sábado, junio 27, 2015

Alonso de la Mota y Escobar en el oasis















Creo que los años en los que el profesor Gabino Martínez estuvo al frente del área editorial de la Universidad Juárez del Estado de Durango fueron los bibliográficamente más productivos de esa institución. Gracias a él tuve la suerte de recibir muchos de los libros publicados por la UJED y leerlos, siempre con renovado agradecimiento, conforme han ido pasando los meses. Uno de esos libros está entre mis favoritos, pues contiene el relato del enorme periplo de reconocimiento emprendido por Alonso de la Mota y Escobar por Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León, lo que hoy sería caminar de orilla a orilla —del Pacífico al Golfo— el norte de México.
El trabajo de De la Mota y Escobar es valioso en tanto testimonio directo de la condición que guardaban las provincias en el periodo de su occidentalización. Se trata entonces de una bitácora peculiar, sin cámaras ni micrófonos pero con palabras, el mejor instrumento para retratar lo que asalta los sentidos. Gracias a sus pinceladas rápidas, el religioso condensó en pocos párrafos la atmósfera de cada sitio visitado, sus rasgos más salientes.
Uno de esos lugares, ubicado en el descomunal territorio de la Nueva Vizcaya, es Parras, hasta la fecha un oasis en el semidesierto. De la Mota no escatima piropos al lugar, tanto así como no los escatimamos hoy, pues Parras sigue siendo una burbuja geográfica para el solaz del fuereño.
Dijo el ilustre visitante hacia mil seiscientos y tantos en su Descripción geográfica de los reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León (UJED, Durango, 2010): “Está este pueblo de las Parras fundado en un valle de los más fértiles de tierras y pastos, y más ameno y fresco de manantiales, fuentes y ríos que hay en toda la (Nueva) Vizcaya, y así es el más sano y el de más apacible vivienda que por aquí se sabe. Púsosele el nombre de Parras por las muchas silvestres que de suyo produce en todo él, mayormente en las riberas de los ríos. Está en veintisiete grados de altura y el frío de invierno no es penoso, ni el calor del verano congojoso”.
Si no fuera porque es un lugar que conocemos y visitamos con alguna frecuencia, un lugar además que por su aislamiento conserva en gran medida su aire virreinal, pensaríamos que el obispo De la Mota exageraba: “Y cuando en este Nuevo Mundo fuese necesario plantar viñas para tener vino en cantidad, este valle sería el más a propósito de cuántos acá se sabe”. No se equivocó: muy pocos años después este pequeño punto del mapa novohispano se convirtió en el principal productor de vino tanto para la relajación como para la liturgia, como lo demostró en 2003 la tesis doctoral del doctor Corona Páez.
Y hay más, no sólo viñedos: “juntamente se dan en él todas las frutas de Castilla grandes y hermosas y llegan a entera sazón”. Al referirse a los medios de subsistencia de la población, señala: “juntamente con esto venden frutas de Castilla, que tienen en sus huertas, así de árbol como de mata, porque cogen mucho pepino, calabaza, sandía y melones, que son los mejores y más dulces que hay en todo este reino”.
Es apenas una somera descripción que suena menos a eso que a elogio, casi a descubrimiento de un oasis. Si todavía hoy es asombroso salir de Torreón, pasar por La Cuchilla, llegar a Paila, doblar a la derecha y ver, luego de tanta estepa, poco más de una hora después, la aparición del verdor parrense, quiero imaginar que para los hombres que avanzaban penosamente a pie o a caballo hace cuatro siglos la llegada a Parras era una llegada inaudita, un golpe de felicidad para la mirada, un deslumbramiento.
Lo bueno de todo esto es que Parras, el oasis de Alonso de la Mota y Escobar, sigue allí, esperando nuestro estrés para mitigarlo o desaparecerlo.

miércoles, junio 24, 2015

Y cada día canta mejor


















Hace justamente ochenta años murió Gardel. Su desaparición física se dio, lo sabemos, en un avionazo ocurrido en Medellín, Colombia, y desde ese momento, el 24 de junio de 1935, quedó fija en la memoria colectiva del mundo la idea de que sería el cantante insignia del tango, algo así como el arquetipo del género, una voz clásica e inconfundible. Su cuna, lo dice hasta la biografía más chafa, se la disputan Francia, Uruguay y, claro, Argentina, país donde, en el cementerio de la Chacarita, descansan sus restos.
Como cualquiera que habla sobre las músicas que le son entrañables, para mí es imposible hablar sobre Gardel sin espigar algún recuerdo personal sobre el lejano momento que detonó la admiración. Es como los platillos amados, como los sabores de la infancia: no llegan a la mente sin que carguen con todo el equipaje de recuerdos. Pues bien, yo era adolescente cuando un disco de acetato, un LP, lo que quería decir long play, llegó a casa no sé cómo y lo escuché. Contenía los temas básicos del repertorio gardeliano, aquellos tangos que grabó acompañado por la guitarra casi solitaria de Guillermo Desiderio Barbieri (quien perdió la vida en el mismo accidente que el cantor) y algún pasajero violín.
Supongo que algo ocurrió cuando llegué a “Volver”, “Garufa”, “Mano a mano”, “Cuesta abajo”, “Barrio reo”, “Melodía de arrabal”, “Tomo y obligo”, “Yira yira” y alguna que otra de aquel disco. Supongo también que a falta de libros, a falta de orientación, a falta de casi todo, hallé en las extrañas letras de esas canciones un cúmulo de imágenes que dislocaba sin que yo lo supiera mi diminuta zona de confort con las palabras. No entender muchos lunfardismos y sentir de lejos el rudo aliento de algunas imágenes (“en tus muros con mi acero / yo grabé nombres que quiero…”) era entrar a un mundo distinto, ciertamente edulcorado en muchos versos, definitivamente cursi en muchos más, pero al fin con flecos literarios que desde aquel momento me obligaron a buscar sentido, a entender, casi a traducir.
Han pasado casi cuarenta años desde aquel remoto encuentro con Gardel, mi encuentro. A lo largo de este tiempo he vuelto una y otra vez a él como quien regresa a terreno bien conocido, y gracias a tal gusto he localizado a otros cultores del género que quizá hoy me gustan más, como el último Rubén Juárez y, ya lo confesé alguna vez, como Adriana Varela, pero la primera marca siempre le corresponderá, sin duda, a Gardel, ese Gardel que en la sentencia ya común, la frase que enuncia cualquiera fulano cuando habla sobre él, “cada día canta mejor”.

Nota. Ya escrita, enviada a Milenio Laguna y publicada me di cuenta de un error grave en esta columna. En la lista de canciones citadas de memoria incluí "Uno", el famoso tango de Discépolo. Dada la fecha de su composición (1943), era imposible que Gardel lo hubiera cantado, así que borré su mención. Mi inconsciente jugó chueco: quizá deseaba que esta gran pieza hubiera salido de la garganta gardeliana, e inventó el disparate. Una disculpa para Gardel, para Discépolo y principalmente para mis tres lectores.

sábado, junio 20, 2015

Lanzar como Marlene



















¿Qué puede ser Marlene Espinoza Casiano, niña de Matamoros de La Laguna, Coahuila? A sus doce años ya sabemos que tiene un talento excepcional para el deporte y que, por si fuera poco, es una estudiante ejemplar. Apoyada básicamente por sus padres, Marlene ha ganado competencias nacionales, la más reciente en la Olimpiada Nacional Escolar de Educación Básica Jalisco 2014-2015 organizado por la Conade y por la SEP; allí ganó medalla de oro en atletismo, rama femenil, categoría de nacidos en 2003. La competencia, habitual en justas de este tipo, fue de lanzamiento de pelota de beisbol, donde estableció una marca de 67.94 metros.
Sé que alcanzar casi 70 metros no es poco para una niña de doce años. Marlene ha desarrollado esa aptitud en su casa, gracias al apoyo de sus padres, y aunque la competencia que hace poco le dio una medalla nacional es de lanzamiento de pelota, la pequeña destaca en la práctica de beisbol (y por lógica de soft), futbol y carreras. Es entonces una gran promesa del deporte lagunero.
Me conmovió enormemente saber que Marlene estudia la primaria en una humilde escuela pública de Matamoros, la primaria Rosalinda Ramírez Esquivel. Allí obtiene buenas notas durante las mañanas, y en las tardes entrena guiada por su padre en la Deportiva de aquel municipio. Supe que cuando Gabino Espinoza, su padre, no puede acompañarla, el entrenamiento no cesa, pues Virginia, su madre, entra en acción y se convierte en segunda entrenadora. El caso es que Marlene siga adelante, de frente a su futuro de notable deportista.
En los juegos nacionales que ya mencioné, los celebrados en Jalisco, Marlene representó a Coahuila. Logró lo que logró por su talento, por el apoyo de sus padres y de algunos maestros, pero de todos modos compitió en desventaja. Una anécdota lo pinta todo: cuando salió a competir frente  niñas de escuelas más pudientes —algunas hasta con entrenador extranjero— , todas más desarrolladas y con ropa deportiva de alta calidad, Marlene titubeó un poco, nerviosa. Gabino, su padre, se acercó y le dijo que no se achicara, que lo importante estaba dentro de ella y no en la apariencia ni en los trapos. Y Marlene ganó el oro.
¿Cuántos niños y niñas como Marlene hay en México? Francamente creo que cientos, miles. Lo que falta, como siempre, es el apoyo, la oportunidad, el deseo familiar o institucional de no dejar que los talentos se diluyan. Desde aquí, aunque no la conozco personalmente, felicidades a Marlene, a sus incansables padres y a toda la ciudad de Matamoros, Coahuila.

Nota. En la foto que encabeza este post, la pequeña Marlene posa con Horacio Piña, el Ejote, ex pícher nacido en Matamoros, Coahuila, el primer mexicano en ganar una Serie Mundial con un equipo de las Ligas Mayores de beisbol. Aquello ocurrió en octubre de 1973 con los Atléticos de Oakland. En la Liga Mexicana el Ejote logró la máxima hazaña que puede alcanzar un lanzador: un juego perfecto. Lo logró jugando para los Rieleros de Aguascalientes en un partido contra los Diablos Rojos de México celebrado el 12 de julio de 1978 en Aguascalientes.

miércoles, junio 17, 2015

Cuestión de enfoque: una autobiografía indeclinable




















Conocí a Lupita Urbieta gracias al libro que presentamos esta noche. Mediante Leonor Lobo, su tía, recibí el original impreso en hojas de máquina y en cuanto pude comencé a leerlo. Era evidente desde el principio que se trataba de un texto valioso, de un testimonio de vida absolutamente digno de ser compartido en formato de libro. Eso ocurrió a principios del 2014, y por aquellas mismas fechas la autora me contactó por la vía del correo electrónico. Lupita había sido advertida por su tía en el sentido de que yo podía ayudarla como lector y editor, así que comenzamos a trabajar con el original. No porque estuviera mal, sino porque deseamos que quedara muy bien, dedicamos varios meses a ese trabajo. Fue, si mi bandeja de entrada no me engaña, un ir y venir vertiginoso de mails, tantos que se trata de una correspondencia que casi da para otro libro.
Lupita estaba fuera de La Laguna, creo en Querétaro, cuando emprendimos la edición. Cartas y más cartas fueron y vinieron para precisar palabras, para colocar enmiendas, para descubrir mejores soluciones a una frase, para reconfigurar un título, para escoger otra foto. Fue una labor, como ya dije, de meses, pues ambos teníamos trabajo aledaño que nos impedía concentrar toda la atención en la autobiografía. Pero avanzamos. Poco a poco íbamos viendo la luz, el nacimiento de Cuestión de enfoque. Cuando terminamos, creo que al menos seis o siete meses después de haber iniciado la edición, sentí que el diálogo había rendido frutos: el libro mostraba a plenitud la entereza, la vitalidad, las cualidades y, sobre todo, la indoblegable voluntad de Lupita Urbieta, lagunera de la que muchos podemos tomar ejemplo para entender mejor lo que estamos obligados a saber ante la misteriosa oportunidad de vivir.
Lupita fue una autora receptiva, propositiva y autocrítica a la vez. En ningún momento sentí que tuviéramos un desacuerdo que nos llevara a la tensión, y esto ocurrió desde su primera carta. Noté en su diálogo a una persona que no se deja vencer por la impaciencia, que sabe escuchar y plantear sus opiniones, y que defiende sus ideas con indeclinable respeto por las ajenas. Leí su vida tres veces y supe que estaba ante un ser humano acostumbrado no al esfuerzo ordinario, el esfuerzo común que hacemos para adquirir las habilidades y condiciones que nos permiten vincularnos con la realidad. La paciencia de Lupita está en otra dimensión. Ella ha aprendido a esperar, a lograr todo o casi todo lo que ha sido posible luego de intentar innumerables veces, pacientemente. Una anécdota resume lo que digo. Luego de varios meses de trabajar en su libro, ella me escribió este mail: “Tengo tiempo queriendo pedirle algo, no me animaba pero creo que ante las circunstancias que se están presentando [se refiere a la inquietud de muchas personas por conocer su autobiografía] me veo en la necesidad de hacerlo. Quisiera que me diera su opinión profesional con respecto al libro, de alguna manera todos los que lo habían leído me conocen pero me son importante opiniones de personas ajenas y en especial de alguien profesional como usted; ojalá pueda decirme también si le parecen acertados los cambios que acabo de hacer junto con el texto extra...”.
Desde su nacimiento, Lupita tuvo que imprimir dos, tres, cuatro veces más esfuerzo que la mayoría en cada acción, en cada aprendizaje, en la búsqueda de cada meta trazada para su porvenir. A la desventaja física supo imponer una voluntad de granito, un alma que sin importar las adversidades aprendió a sobreponerse con una solidez que muchos jamás conoceremos. Parados en una realidad que nos pone desventajas en el camino, cierto, sin embargo no estamos capacitados para saber lo que son realmente las adversidades, lo que es vivir con la necesidad permanente de librar obstáculos de todos los tamaños y a cada segundo. Podemos vislumbrar, eso sí, lo difícil que es vivir cuando las circunstancias físicas no son favorables, y tras esto tratar de entender mejor el respeto que nos merecen las personas que pese a lo que sea logran ser mensajes vivientes, lecciones de esfuerzo sin fatiga.
Cuestión de enfoque es una autobiografía escrita desde la experiencia y la sinceridad, no desde el ánimo unilateral de ser edificante. Narrada es una primera persona que jamás busca nuestra compasión, nos enseña más de lo que quizá se ha propuesto. Por eso, cuando Lupita me preguntó vía mail que qué opinaba yo de su libro, les respondí por ese mismo medio estas palabras, con la carta del 4 de abril de 2014 que sirve ahora como cierre de mi presentación:

“Lupita estimada:
Vas a recibir buenos comentarios de la gente por tres razones importantes:
1) Porque te quieren.
2) Porque el corazón de la mayoría, aunque no te conozca, es sensible a la adversidad.
3) Porque tu libro es espléndido.
No es necesario que yo lo diga, pues el libro se defenderá solo. Tu testimonio es uno de los más auténticos, dolorosos e inspiradores que jamás he leído, y sospecho que la gente así lo va a percibir. No exagero si te expreso que me conmovió muchísimo tu lucha sin descanso (literal, sin descanso) por hacerte de un lugar digno en una realidad adversa, siempre difícil. Mi opinión es, por ello, de absoluto respeto y admiración al ejemplo de vida que compartes en cada página de Cuestión de enfoque. Ya quisiéramos muchos tener tu fortaleza para encarar los problemas que la vida pone en el camino. Si así fuera, el mundo sería otro, más generoso, más limpio, más noble para todos. Adelante, pues, que he trabajado con alegría y respeto en este proyecto. Tú al final pensarás que te ayudé. Creo que te equivocas. Tú me ayudaste a mí y ayudarás a muchos cuando te lean. Felicidades y mi gratitud.
Trabajaré en lo que falta del libro este fin de semana”.

Catorce meses después opino exactamente lo mismo.

Nota. Texto leído en la presentación de Cuestión de enfoque (Torreón, 2015, 238 pp.) celebrada en el auditorio del centro comercial Cimaco Cuatro Caminos, de Torreón, el 16 junio de 2015. Estuvimos en la mesa Mary Carmen Espada, Lupita Urbieta y yo.

sábado, junio 13, 2015

Por enésima: viva México




















Me voy aparentemente por las ramas: sir Tim Hunt había sido distinguido en 1991 como miembro de la Royal Society de Inglaterra y en 1999 fue elegido como asociado externo de la Academia Nacional de Ciencias de EU. Poco después, en 2001, ganó el premio Nobel de Medicina. Luego fue nombrado Caballero en la lista de honores del cumpleaños de la Reina Isabel II de Inglaterra del año 2006. Pues bien, nada de eso le valió para salvar la chamba. En una conferencia dictada en la Conferencia Mundial de Periodistas de Ciencia celebrada en Seúl, el sir dijo, entre otras jocosidades, que las mujeres son “un problema” en los laboratorios, pues “nos enamoramos de ellas, ellas se enamoran de nosotros, y cuando las críticas se ponen a llorar”.
Tras la llegada de las declaraciones a Inglaterra, gracias esto a las redes sociales, estalló el escándalo. Hunt fue acusado de sexista, se disculpó, matizó, dijo que sólo había sido irónico, que lo descontextualizaron, pero al final tuvo que apechugar, y renunció. Ser un sir y tener el Nobel en la faltriquera no fueron escudos suficientes para protegerlo: quedó chamuscado como mosca en Insectrónic.
Desciendo ahora de las ramas y aterrizo en México: antes, durante y después de las elecciones se vieron desaseos diversos en el INE. Uno de los más notorios, el alboroto mediático que desató la llamada telefónica en la que Lorenzo Córdova decía pestes, dizque con jocosidad, a ciertos indígenas con los que tuvo la mala suerte de dialogar sobre asuntos electorales. Ya sabemos qué expelió: que hablaban mal, que eran ignorantes, que aquella charla daba para escribir otras Crónicas marcianas (¿?). Y ya sabemos también la conclusión: el tipo se disculpó con algunas maromas argumentativas y, aunque no es sir ni tiene un premio Nobel, siguió en el cargo.
Poco después, movido por los intereses electoreros de siempre, el secretario Chuayffet dijo que los exámenes planteados por la reforma educativa se “suspendían indefinidamente”. Más allá de que él fue sólo el operador o la cara visible de una jugada pensada más arriba, lo cierto es que recular un día después de las elecciones daba para, mínimo, no escuchar las razones de la “suspensión indefinida” y renunciarlo de inmediato, cuidar las formas. Pero también ya sabemos la conclusión: el secretario Chuayffet sigue en la SEP y no pasa nada.
En resumen, en otras partes un sir y premio Nobel suelta una ocurrencia sexista y lo fulminan, y aquí dos funcionarios enlodan un proceso esencial para la vida democrática de un país y siguen cobrando en su paraíso como si sólo hubieran dicho “hoy es sábado”. Por enésima: viva México.

miércoles, junio 10, 2015

La rueda del infortunio














País asombroso. Luego de no sé cuántas décadas en marcha decidida hacia el desastre, cada día con peores indicadores en todo, los mexicanos volvemos al principio y actuamos como si no pasara nada. Es, como dicen, un círculo vicioso: no pasa nada porque no actuamos y no actuamos porque no pasa nada. Y aquí seguimos, de vuelta a lo mismo aunque cada vez que volvemos quedemos en peores circunstancias. Es increíble.
Con el voto duro en las manos, sumado al voto movilizado con dádivas y al no -voto del abstencionismo y ahora también del anulado, ni un pelo se le mueve a la realidad poselectoral. Si acaso, algunos leves avances y retrocesos partidistas, pero nada que termine por evidenciar un cambio genuino en el futuro. Digamos, para no sonar pesimistas, que todo sigue como seguía: el país paralizado y la depredación con la puerta todavía abierta, cada día con menos pudor de quienes atraviesan por allí para continuar con el saqueo.
¿Y qué elecciones pueden funcionar cuando el arbitraje no es neutral y cuando los mismos partidos operan sólo para repartirse tajadas de pastel y cuando los gobiernos encaminan recursos públicos al clientelismo y cuando sólo queda un margen testimonial a la verdadera disidencia? Es poco lo que puede hacerse sobre la mesa de juego cuando se pelea en contra de tantas cartas marcadas.
El Partido Verde, por ejemplo, ya no tuvo empacho en ocultar su condición delincuente. Ni las formas cuidó al evidenciar que se trataba del brulote diseñado desde el poder para incendiar los puertos del proceso electoral. El mismísimo día de los comicios, cuando la veda propagandística debe ser respetada ya no porque lo manda la ley sino por lealtad en la contienda, los rufianes del tucán orquestaron una campaña de difusión en Twitter. Usaron celebridades —macacos de la farándula y estrellas del deporte— para simular una espontánea avalancha de apoyo. ¿Y las sanciones? Si no hubo antes, no habrá luego, así que esa gavilla de bandoleros verdes alcanzará con fondos públicos y mil triquiñuelas una buena cantidad de curules donde, entre otras cosas, seguirá alcanzando más fondos públicos y más curules, todo impune.
Otra novedad es la del Bronco “independiente”. Simulación, despilfarro, lucha entre grupos mafiosos del mismo signo, y todo esto es vendido ahora como triunfo “independiente”.
Mientras esto pasa, los intereses de México siguen al margen. Lo que vimos otra vez fue la ya muy previsible rueda del infortunio, no de la fortuna. Eso nunca.

sábado, junio 06, 2015

Ulanovsky en la gran Tenochtitlan




















—¿Usted es Ulanovsky? —pregunté al hombre que había llegado a sentarse casi junto a mí en el auditorio del pabellón argentino dispuesto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2014.
Faltaban todavía unos minutos para que comenzara la siguiente actividad organizada en el espacio usado por la comitiva Argentina, país invitado. Se trataba de una mesa compartida entre ciudadanos argenmex, argentinos que en los setenta habían llegado a México con sus padres exiliados, todos arrojados por el terrorismo de estado que echaron a andar, primero, la triple A y luego los milicos que autodenominaron su política de exterminio como “Proceso de Reorganización Nacional”. Los jóvenes —todavía jóvenes— que participarían eran Franco Vitali, Liza Casullo, Natalia Calcagno y Julieta Ulanovsky. Antes de saber que su hija estaría allí, trabé diálogo con Carlos Ulanovsky (Buenos Aires, 1943). Se sorprendió un poco de que alguien con acento mexicano lo reconociera. Para mí no fue tan difícil saber que él era él, pues en más de una ocasión oí sus programas de radio y dado que para hacerlo recurrí a internet, en la web pude ver su foto.
Mi idea era simple e impertinente. Pensé: “Es Ulanovsky, lo saludaré para ver si por su intermediación puedo hacer llegar uno de mis libros a Dolina”. Pregunté entonces: “¿Usted es Ulanovsky?”, y él afirmó que sí, que sí era, con una media sonrisa algo desconcertada. Le expliqué lo de la radio y noté que se sorprendía más. Luego, le pregunté que si de alguna manera Dolina le quedaba cerca. Me dijo que sí, que en ocasiones coincidía con él y tenían amigos comunes. Entonces le pedí el favor: “Lo que pasa es que hace poco publiqué un librito de cuentos y uno de los relatos se lo dediqué. Me gustaría hacerle llegar un ejemplar. ¿Hay manera de que pueda ayudarme? No se sienta comprometido si esto es muy complicado”. Ulanovsky entendió de inmediato la situación. Saqué el libro de mi mochila, lo dediqué a mano con mi pluma (birome, dirían los argentinos, en homenaje a Ladislao Biro, inventor de la esferográfica o bolígrafo) y se lo di. Al ver su portada, Ulanovsky reviró: “¿Y no tendrás otro para mí?”. Claro, le dije sorprendido, pues no pensé que le fuera a interesar mi narrativa sobre futbol. Saqué otro ejemplar, se lo dediqué y pensé que allí terminaba todo, pero no. Ulanovsky abrió su mochila y sacó un libro, lo dedicó y me lo dio. Se trataba de Seamos felices mientras estamos aquí, crónicas del exilio (Debolsillo, 2011). La dedicatoria era un aviso del contenido: “Para Jaime Muñoz, con sincero afecto argenmex. Carlos Ula, en la FIL, 4/12/2014”. Le prometí que lo leería con gusto y allí nos despedimos por el momento.
¿Por qué había escrito la palabra “argenmex”? Pensé que era un gesto de cordialidad binacional, pero pronto entendí que se trataba de algo más que eso. Cuando hablaron los hijos de los exiliados argentinos en México y tocó el turno a Julieta, supe lo que no sabía y de golpe quedé maravillado: Ulanovsky, el periodista e historiador Ulanovsky, había vivido seis años, su exilio, en la capital de nuestro país, y la larga crónica del libro que me obsequió era el testimonio de su paso por suelo azteca. Gracias luego a las palabras en la mesa redonda de Julieta, la hija del periodista, entendí que esos jóvenes habían pasado los primeros años de su vida entre nosotros, y que lejos de olvidarla, tal experiencia se había convertido en un poderoso dinamo de su nostalgia. Amaban a México, lo recordaban como la patria en la que abrieron sus ojos y sus oídos a la vida, y la vuelta con sus padres a la Argentina, luego de la salvaje noche dictatorial, no sólo no borró ese pasado mexicano, sino que lo amacizó hasta convertirlo en una querencia firme y bien bruñida por el recuerdo.
Cinco meses después de haberla recibido, en mayo pasado, leí la crónica de Ulanovsky con una mezcla de pasmo y alegría. Pasmo porque comprobé que el periodista repasó, casi como en una bitácora, uno por uno, los rasgos más salientes de la cultura mexicana, sus numerosos defectos y, acaso, sus más numerosas virtudes; y alegría porque —no sé la razón— me iba contentando al enterarme de que, pese a todo, mis paisanos no fueron tan malos anfitriones de los Ulanovsky y tal vez de muchos otros argentinos que llegaron luego de pasarla mal con el miedo y que la iban a pasar peor si allá hubieran permanecido.
Esta crónica del exilio tiene una estructura peculiar. Está conformada por 26 trancos, cada uno de ellos articulado en dos partes: la primera, escrita en 1982 todavía en el DF, y la segunda, escrita en 2001 —un año también traumático por razones principalmente económicas y políticas— ya en Buenos Aires. La primera parte de cada sección, digamos, es una crónica de lo (casi) inmediato, pues Ulanovsky describe aquello que ha ocurrido y sigue ocurriendo con él y su familia en la capital de México y otros puntos relativamente próximos, como Acapulco; las segundas partes —que en este caso sí son buenas— tienen una textura de memoria, de recuento, de balance sobre los años de radicación mexicana a la luz de un presente ubicado casi veinte años después.
Ante una realidad tan estimulante y barroca como la nuestra, y ante la enorme cantidad de preguntas que se hace el exiliado, Ulanovsky ha procedido con gran orden, un orden que impide el congestionamiento de la información. Así, hace recortes temáticos que posibilitan una lectura más ágil y comprensible en todo sentido. Los títulos de cada apartado ayudan también a esta claridad. Por ejemplo, el primero, “Varias vueltas posibles”, describe la persistencia de la idea del regreso y la dificultad que implicó el definitivo, cuando al volver la democracia al país de origen se abrió la posibilidad de abandonar el ajeno y concluir el exilio. Ya con una posición de periodista ganada con dificultad, Ulanovsky relata que tampoco fue fácil volver, a lo que se sumaba el hecho cierto de que en la Argentina se encontraría con otro difícil recomienzo.
Inmediatamente, en el segmento 2, “La artesanía”, el periodista explica la razón del título general del libro: es la frase ingenua, incluso mal redactada, inscrita en una modesta artesanía mexicana que se convirtió para él y su familia en una divisa de resistencia frente a la pesadumbre de la lejanía y el permanente desconcierto de no saber si la decisión del exilio había sido la mejor.
Más allá de hacer una crónica sobre la crónica, se puede ver de manera amplia que el relato de Ulanovsky es un engarzamiento de preguntas, de dudas, de vacilaciones, es cierto, pero también de certezas. El cronista mira su experiencia, como es lógico, atravesado por sentimientos polares: por un lado la aceptación, la terrible aceptación del miedo que lo obligó a salir y la culpa de saber que allá, en la Argentina, quedaba una realidad atroz como flagelo de la patria; y por otro, la gradual felicidad de haber encontrado en México un país hospitalario, lleno de oportunidades, relativamente pacífico y estable y en gran medida pintoresco hasta en sus errores.
Seamos felices mientras estemos aquí, el libro más argenmex que he leído en mi vida, es un honesto homenaje a México y es más que eso: una declaración de amor a dos realidades: una, la que recibió a Carlos Ulanovsky y su familia en el exilio; y otra, la realidad argentina que vio pasar una noche sangrientamente oscura de seis años y que hoy, pese a los descalabros, sigue mirando hacia el futuro, un futuro que de 1977 a 1983 Ulanovsky —"periodista e hincha de Racing", como dice en su espectacular página web— imaginaba preocupado y nostálgico desde un departamento del DF y frente a una flor de yeso artesanal.

miércoles, junio 03, 2015

La FIFA nostra













Como todo mundo no sabe, fui a presentar mi más reciente libro a Saltillo el fin de semana pasado y allí tuve la suerte de reencontrar y desayunar y conversar con Eduardo Milán, poeta uruguayo largamente radicado en México. Ya entrados en la charla dimos, claro, con los temas de la coyuntura y nos detuvimos un poco en el asunto de la corrupción galopante en el país. Milán comentó, palabras más, palabras menos, lo siguiente: “Si te fijas, es un fenómeno mundial terrible, el rasgo más visible del neoliberalismo salvaje; esto parece alejarnos del análisis local, pero no: simplemente es imposible examinar lo local sin pensar que hay un enorme olla en la que se guisa todo esto”.
Sé que es imposible no darle la razón, y para saber por qué la tiene podemos ver un caso concreto: el del futbol. Escándalos de corrupción van y vienen en los torneos locales de casi todo el mundo y solemos pensar que son experiencias aisladas, que nomás a nosotros nos pasa lo que nos pasa. Pero no. Si el futbol profesional acusa hoy una corrupción en las federaciones e incluso en ámbitos más pequeños, como los clubes, es porque arriba todo está podrido, todo está mediado por la voracidad económica y la corrupción.
Cierto que la FIFA es desde siempre una máquina de hacer (o de sacar, más bien) dólares, y que su espíritu deportivo equivale a nada si no se materializa en ganancias contantes y sonantes y abundantes, descomunales. Pero una cosa es ser, en esencia, una empresa, y otra convertirla en un aparato que reditúa sus principales ganancias a tipos de pantalón largo que acaso jamás patearon un balón y a quienes por tanto no les preocupa el deporte ni la salud social que puede acarrear.
Tras el escándalo de los sobornos a los funcionarios de la FIFA y tras la reelección del capo Joseph Blatter, la megafederación ha quedado casi desnuda: ya sabíamos que era un nido de ratas, pero ahora lo sabemos mejor, o al menos lo intuimos mejor, lo cual ya es ganancia en un mundo caracterizado por la opacidad.
Ahora se abre una puerta para limpiar el muladar y que la FIFA sea una empresa con un mínimo sentido humano, equitativo y decente, no la FIFA nostra que nada debe envidiar a las mejores mafias.
Si la Federación con mayor número de afiliados no aprovecha esta oportunidad (ciertamente histórica) para purgar vicios, el futbol quedará condenado a ser lo que fue durante todo el periodo blatteresco: un instrumento de control y la transnacional más grande, sucia y mezquina del planeta.