con la delincuencia, pero ese problema grave ha sido magnificado para justificar un determinado clima en el país: el de la zozobra que desalienta y paraliza en muchos sentidos, incluido uno muy importante: el político.
Los mexicanos tenemos por ello dos versiones diarias sobre el mismo tema: la que vemos en televisión y la que antes sólo leíamos en los periódicos y ahora, para desventura de todos, vemos u oímos de vez en vez directamente, a veces demasiado cerca. Como a cualquier otra realidad, podemos meterle hermenéutica a las dos versiones y concluir que las dos apuntan a la verdad y hasta son complementarias: los periódicos informan sobre muertes a pasto sencillamente porque la guerra contra los malhechores es cierta y frontal; los anuncios del gobierno enumeran logros porque los delincuentes no dejan de actuar ni de caer. Hay una gran lógica en esto.
Sin embargo, y pese a la mayúscula estrategia propagandística, queda la impresión nada tenue de que esta guerra es muy extraña. Para ser la divisa vertebral del calderonismo ha dejado más dudas que certidumbres, y ha llenado de pavor a muchas regiones del país, entre ellas a La Laguna. Nomás entre ayer y hoy hemos leído, gigante botón de muestra, sobre dos rebambarambas que dejaron alta cuota de caídos: la de Cuencamé, que arrojó diez bajas en el grupo delincuente, y la de Parral, que sumó siete de golpe, todos con signos de tortura. Además de las muchísimas ejecuciones aisladas en prácticamente todo el país, cada vez leemos y escuchamos más seguido que aquí y allá son ejecutados por puños, casi masivamente ya.
En cualquier competencia, guerra, debate, pleito o choque hay tres posibles resultados, por eso en el futbol, en el box y en casi todos los deportes uno triunfa, otro pierde o los dos empatan. ¿Cómo va en este sentido la guerra contra el narco? ¿Es posible aplicarle esta lógica elemental? Veamos:
a. Si la guerra va siendo ganada por el calderonismo, la lógica indica que en tres años debimos ver un decremento de las muertes y un aumento notorio o leve de la tranquilidad. La retórica de ocasión nos advirtió que la lucha iba a ser larga y dolorosa, pero nadie dijo nunca cuánto. Si esto fue así, qué tremendo error de cálculo el de comenzar una guerra sin una mínima idea firme sobre la crudeza de las acciones ni sobre su duración; pura falta de inteligencia (militar). La guerra en este caso comenzó a ciegas, al tanteo, sin conocer bien a bien el tamaño del enemigo. Napoleón los hubiera reprobado en primer semestre de estrategia.
b. Si la guerra va siendo perdida, ¿no sería tiempo ya de cambiar de estrategia? Pero estaría en esa situación si hubiera más bajas de policías y militares que de civiles fuera de la ley, lo cual no ha ocurrido. Son enormemente más numerosos los muertos vinculados al bando civil, pero con asombro podemos apreciar que esa cifra se ha incrementado mes tras mes, como si a cada muerto le correspondiera la geométrica incorporación a la delincuencia de dos vivos. Parece que la guerra va siendo ganada, pero el ejército enemigo crece en lugar de disminuir.
c. La tercera opción es la del empate, igual número de caídos en ambas trincheras. Si fuera ese el caso, más valdría parar la pelea y esperar nuevas arremetidas en momentos más oportunos, cuando hubiera una garantía absoluta de triunfo.
En resumen, y por los hechos, esto es un galimatías, un reborujo, como decimos los laguneros cuando algo luce muy enredado. Por el número de bajas, la guerra va siendo ganada, pero no hay mes en el que no aumenten los hechos violentos, lo que da pues la impresión de no tener fin. No me atrevo a considerar cierta una última conjetura, pero la anoto: hay un problema grave con la delincuencia, pero ese problema grave ha sido magnificado para justificar un determinado clima en el país: el de la zozobra que desalienta y paraliza en muchos sentidos, incluido uno muy importante: el político.