Conocí a Lupita Urbieta gracias al libro que presentamos esta noche. Mediante Leonor Lobo, su tía, recibí el original impreso en hojas de máquina y en cuanto pude comencé a leerlo. Era evidente desde el principio que se trataba de un texto valioso, de un testimonio de vida absolutamente digno de ser compartido en formato de libro. Eso ocurrió a principios del 2014, y por aquellas mismas fechas la autora me contactó por la vía del correo electrónico. Lupita había sido advertida por su tía en el sentido de que yo podía ayudarla como lector y editor, así que comenzamos a trabajar con el original. No porque estuviera mal, sino porque deseamos que quedara muy bien, dedicamos varios meses a ese trabajo. Fue, si mi bandeja de entrada no me engaña, un ir y venir vertiginoso de mails, tantos que se trata de una correspondencia que casi da para otro libro.
Lupita
estaba fuera de La Laguna, creo en Querétaro, cuando emprendimos la edición.
Cartas y más cartas fueron y vinieron para precisar palabras, para colocar
enmiendas, para descubrir mejores soluciones a una frase, para reconfigurar un
título, para escoger otra foto. Fue una labor, como ya dije, de meses, pues
ambos teníamos trabajo aledaño que nos impedía concentrar toda la atención en
la autobiografía. Pero avanzamos. Poco a poco íbamos viendo la luz, el
nacimiento de Cuestión de enfoque.
Cuando terminamos, creo que al menos seis o siete meses después de haber
iniciado la edición, sentí que el diálogo había rendido frutos: el libro
mostraba a plenitud la entereza, la vitalidad, las cualidades y, sobre todo, la
indoblegable voluntad de Lupita Urbieta, lagunera de la que muchos podemos tomar
ejemplo para entender mejor lo que estamos obligados a saber ante la misteriosa
oportunidad de vivir.
Lupita
fue una autora receptiva, propositiva y autocrítica a la vez. En ningún momento
sentí que tuviéramos un desacuerdo que nos llevara a la tensión, y esto ocurrió
desde su primera carta. Noté en su diálogo a una persona que no se deja vencer
por la impaciencia, que sabe escuchar y plantear sus opiniones, y que defiende
sus ideas con indeclinable respeto por las ajenas. Leí su vida tres veces y
supe que estaba ante un ser humano acostumbrado no al esfuerzo ordinario, el
esfuerzo común que hacemos para adquirir las habilidades y condiciones que nos
permiten vincularnos con la realidad. La paciencia de Lupita está en otra
dimensión. Ella ha aprendido a esperar, a lograr todo o casi todo lo que ha
sido posible luego de intentar innumerables veces, pacientemente. Una anécdota resume
lo que digo. Luego de varios meses de trabajar en su libro, ella me escribió
este mail: “Tengo tiempo queriendo pedirle algo, no me animaba pero creo que ante las
circunstancias que se están presentando [se refiere a la inquietud de muchas
personas por conocer su autobiografía] me veo en la necesidad de hacerlo. Quisiera
que me diera su opinión profesional con respecto al libro, de alguna manera
todos los que lo habían leído me conocen pero me son importante opiniones de
personas ajenas y en especial de alguien profesional como usted; ojalá pueda
decirme también si le parecen acertados los cambios que acabo de hacer junto
con el texto extra...”.
Desde
su nacimiento, Lupita tuvo que imprimir dos, tres, cuatro veces más esfuerzo
que la mayoría en cada acción, en cada aprendizaje, en la búsqueda de cada meta
trazada para su porvenir. A la desventaja física supo imponer una voluntad de
granito, un alma que sin importar las adversidades aprendió a sobreponerse con
una solidez que muchos jamás conoceremos. Parados en una realidad que nos pone
desventajas en el camino, cierto, sin embargo no estamos capacitados para saber
lo que son realmente las adversidades, lo que es vivir con la necesidad
permanente de librar obstáculos de todos los tamaños y a cada segundo. Podemos
vislumbrar, eso sí, lo difícil que es vivir cuando las circunstancias físicas
no son favorables, y tras esto tratar de entender mejor el respeto que nos
merecen las personas que pese a lo que sea logran ser mensajes vivientes,
lecciones de esfuerzo sin fatiga.
Cuestión de enfoque es una
autobiografía escrita desde la experiencia y la sinceridad, no desde el ánimo unilateral
de ser edificante. Narrada es una primera persona que jamás busca nuestra
compasión, nos enseña más de lo que quizá se ha propuesto. Por eso, cuando
Lupita me preguntó vía mail que qué opinaba yo de su libro, les respondí por
ese mismo medio estas palabras, con la carta del 4 de abril de 2014 que sirve
ahora como cierre de mi presentación:
“Lupita
estimada:
Vas
a recibir buenos comentarios de la gente por tres razones importantes:
1)
Porque te quieren.
2)
Porque el corazón de la mayoría, aunque no te conozca, es sensible a la
adversidad.
3)
Porque tu libro es espléndido.
No
es necesario que yo lo diga, pues el libro se defenderá solo. Tu testimonio es
uno de los más auténticos, dolorosos e inspiradores que jamás he leído, y
sospecho que la gente así lo va a percibir. No exagero si te expreso que me conmovió
muchísimo tu lucha sin descanso (literal, sin descanso) por hacerte de un lugar
digno en una realidad adversa, siempre difícil. Mi opinión es, por ello,
de absoluto respeto y admiración al ejemplo de vida que compartes en cada
página de Cuestión de enfoque. Ya
quisiéramos muchos tener tu fortaleza para encarar los problemas que la vida
pone en el camino. Si así fuera, el mundo sería otro, más generoso, más limpio,
más noble para todos. Adelante, pues, que he trabajado con alegría y respeto en
este proyecto. Tú al final pensarás que te ayudé. Creo que te equivocas. Tú me
ayudaste a mí y ayudarás a muchos cuando te lean. Felicidades y mi gratitud.
Trabajaré
en lo que falta del libro este fin de semana”.
Catorce
meses después opino exactamente lo mismo.
Nota.
Texto leído en la presentación de Cuestión
de enfoque (Torreón, 2015, 238 pp.) celebrada en el auditorio del centro
comercial Cimaco Cuatro Caminos, de Torreón, el 16 junio de 2015. Estuvimos en
la mesa Mary Carmen Espada, Lupita Urbieta y yo.