La versión clonada de Los Cadetes de Linares que vi y oí ayer en la plaza de toros de Torreón no es, ni de chiste, mejor que la original de Lupe Tijerina y Homero Guerrero. Sin embargo, fueron tan buenos los originales de esta música clásica (clásica de aquí) que hasta las copias aguantan un piano, sobre todo en aquellos temas del viejo repertorio. Las versiones de "No hay novedad", "El asesino", "Dos amigos" y otras que se echaron estos cadetes en versión xerox fueron tan gratas que confirman la grandeza ya inmortal de don Lupe y de don Homero. Pese a todo, pues, los cadetólogos ortodoxos estuvimos de plácemes.
Lo más llamativo para mí, en este caso, fue el poder de convocatoria ruco que tiene la firma de este grupo; la mayor parte del público estuvo conformada por contemporáneos míos de cuarenta y más edad, e incluso vi señoras que asistieron ayudadas por su bastón. Pero Los Cadetes (la copia) ya no son lo que eran endenantes, un grupo arrasador, de multitudes. Ahora los jóvenes prefieren a los conjuntos más recientes, de música harto estrepitosa y narca, bandas sinaloenses o de pasito durangueño que a mí, lo confieso, no me agrada ni para bailar en La Borrega. Los de Linares, al contrario, son los amos del bolero norteño, género en el que alcanzan tintes de verdadera magistralidad. No cantaron "Sabor de engaño" ni "Menos que nada" (dos joyas del desgarramiento lírico), pero con los pocos boleros que colgaron en sus gargantas demostraron que el sello cadete se manifiesta mejor con temas suaves, acompasados, no con el frenesí de lo muy movido.
Las fotos que acompañan este apunte son mías.