Robert Harland, investigador de la Mississippi State University, se interesó muy sorpresivamente en mi obra, lo cual no dejo de agradecerle. Me hizo dos favores: leer un ensayo sobre Juegos de amor y malquerencia en el Congreso de Literatura Mexicana 2007 celebrado en la Universidad de Texas en El Paso y, en su aula de la MSU, comentar con sus alumnos aquel libro. En el trance, para aclarar un par de dudas, me mandó unas preguntas cuyas respuestas comparto aquí por lo que puedan tener de interés más general.
¿Te interesa mucho el beisbol o simplemente te gustaron las posibilidades que te ofrecía el tema de un equipo de aficionados aprendiendo beisbol por primera vez?
Me gusta el beisbol, sí. También disfruto mucho del soccer, del boxeo y de la lucha libre. Son mis deportes favoritos. A tres de ellos les he dedicado algún relato. Al beisbol (en Juegos de amor y malquerencia), al futbol y al boxeo. Me falta, pues, publicar algo sobre lucha libre, y ya lo estoy escribiendo.
Ahora bien: no me interesa el deporte en tanto deporte a secas. Me gusta en función de sus posibilidades literarias, porque toda competencia implica desafíos personales y no pocas frustraciones. Además, como hice deporte en mi niñez, como jugué mucho futbol callejero en los barrios de la ciudad donde nací, sé lo que es eso para la gente, para los niños y adolescentes sobre todo: una oportunidad de mostrar solidaridad, coraje, valor, hombría. En suma, me gustan el beisbol y otros deportes no como tales, sino como catapultas de la creación literaria, del buceo en la mentalidad de las personas y de la experimentación con el habla popular.
¿Te fue difícil “dirigir” un conjunto de tantos personajes principales en tan poco espacio?
Aunque hay uno o dos personajes que sobresalen entre la multitud, mi idea con Juegos… fue crear un coro, una especie de conjunto de voces casi anónimas para que se notara que hay igualdad de condiciones entre todos, para que se viera que no había privilegios para ninguno. Sé que corría el riesgo de perder al lector, pero cuando él (el lector) entiende que no importa quién habla, sino lo que se enuncia en cada parte del relato, entonces la novela comienza a funcionar. Creo que es una novela basada en la oralidad, en el discurso múltiple de un grupo de amigos recordados por alguien que hace memoria.
¿Qué tal fue para ti ganar el premio Ibargüengoitia con este libro?
Fue muy motivante, pues creo que si uno de mis libros se parece en algo a lo escrito por Ibargüengoitia es precisamente Juegos… No sólo por el humor, sino por la parodia de un género: así como Ibargüengoitia se burló de la novela de la revolución mexicana en Los relámpagos de agosto, yo creo que hice algo similar al reír de la memoria escrita desde la ingenuidad.
¿Cuáles investigaciones hiciste para escribir este libro?
Muy pocas. La novela simula ser una memoria encontrada en un archivo. Así, todo en ese relato es imaginario, incluso los nombres de los personajes que aparecen en la foto. Entonces el lugar, los hechos, los personajes, todo es ficción. Sólo busqué un poco de información sobre ciertos objetos de la época a la que me refiero y ya, eso fue todo.
Has tenido cierto éxito crítico (hasta premios). Sin embargo, ¿con qué tipo de problemas te has enfrentado siendo del norte de México y no del DF?
No creo haber tenido “éxito de crítica” hasta ahora, y eso se debe a dos razones: a que seguramente no soy bien escritor y, además, a que para un escritor de provincia es doblemente difícil que los críticos del centro se fijen en su obra. A veces lo siento injusto, pero así es esto. Tal situación afecta a los escritores de provincia cuando, por ejemplo, les piden demostrar las opiniones que ha recibido su obra. Del escritor de provincia nadie escribe, y si alguien lo critica en su lugar de origen esa crítica no llega o no importa en el centro. La crítica del centro se dedica a criticar a los autores del centro y a los libros que produce el centro; nunca, o poco, a los periféricos. Son dos realidades muy distintas y distantes.