domingo, agosto 22, 2010

Fantasma de Madero



Conviene que leamos la “Nota” final antes de emprender esta breve caminata por Madero, el otro, novela de Ignacio Solares publicada en 1989. Entre otras precisiones, el narrador chihuahuense expresa allí que “El novelista comprueba con un trabajo como éste que, en efecto, la realidad va por delante de la imaginación, que no la alcanza, que no hay manera de alcanzarla”. Es cierto: si uno lee los hechos históricos en bruto, los documentos que remiten a personajes y acciones, confirma que “la realidad va por delante de la imaginación”, que un proceso como el de la revolución mexicana esconde montones de evidencias sobre el carácter fabuloso de sus protagonistas y sus hechos. La novela es, por ello, en ciertos casos, una especie de proyecto que no requiere del aderezo imaginativo para crear la impresión de sobrenaturalidad. La pura realidad de Madero y su proyecto, su lucha como apóstol civil nimbado por un aura de profeta, su accidentado gobierno y su muerte como feroz pináculo de la Decena Trágica, hacen de Madero, el otro un acabado ejemplo de novela real-maravillosa pues en lo fundamental siempre se ciñe con detalle a los hechos fiscalizables por la historia, tanto como lo hace su lejana parienta titulada El reino de este mundo.
Si algo ha encontrado Solares para contar la tragedia de Madero es, creo, el tono. Gracias al juego que consiste en crear un fantasma de Madero al lado del Madero real recién acribillado, este relato sostiene una suerte de hechizo que nos atrapa en una especie de diálogo-monólogo: el alma de Madero pregunta incesantemente al cuerpo abatido de su par, el presidente depuesto por la traición de Huerta y asesinado el 22 de febrero de 1913. Las preguntas elaboradas por el alma de Madero son las preguntas del lector a un hombre, Madero, que acaba de recibir los disparos de Francisco Cárdenas afuera de la penitenciaría a donde Madero fue conducido junto a Pino Suárez. Debido a tales preguntas el relato avanza y nos envuelve en la compleja trama de pasiones e intereses que movieron al demócrata nacido en Parras.
Ignacio Solares es una de las cartas más pesadas de la literatura norteña; aunque radica desde hace muchos años en la capital del país, la cédula que ofrece Punto de lectura, la colección de Alfaguara donde han sido reeditadas muchas de sus obras, señala que nació en Ciudad Juárez, en 1945. Es autor de las novelas Delirum Tremens, Madero, el otro (traducidas al inglés), La noche de Ángeles (Premio Diana Novedades, 1989), El gran elector, también llevada al teatro y por la que obtuvo el premio a la mejor obra del año otorgado por las tres asociaciones teatrales de México. Entre sus novelas destacan Nen, la inútil (Premio Fuentes Mares 1996), Anónimo y Casas de encantamiento (Premio Magda Donato, 1988). Actualmente es director de La Revista de La Universidad Nacional Autónoma de México. (Ignoro por qué no añade Columbus en esa producción narrativa, pues se trata de una de sus novelas más celebradas).
Vemos con esto que detrás de Solares hay una trayectoria sólida y al menos tres o cuatro novelas con intereses frontalmente histórico-políticos entre las que destaca, a mi tímido parecer, Madero, el otro. Compuesta en 64 trancos y la susodicha nota final, su mayor mérito está, como ya dije, en el tono, en su resonancia. Tal es, creo, uno de los valores sobresalientes de cualquier novela que aspire a quedarse en la memoria del lector: si carece de un tono envolvente, si no embruja con una cierta música, puede ser leída, pero al final pasará sin haber marcado una huella peculiar en el ánimo del receptor.
La novela de Solares nos hechiza porque en la lógica del espiritismo practicado por Madero justo es (en ningún otro caso lo sería tan justamente como aquí) que el relato sea narrado por un alter ego, un Otro, el fantasma del parrense brutalmente asesinado. Toda esta historia es, pues, en el fondo, un monólogo o, si se quiere, un diálogo frustrado: el fantasma habla, pregunta, inquiere al recién acribillado y en los grandes intersticios —si se puede decir así— de este monólogo-diálogo sin diálogo se cuela todo el contexto de una vida, la del Madero real que nació en Coahuila, que fue inquieto, rico, corto de cuerpo pero grande de ánimo, piadoso, tenaz, justo, ingenuo, inseguro para actuar con dureza y firme siempre, pese a las circunstancias, en la idea de construir un país mejor.
Gracias a Solares nos adentramos en el alma de un personaje canonizado por la historia y advertimos que sus defectos fueron grandes, sobre todo el de la indecisión y el de la inhabilidad para afilar el colmillo y detectar a los traidores. Nunca, sin embargo, esas limitaciones lograron ser más grandes que las virtudes de este personaje entrañable, acaso el héroe nacional más querible de cuantos alberga nuestro santoral laico.
Instalados desde el principio en el juego literario, el recién ejecutado yace y comienza así la revisión de su pasado. El fantasma que fiscaliza sabe que hay una catarata de preguntas por hacer y de vicisitudes por revisar. Nunca es ligero, no le da por su lado al presidente lleno de balazos. Lo cuestiona, le hunde el bisturí de la duda para sacar en claro si todo lo realizado ha valido la pena y ha sido lo correcto, si no fue una gran equivocación de la historia que ese ser humano frágil como un pájaro cayera en una silla siempre merodeada por las peores hienas, por los más feroces chacales.
Gracias al recurso del narrador afantasmado Madero, el otro crea la ilusión de relato compacto porque la segunda persona nunca abandona el vocativo “hermano” (“Vamos, hermano, ha pasado un instante del disparo del .38 Smith & Wesson”). Cuando ese vocativo no aparece es sólo para no desembocar en la monotonía, pero uno lo presiente en cada rincón de la historia. El fantasma no habla a los lectores, sino al cuerpo exánime de un hombre que es víctima de una calamidad histórica cuyo desenlace no acabamos de ver claro todavía, dado que desde entonces no hemos tenido un presidente electo en condiciones plenamente democráticas. Al dibujar la figura de Madero, la novela lo que hace es delinear el tema/problema más importante de la historia política de México: el de la democracia. ¿Hasta dónde hemos sabido construirla? ¿La tenemos o sólo hemos vivido simulacros? ¿Es posible hablar de democracia en un país donde reina la desigualdad económica? ¿Somos capaces de organizar elecciones equitativas? ¿Cuántos gobiernos espurios hemos padecido desde de la felonía de Huerta?
Los balazos de Francisco Cárdenas a Madero, perpetrados al lado del sedán Protos donde cayó el presidente mártir, son en suma la metáfora de otras acciones parecidamente brutales infligidas contra otros tantos intentos por edificar un régimen democrático sin sombras de falsedad. Madero, el otro puede ser leída en suma como alegoría del asesinato recurrente contra la democracia mexicana.