sábado, diciembre 19, 2009

Toros catalanes



Tengo dos o tres amigos taurinos, apasionados hasta las cachas de los redondeles y los muletazos. Con ellos trato de no hablar sobre tauromaquia, aunque con gusto podría dialogar sobre toros. La diferencia entre la tauromaquia y los toros es muy simple: la primera se refiere a la pelea (del griego ταῦρος, toro, y μάχεσθαι, luchar, para decirlo con toda claridad) y la segunda solamente a los animales así denominados.
Si habláramos de toros, yo no podría regatear mi elogio más sincero a esa hermosa bestia de la naturaleza. Cómo hacerlo, si se trata de uno de los animales con mejores acabados, una pieza de artillería elaborada con huesos y músculos puestos como adrede para complacer a los escultores clasicistas. La reciedumbre del animal, su porte, esa cornamenta levantada medio de perfil (como en el espectacular de Osborne) es una superchingonería que a mí me da la idea de altivez y gallardía. Y no le sigo, pues corro el riesgo de entrar a la poética taurina que abusa de esas prosopopeyas para exaltar las virtudes del bicho bravo par excellence. Sólo concluyo que el toro es una suma perfecta de la evolución, un sujeto que con su pura facha ya hizo lo mejor: existir y deleitar con su apariencia. A propósito de esto recuerdo y cito de memoria una anécdota narrada por Renato Leduc, taurino sin orillas. Decía don Renato (a quien por cierto llegué a conocer hace como veinte años) que Joaquín Rodríguez “Cagancho” fue a ver a su madre antes de una faena. Como ya iba vestido de luces, ella lo observó con detenimiento y le pidió de favor que se diera “la vuerta”. Cagancho hizo entonces un giro lento sobre su eje y su madre, admirada con el porte de aquel torerazo que era su crío, opinó: “¿Con esa figura y todavía quieren que torees?” Falsa o verdadera, citada bien o mal por mí porosa memoria, su esencia es clara. Si la madre de Cagancho notó que su hermoso hijo daba lo mejor de sí sólo con existir, igual pienso yo de los toros, a los que nos podemos referir igual: ¿con ese trapío y todavía queremos que embistan?
No voy a ser el único que se oponga, con los consabidos argumentos, a las corridas de toros. Cada vez son más, por fortuna, los que critican esa “fiesta” y desde cualquier trinchera pugnan para que desaparezca. Pero no soy fanático y creo viable que sobreviva, aunque sin las suertes que le infligen al toro el conocido castigo y la muerte por estocada o puntilla. Sé que los taurinos arguyen que sin la sangre provocada por las varas y las banderillas, más la muerte del toro, el toreo ya no es toreo. Tal vez, pero si eso es así entonces no queda más camino que resignarse a una “fiesta” sin tales ingredientes o desaparecerla completamente. Sé también que parte del arsenal de sofismas que sirve para justificar al toreo pasa por la crítica a los carnívoros que por un lado se oponen a la tauromaquia y por el otro engullen tremendas chuletas y pechugas. Además de que suele ser nefasto y por ello siempre debe ser vigilado el trato a los animales en granjas, criaderos y rastros, hay un elemento contrastante entre la tauromaquia y el sistema de producción cárnico; a diferencia del segundo, el primero eleva a una categoría bestial, festiva, placentera, la ejecución de un animal, como si la crueldad, por más adornos que se le cuelguen, fuera bonita. Ese es, para mí, el centro del problema: qué tanto le dedicamos una fiesta a la crueldad y qué tanto la usamos para la manutención de nuestra especie. En ambos casos la crueldad es aborrecible, pero en la lidia de toros resulta una perversidad programada, organizada, pregonada, exhibida, celebrada, premiada y siempre justificada con argumentos cuasifilosóficos sobre la bravura del toro, sobre su crianza y otras muchísimas arañas especiosas.
España es, sobre decirlo, el país de la tauromaquia. Como esta actividad ha definido su imagen ante el mundo, hoy deja perplejo que allá, en una de sus provincias, esté cerca la prohibición de las corridas. En efecto, según un cable de AP publicado en La Opinión el parlamento regional de Cataluña dio el primer paso para debatir una ley que podría prohibir las corridas de toros en territorio catalán. La ley pasó a comisiones para luego ser discutida; se impuso en este primer paso con 67 votos a favor, 59 en contra y 5 abstenciones. Algunos le ven flecos políticos, dado que Cataluña nunca ha querido ser identificada con o como España, y el toreo es una actividad emblemática española. Fuera de eso, qué bien suena la ley: que al menos en una región de España los toros puedan vivir en paz, sin esa meticulosa crueldad llamada tauromaquia.