miércoles, octubre 10, 2007

Guevara



Hoy martes 9 de octubre, es decir ayer para los lectores de hoy, tenía que escribir aunque fuera estas modestas líneas en homenaje del Che. No es nada, si pensamos en las toneladas de papel y en los litros de tinta que en todo el mundo se dedicaron el fin de semana a recordarlo y a zaherirlo. Soy, obviamente, de los primeros, de los que siempre piensan en él con respeto y admiración por más que los de la barricada contraria disparen en contra de su figura.
La explicación es simple. Más allá de los afiches, de los morrales, de las playeras y de las pancartas impresos con el claroscuro elaborado a partir de la foto hecha por Korda, la figura del Che se me ha impuesto desde mi etapa en la secundaria Flores Magón de Lerdo como la viva imagen de la rebeldía y la búsqueda de cambio. Con todo y los errores y las manías del Che (lo que sus biógrafos señalan y sus enemigos reiteran para decir cuán malo y peligroso era el argentino), Guevara encarna para mí al hombre que debería ser todos los hombres: hombre de ideas, hombre de acción, hombre de errores humanos, hombre de virtudes que siempre aspiran a ponerse un paso más allá del arbitrario presente.
El hijo de Vargas Llosa, según las palabras publicadas en El País y reproducidas en La Opinión, comenta que el Che ahora es una marca registrada, un icono frívolo que la mercadotecnia seudoizquierdosa hizo para satisfacer a las masas hambrientas de revolucionarismo light. No sorprende la posición del hijo de Vargas Llosa, distinguido usuario del término “idiota” para todo el que no crea ciegamente en el libre mercado, sino el hecho de que no distinga entre las posiciones, el contexto y la visión revolucionaria del Che y el actual empleo de su imagen para el mero lucro.
Insisto que más allá de los mitos y los errores, y más allá incluso de la heroicidad que mostró Guevara en más de una ocasión, lo que me interesa a mí del Che es su condición de simple ser humano entregado al objetivo de cambio social. Ayer, y más hoy, Latinoamérica estaba en quiebra, y Guevara fue de los que creyó en un cambio radical hacia el bien colectivo. ¿Lo logró? Tal vez sí, tal vez no, según queramos ver. Pero lo mismo podría decirse de Cristo o del Quijote. ¿Lograron su propósito de que nos amáramos los unos a los otros o de que se “desficieran” todos los entuertos? Me da la impresión de que no, pero no por ello sus ideas de justicia y solidaridad dejan de ser, al menos, atendibles, respetables.
Soy esquemático, pues sólo me queda este párrafo: hay tres tipos de hombres: A) Los que creen que todo está bien y no desean hacer ningún cambio; B) Los que creen que todo está mal y no desean hacer ningún cambio; y C) Los que creen que todo está mal y desean cambiarlo de inmediato. Guevara correspondía al grupo C y nomás por eso, creo, merece un buen recuerdo.