“La ciudad como un cerdo”, de Paco Valdés Perezgasga; “Murciélagos, viajeros incansables de Oklahoma a Lerdo”, de Celia López González; “A la pesca del ictiosaurio”, de Héctor Esparza; “El culto a nuestros antepasados”, de Leticia González Arratia y muchos textos e imágenes más ofrece el número 45 de Nomádica, revista de Ecodiversidad, arte e historia del norte de México. Para los interesados en esos temas, no tiene página saltable, salvo quizá las dos mías. En ellas coopero con el artículo que encabeza esta columna que es hoy como un bocadillo de degustación y aquí comienza:
Entre los demasiados libros que escribió “en colaboración”, el Manual de zoología fantástica es sin duda uno de los más célebres de Borges. En fama sólo es superado, creo, por Seis problemas para don Isidro Parodi, libro con cuentos paródico-detectivescos escrito a cuatro manos con su más cercano cómplice: Adolfo Bioy Casares. En el caso del Manual…, Borges trabajó con Margarita Guerrero, aunque suponemos que ocurrió lo inevitable: trabajar “en colaboración” con Borges era sucumbir irremediablemente al magnetismo de su estilo, a sus obsesiones, a sus manías temáticas, a todo el inmenso poder de seducción que el maestro concentraba en su manejo de la palabra.
A México le cabe el honor (siento que es un honor, aunque suene a retórica ceremoniosa) de haber publicado por primera vez el Manual… Lo hizo en 1957 gracias al sello del Fondo de Cultura Económica, institución que lo sigue poniendo al alcance de todos (va en la segunda edición, del 66, y en su quinta reimpresión, del 99). Tiene pues 52 años y así, como Breviario número 125 del FCE, ha pasado a formar parte indispensable de toda biblioteca literaria que se presuma bien abastecida.
Es entonces de un librito en rústica con apenas 157 páginas (pero qué páginas, damas y caballeros). Como todos los suyos, este libro de Borges rebosa de información, inteligencia y humor. Fue armado con 82 estampas referidas a fauna fantástica, a una zoología compuesta por bichos de la más anómala catadura, todos creados por la delirante imaginación del hombre. Algunos rayan en la pesadilla, otros en la caricatura, y todos atraviesan por el espléndido “modo” literario de Borges, ese modo que además de la belleza de la expresión conlleva una especie de sonrisa oculta y maliciosa en cada afirmación. El humor está sugerido desde el mismo titulo: las palabras “manual” y “zoología” corresponden al helado ámbito de la divulgación científica; la otra, “fantástica”, introduce el elemento contradictorio, la sonrisa.
Venturosamente, el Manual… tiene un prólogo que nos aclara el propósito de los compiladores: “A un chico lo llevan por primera vez al jardín zoológico. Ese chico será cualquiera de nosotros o, inversamente, nosotros hemos sido ese chico y lo hemos olvidado. En ese jardín, en ese terrible jardín, el chico ve animales vivientes que nunca ha visto; ve jaguares, buitres, bisontes y, lo que es más extraño, jirafas. Ve por primera vez la desatinada variedad del reino animal, y ese espectáculo, que podría alarmarlo u horrorizarlo, le gusta. Le gusta tanto que ir al jardín zoológico es una diversión infantil, o puede parecerlo. ¿Cómo explicar este hecho común y a la vez misterioso?”.
Más adelante, otro parrafazo: “Pasemos, ahora, del jardín zoológico de la realidad al jardín zoológico de las mitologías, al jardín cuya fauna no es de leones sino de esfinges y de grifos y de centauros. La población de ese segundo jardín debería exceder a la del primero, ya que un monstruo no es otra cosa que una combinación de elementos de seres reales y que las posibilidades del arte combinatorio lindan con lo infinito”. El censo de animales imaginarios que contiene el Manual…, en efecto, mueve a pensar que las posibilidades de la monstruosidad son inagotables.
Dado que es un manual, los autores (autores que podrían ser “el autor”) proceden en orden alfabético. Atraviesan así por varias mitologías, de las más serias a las más disparatadas, y apoyados en la información disponible nos dan detalles sobre aquellos animales que alguna vez sirvieron para fascinar y/u horrorizar a las generaciones. Algunos han sido socorridos por la celebridad (ave fénix, basilisco, cancerbero, centauro, dragón…); otros son sólo conocidos por alguna obsesiva erudición (catoblepas, crocotas, garuda, ictiocentauros, simurg…). Todos tienen algo que ofrecer al goce del lector interesado en recibir una barnizada zoomítica, por decirlo con un neologismo tan extraño como la fauna a la que desea referirse.
Cada que recuerdo este Manual…, la página que me regresa es la 74. Trata sobre la “Fauna de los Estados Unidos”. Desde que empieza hay un latigazo satírico, pues no de otra manera se puede abordar esa burda fabulación: “La jocosa mitología de los campamentos de hacheros de Wisconsin y Minnesota incluye singulares criaturas, en las que, seguramente, nadie ha creído”. Luego las enumera: “El Axehandle Hound tiene la cabeza en forma de hacha, el cuerpo en forma de mango de hacha, patas retaconas, y se alimenta exclusivamente de mangos de hacha. (…) Entre los peces de esta región están los Upland Trouts que anidan en los árboles, vuelan muy bien y tienen miedo al agua. (…) El Guillygaloo anidaba en las escarpadas laderas de la famosa Pyramid Forty. Ponía huevos cuadrados para que no rodaran y se perdieran. Los leñadores cocían esos huevos y los usaban como dados”.
Borges sabía que este libro era el primero de su tipo en América Latina. Tiene finta de modesto, pero ha sobrevivido más de medio siglo y su fauna inexistente goza todavía de plena salud, lo que incluye las anónimas e intrigantes viñetas que lo aderezan. Hay que visitar este zoológico de papel y de amenísima locura.
o
Una nota final: gracias a la Máquina por el campeonato de hoy. Una estrellita más en nuestra cuenta. Que la boca no se me haga chicharrón.
Entre los demasiados libros que escribió “en colaboración”, el Manual de zoología fantástica es sin duda uno de los más célebres de Borges. En fama sólo es superado, creo, por Seis problemas para don Isidro Parodi, libro con cuentos paródico-detectivescos escrito a cuatro manos con su más cercano cómplice: Adolfo Bioy Casares. En el caso del Manual…, Borges trabajó con Margarita Guerrero, aunque suponemos que ocurrió lo inevitable: trabajar “en colaboración” con Borges era sucumbir irremediablemente al magnetismo de su estilo, a sus obsesiones, a sus manías temáticas, a todo el inmenso poder de seducción que el maestro concentraba en su manejo de la palabra.
A México le cabe el honor (siento que es un honor, aunque suene a retórica ceremoniosa) de haber publicado por primera vez el Manual… Lo hizo en 1957 gracias al sello del Fondo de Cultura Económica, institución que lo sigue poniendo al alcance de todos (va en la segunda edición, del 66, y en su quinta reimpresión, del 99). Tiene pues 52 años y así, como Breviario número 125 del FCE, ha pasado a formar parte indispensable de toda biblioteca literaria que se presuma bien abastecida.
Es entonces de un librito en rústica con apenas 157 páginas (pero qué páginas, damas y caballeros). Como todos los suyos, este libro de Borges rebosa de información, inteligencia y humor. Fue armado con 82 estampas referidas a fauna fantástica, a una zoología compuesta por bichos de la más anómala catadura, todos creados por la delirante imaginación del hombre. Algunos rayan en la pesadilla, otros en la caricatura, y todos atraviesan por el espléndido “modo” literario de Borges, ese modo que además de la belleza de la expresión conlleva una especie de sonrisa oculta y maliciosa en cada afirmación. El humor está sugerido desde el mismo titulo: las palabras “manual” y “zoología” corresponden al helado ámbito de la divulgación científica; la otra, “fantástica”, introduce el elemento contradictorio, la sonrisa.
Venturosamente, el Manual… tiene un prólogo que nos aclara el propósito de los compiladores: “A un chico lo llevan por primera vez al jardín zoológico. Ese chico será cualquiera de nosotros o, inversamente, nosotros hemos sido ese chico y lo hemos olvidado. En ese jardín, en ese terrible jardín, el chico ve animales vivientes que nunca ha visto; ve jaguares, buitres, bisontes y, lo que es más extraño, jirafas. Ve por primera vez la desatinada variedad del reino animal, y ese espectáculo, que podría alarmarlo u horrorizarlo, le gusta. Le gusta tanto que ir al jardín zoológico es una diversión infantil, o puede parecerlo. ¿Cómo explicar este hecho común y a la vez misterioso?”.
Más adelante, otro parrafazo: “Pasemos, ahora, del jardín zoológico de la realidad al jardín zoológico de las mitologías, al jardín cuya fauna no es de leones sino de esfinges y de grifos y de centauros. La población de ese segundo jardín debería exceder a la del primero, ya que un monstruo no es otra cosa que una combinación de elementos de seres reales y que las posibilidades del arte combinatorio lindan con lo infinito”. El censo de animales imaginarios que contiene el Manual…, en efecto, mueve a pensar que las posibilidades de la monstruosidad son inagotables.
Dado que es un manual, los autores (autores que podrían ser “el autor”) proceden en orden alfabético. Atraviesan así por varias mitologías, de las más serias a las más disparatadas, y apoyados en la información disponible nos dan detalles sobre aquellos animales que alguna vez sirvieron para fascinar y/u horrorizar a las generaciones. Algunos han sido socorridos por la celebridad (ave fénix, basilisco, cancerbero, centauro, dragón…); otros son sólo conocidos por alguna obsesiva erudición (catoblepas, crocotas, garuda, ictiocentauros, simurg…). Todos tienen algo que ofrecer al goce del lector interesado en recibir una barnizada zoomítica, por decirlo con un neologismo tan extraño como la fauna a la que desea referirse.
Cada que recuerdo este Manual…, la página que me regresa es la 74. Trata sobre la “Fauna de los Estados Unidos”. Desde que empieza hay un latigazo satírico, pues no de otra manera se puede abordar esa burda fabulación: “La jocosa mitología de los campamentos de hacheros de Wisconsin y Minnesota incluye singulares criaturas, en las que, seguramente, nadie ha creído”. Luego las enumera: “El Axehandle Hound tiene la cabeza en forma de hacha, el cuerpo en forma de mango de hacha, patas retaconas, y se alimenta exclusivamente de mangos de hacha. (…) Entre los peces de esta región están los Upland Trouts que anidan en los árboles, vuelan muy bien y tienen miedo al agua. (…) El Guillygaloo anidaba en las escarpadas laderas de la famosa Pyramid Forty. Ponía huevos cuadrados para que no rodaran y se perdieran. Los leñadores cocían esos huevos y los usaban como dados”.
Borges sabía que este libro era el primero de su tipo en América Latina. Tiene finta de modesto, pero ha sobrevivido más de medio siglo y su fauna inexistente goza todavía de plena salud, lo que incluye las anónimas e intrigantes viñetas que lo aderezan. Hay que visitar este zoológico de papel y de amenísima locura.
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Una nota final: gracias a la Máquina por el campeonato de hoy. Una estrellita más en nuestra cuenta. Que la boca no se me haga chicharrón.