En alguno de sus muy inteligentes artículos, el escritor Guillermo Fadanelli concluyó que si los narcos dieran becas, él sería el primero en formarse en la fila de los solicitantes. Tal vez sin quererlo, el autor de Lodo se adelantó a los tiempos: como van las cosas, no sería extraño que en el futuro se consolide nuestro narcoestado y entonces sí todo, absolutamente todo en el país se pinte de verde y blanco, los colores de la grifa y de la soda.
Y es que, como Colombia lo ha demostrado con creces, cuando el narco se mete a la cocina no hay sectores que se salven. En México está presente ya, con claridad de mediodía, en las instancias de seguridad, en la política, en el mundo empresarial y ha coqueteado permanentemente con el alto clero (recordemos a monseñor Girolamo Millone perdonando los pecados del hampa a cambio de no sabemos qué favores terrenales). Hace poco se habló de que ya se había hecho presente en el deporte, particularmente en el futbol profesional, pero nada que se parezca a los jugosos patrocinios auspiciados por monseñor Pablo Escobar Gaviria en sus mejores tiempos. Al narco le faltan, pues, terrenos por conquistar, y uno de ellos es el del arte.
Ya están colocando, sin embargo, los primeros cimientos. Sólo para graficar bien la cosa y sin ánimo de devaluar a nadie, hay que decir que los malandros del film han comenzado por la baja cultura, es decir, por el pop, por la farándula. Para sus reventones (que seguro deben ser sencillamente otro pex) contratan grupos musicales de corte bandero o norteño, que son las dos tendencias predominantes en el gusto del respetable (público narco). No por nada hace unos días fue detenido Ramón Ayala, acaso el más famoso acordeonista de todos los tiempos en esa música, la norteña, caracterizada por los chillidos mágicos del fuelle. Ramón Ayala, como sabemos, comenzó su carrera como compañero del divo coahuilense Cornelio Reyna, aquel que se cayó de la nube en que andaba como a veinte mil metros de altura, quien por poquito y pierde la vida (esa fue su mejor aventura), por la suerte cayó entre los brazos de una linda y hermosa criatura que lo tapó con su lindo vestido y corriendo a esconder lo llevó para luego colmarle todo el cuerpo de besos, aunque poco después no le pudo decir nada nada, solamente pensó en la maldad y subió hasta la nube más alta a tirarse a matar de verdad. Como ésa, otras muchas letras líricamente surrealistas interpretaba Reyna con Ayala en Los Relámpagos del Norte, hasta que cada cual tomó su rumbo. Los años pasaron, el nada apolíneo (ni de nombre) Cornelio murió y Ramón siguió cosechando éxito tras éxito hasta que hace unos días su nombre se vio maculado por el escándalo: lo pillaron amenizando una narcoposada entre santos peregrinos rumbo a la frontera. En la misma fiesta, que terminó en balacera al más puro estilo de narcocorrido, también cayeron detenidos por las implacables fuerzas del orden Los Cadetes de Linares y Torrente, grupos asimismo populares, sobre todo el primero (el original), que es algo así como Los Beatles de la música norteña.
El hecho recordó otros casos semejantes, como el del hijo de Enrique Guzmán (y hermano de Alejandra), o como el de Chespirito, Juan Gabriel y Gloria Trevi, que al parecer alguna vez hicieron las delicias del público dedicado al tráfico de estupefacientes. Es claro que no se trata aquí de andar de escrupuloso y persuadir a los reyes de la farándula de que se nieguen a trabajar en ciertas circunstancias. Para empezar, ¿cómo saber cuando un concierto es para narcos o para no narcos? Además, allí está el factor del dinero. ¿Se imaginan lo que gana Juanga por dos horas de canciones e inolvidables joterías? ¿Quién puede pagar eso en una fiesta privada? Es pertinente recordar, asimismo, que los narcos también bailan, cantan, beben y celebran, y en este país todo mundo es libre de contratar a quien le plazca si de lo que se trata es sólo de cantar, bailar y echar relajo.
Vuelvo a la afirmación de Fadanelli: si los narcos dieran becas para escribir, sospecho que no serían pocos los escritores que se formarían en la limosnera fila. Los narcos ya tienen cantantes de cabecera, y bien sabido es que les gusta un cierto arte plástico naive para decorar sus casototas. No han llegado a la literatura, pero tal vez en el futuro escuchemos hablar del poeta fulano de tal, autor, gracias al apoyo otorgado por el cártel equis, del “Soneto al divino carrujo” y la “Oda al pericazo”.
Y es que, como Colombia lo ha demostrado con creces, cuando el narco se mete a la cocina no hay sectores que se salven. En México está presente ya, con claridad de mediodía, en las instancias de seguridad, en la política, en el mundo empresarial y ha coqueteado permanentemente con el alto clero (recordemos a monseñor Girolamo Millone perdonando los pecados del hampa a cambio de no sabemos qué favores terrenales). Hace poco se habló de que ya se había hecho presente en el deporte, particularmente en el futbol profesional, pero nada que se parezca a los jugosos patrocinios auspiciados por monseñor Pablo Escobar Gaviria en sus mejores tiempos. Al narco le faltan, pues, terrenos por conquistar, y uno de ellos es el del arte.
Ya están colocando, sin embargo, los primeros cimientos. Sólo para graficar bien la cosa y sin ánimo de devaluar a nadie, hay que decir que los malandros del film han comenzado por la baja cultura, es decir, por el pop, por la farándula. Para sus reventones (que seguro deben ser sencillamente otro pex) contratan grupos musicales de corte bandero o norteño, que son las dos tendencias predominantes en el gusto del respetable (público narco). No por nada hace unos días fue detenido Ramón Ayala, acaso el más famoso acordeonista de todos los tiempos en esa música, la norteña, caracterizada por los chillidos mágicos del fuelle. Ramón Ayala, como sabemos, comenzó su carrera como compañero del divo coahuilense Cornelio Reyna, aquel que se cayó de la nube en que andaba como a veinte mil metros de altura, quien por poquito y pierde la vida (esa fue su mejor aventura), por la suerte cayó entre los brazos de una linda y hermosa criatura que lo tapó con su lindo vestido y corriendo a esconder lo llevó para luego colmarle todo el cuerpo de besos, aunque poco después no le pudo decir nada nada, solamente pensó en la maldad y subió hasta la nube más alta a tirarse a matar de verdad. Como ésa, otras muchas letras líricamente surrealistas interpretaba Reyna con Ayala en Los Relámpagos del Norte, hasta que cada cual tomó su rumbo. Los años pasaron, el nada apolíneo (ni de nombre) Cornelio murió y Ramón siguió cosechando éxito tras éxito hasta que hace unos días su nombre se vio maculado por el escándalo: lo pillaron amenizando una narcoposada entre santos peregrinos rumbo a la frontera. En la misma fiesta, que terminó en balacera al más puro estilo de narcocorrido, también cayeron detenidos por las implacables fuerzas del orden Los Cadetes de Linares y Torrente, grupos asimismo populares, sobre todo el primero (el original), que es algo así como Los Beatles de la música norteña.
El hecho recordó otros casos semejantes, como el del hijo de Enrique Guzmán (y hermano de Alejandra), o como el de Chespirito, Juan Gabriel y Gloria Trevi, que al parecer alguna vez hicieron las delicias del público dedicado al tráfico de estupefacientes. Es claro que no se trata aquí de andar de escrupuloso y persuadir a los reyes de la farándula de que se nieguen a trabajar en ciertas circunstancias. Para empezar, ¿cómo saber cuando un concierto es para narcos o para no narcos? Además, allí está el factor del dinero. ¿Se imaginan lo que gana Juanga por dos horas de canciones e inolvidables joterías? ¿Quién puede pagar eso en una fiesta privada? Es pertinente recordar, asimismo, que los narcos también bailan, cantan, beben y celebran, y en este país todo mundo es libre de contratar a quien le plazca si de lo que se trata es sólo de cantar, bailar y echar relajo.
Vuelvo a la afirmación de Fadanelli: si los narcos dieran becas para escribir, sospecho que no serían pocos los escritores que se formarían en la limosnera fila. Los narcos ya tienen cantantes de cabecera, y bien sabido es que les gusta un cierto arte plástico naive para decorar sus casototas. No han llegado a la literatura, pero tal vez en el futuro escuchemos hablar del poeta fulano de tal, autor, gracias al apoyo otorgado por el cártel equis, del “Soneto al divino carrujo” y la “Oda al pericazo”.