Ignoro la razón que ha neutralizado el horror que en teoría deberíamos sentir ante la posibilidad de que algunos funcionarios elegidos en las urnas puedan repetir platillo, echarse otro periodo. Yo miro eso con verdadero pavor, casi como si estuviera viendo las pestilentes bascas del demonio. Detrás de eso advierto, así de fácil, una especie de legalización del caciquismo, institución que en México hace posible la permanencia de un sujeto, por años e incluso por décadas, en el poder de determinada región o coto de dimensiones muy variables.
Dejar que quede abierta la posibilidad legal de que un bucanero se quede ocho o doce años en el poder, sea alcalde o gobernador, me parece menos terrible que impedir, como ahora, que un político virtuoso tenga que largarse, al menos oficialmente, del feudo cuando termina su trienio, cuatrienio o sexenio, según sea el caso. La razón que puedo dar está en las líneas anteriores: todo es cuestión de estadística. ¿Cuántos bucaneros hay en este momento en los mejores puestos municipales y estatales? ¿Cuántos virtuosos? Creo que, por obvia, mejor posponemos la respuesta.
La posibilidad del dobleteo ha sido abierta bajo el entendido de que en México ya existe democracia electoral, lo que presupone una participación conciente y decisiva del ciudadano. En esa lógica, el votante podrá castigar o premiar, como Gran Verdugo, los buenos o malos gobiernos que repetirán si no la riegan y se irán si sus cagues son inconmensurables. Nada más alejado de la verdad, pues como sabemos no han dejado de operar, en grados muy variables que dependen de la entidad, la zona (rural o urbana), la clase social y demás, las viejas técnicas de ilusionismo conocidas como mapacheo y control clientelar. Así entonces, lo único que será favorecido por el doble play es la corrupción en el primer periodo de gobierno, de suerte que en ese lapso se lubriquen perfectamente las piezas necesarias para dar el salto a la otra etapa, la del doblete que casi será neocaciquismo.
Sólo para tener un ejemplo a la vista, imaginemos un cuatrienio municipal lleno de errores, con problemas por todos lados, casi disparatado porque prometió mucho y no cuajó nada, porque su policía hizo agua y sus remodelaciones al centro histórico son una cosa antiestética e impráctica. Si a esa administración se le ocurre usar los recursos públicos de lleno para agenciarse un segundo periodo, no hay poder humano capaz de impedirlo. Parto de la idea del pastel: si pueden comerse el pastel completo, ¿para qué dejarlo a la mitad? Hoy el pastel completo dura lo que dura, y ya. Permitir la reelección en el actual desprejuicio moral sólo hará que el remedo de democracia electoral que ahora tenemos ahora sí dé con todos sus huesos en el camposanto.
Enfatizo que me parece mejor el malo por conocido que el malo por re-conocer. La política mexicana ha llegado a tales desmesuras que avanzar por partes ahora es más importante que nunca. ¿De qué serviría la reelección en un sistema caracterizado por la corrupción y la opacidad en la rendición de cuentas? Primero es lo primero, como dice la sabiduría ranchera. Habría que depurar hasta la minucia la fiscalización de los quehaceres gubernamentales, habría que perfeccionar el trabajo de las instancias de acceso a la información, habría que reducir a cero la discrecionalidad en el uso de los recursos públicos y ahora sí, cuando eso esté resuelto, reavivamos la averiguata del dobleteo. Mientras tanto, entre menos tiempo les demos para hacer de las suyas, mejor.
No propongo que caigamos en la parálisis de no reformar nada, como si viviéramos en el mejor de los mundos posibles. Es verdad que México necesita cirugía, que el pobre país ha sido ferozmente saqueado por sanguijuelas de peso completo hoy enquistadas, sin beneficio visible para la mayoría, en todas las formas del poder político, empresarial, cultural, informativo. En Suiza o en Finlandia es bienvenida la reelección, pues allá el servicio público le hace honor a su nombre y merece más de un periodo de gobierno. En México eso no prosperaría, pues de inmediato cundiría el síndrome del tragón en fiesta: si ve que hay poca comida, se llena más el plato; si ve que hay mucha, se sirve doble. En otras palabras, un periodo es mucho; no, corrijo: es demasiado.
Dejar que quede abierta la posibilidad legal de que un bucanero se quede ocho o doce años en el poder, sea alcalde o gobernador, me parece menos terrible que impedir, como ahora, que un político virtuoso tenga que largarse, al menos oficialmente, del feudo cuando termina su trienio, cuatrienio o sexenio, según sea el caso. La razón que puedo dar está en las líneas anteriores: todo es cuestión de estadística. ¿Cuántos bucaneros hay en este momento en los mejores puestos municipales y estatales? ¿Cuántos virtuosos? Creo que, por obvia, mejor posponemos la respuesta.
La posibilidad del dobleteo ha sido abierta bajo el entendido de que en México ya existe democracia electoral, lo que presupone una participación conciente y decisiva del ciudadano. En esa lógica, el votante podrá castigar o premiar, como Gran Verdugo, los buenos o malos gobiernos que repetirán si no la riegan y se irán si sus cagues son inconmensurables. Nada más alejado de la verdad, pues como sabemos no han dejado de operar, en grados muy variables que dependen de la entidad, la zona (rural o urbana), la clase social y demás, las viejas técnicas de ilusionismo conocidas como mapacheo y control clientelar. Así entonces, lo único que será favorecido por el doble play es la corrupción en el primer periodo de gobierno, de suerte que en ese lapso se lubriquen perfectamente las piezas necesarias para dar el salto a la otra etapa, la del doblete que casi será neocaciquismo.
Sólo para tener un ejemplo a la vista, imaginemos un cuatrienio municipal lleno de errores, con problemas por todos lados, casi disparatado porque prometió mucho y no cuajó nada, porque su policía hizo agua y sus remodelaciones al centro histórico son una cosa antiestética e impráctica. Si a esa administración se le ocurre usar los recursos públicos de lleno para agenciarse un segundo periodo, no hay poder humano capaz de impedirlo. Parto de la idea del pastel: si pueden comerse el pastel completo, ¿para qué dejarlo a la mitad? Hoy el pastel completo dura lo que dura, y ya. Permitir la reelección en el actual desprejuicio moral sólo hará que el remedo de democracia electoral que ahora tenemos ahora sí dé con todos sus huesos en el camposanto.
Enfatizo que me parece mejor el malo por conocido que el malo por re-conocer. La política mexicana ha llegado a tales desmesuras que avanzar por partes ahora es más importante que nunca. ¿De qué serviría la reelección en un sistema caracterizado por la corrupción y la opacidad en la rendición de cuentas? Primero es lo primero, como dice la sabiduría ranchera. Habría que depurar hasta la minucia la fiscalización de los quehaceres gubernamentales, habría que perfeccionar el trabajo de las instancias de acceso a la información, habría que reducir a cero la discrecionalidad en el uso de los recursos públicos y ahora sí, cuando eso esté resuelto, reavivamos la averiguata del dobleteo. Mientras tanto, entre menos tiempo les demos para hacer de las suyas, mejor.
No propongo que caigamos en la parálisis de no reformar nada, como si viviéramos en el mejor de los mundos posibles. Es verdad que México necesita cirugía, que el pobre país ha sido ferozmente saqueado por sanguijuelas de peso completo hoy enquistadas, sin beneficio visible para la mayoría, en todas las formas del poder político, empresarial, cultural, informativo. En Suiza o en Finlandia es bienvenida la reelección, pues allá el servicio público le hace honor a su nombre y merece más de un periodo de gobierno. En México eso no prosperaría, pues de inmediato cundiría el síndrome del tragón en fiesta: si ve que hay poca comida, se llena más el plato; si ve que hay mucha, se sirve doble. En otras palabras, un periodo es mucho; no, corrijo: es demasiado.