sábado, agosto 03, 2024

Grillete 24/7

 














Uno de los asertos más socorridos y muchas veces pedantes de la crítica formal, llamémosle académica, es que la reseña de libros importa un reverendo pepino, pues no profundiza y es meramente cutánea, de ahí que sea lícito minusvalorarla, tenerla en muy muy poco o de plano en nada. Por el espíritu y la extensión de la reseña bibliográfica, claro, y porque su destino —la prensa— así lo exige, no profundiza, sino expone una idea con rapidez, sobrevuela un material y con ello desea motivar en los lectores la posibilidad de que tal o cual libro ingrese a sus zonas de interés. Pedir más al reseñista es cargar en su lomo aspiraciones que no le conciernen.

Así, gracias a que mi radar detecta el vuelo bajo de los reseñistas, he llegado a libros estimables. Un caso puede ser 24/7. El capitalismo tardío y el fin del sueño (Paidós Entornos, 2015, Buenos Aires, 152 pp., traducción de Paola Cortés-Rocca), obra sobre la cual leí un breve comentario hace como cuatro años y de inmediato trepé a mi menú de potenciales. Luego hallé el libro en la FIL Guadalajara 2022, pero me pareció caro y omití el tarjetazo. Después, en mayo de este año, me lo topé usado con los buquinistas del parque Centenario de Buenos Aires a tres mil pesos argentinos, lo que al cambio de aquel mes equivalía a sesenta miserables pesos mexicanos (tres dólares), así que de inmediato lo eché al morral.

Tras leerlo agradecí la reseña que me lo puso en el camino. Es un gran, de veras gran gran libro, quizá el mejor que insumiré en 2024. Su autor es el norteamericano Jonathan Crary, profesor de Teoría y Arte Moderno en la Universidad de Columbia, y autor además de libros como Las técnicas del observador: visión y modernidad en el siglo XIX, Suspensiones del observador y Tierra quemada. Hacia un mundo poscapitalista.

Magistralmente prologado por el sociólogo Christian Ferrer, destaco de él cuatro afirmaciones sobre el trabajo de Crary referido a su exploración de las nuevas tecnologías de la comunicación: Una: “No habrá momentos de paz o de pausa, pues los ámbitos de trabajo, consumo y entretenimiento, la información y la gestión narcisista de la propia imagen se integran y coaligan entre sí en una misma temporalidad a lo largo de un mirador orbicular. Ya no habría ‘afueras’ [de internet, reitero]”. Dos: “Inducir a las poblaciones, quizá por medios farmacológicos, a no dormir a fin de que trabajen y consuman ininterrumpidamente es la fantasía definitiva del capitalismo y hay indicios suficientes de que muchos científicos en demasiados laboratorios se afanan en lograrlo, y de que la imaginación de este tiempo comienza a aceptar esa posibilidad. Cabe intuirla como una maldición que, si se cumple, podría volverse irreversible. El daño resultante sería incalculable”. Tres: “la mayor parte de las interacciones en red tienden a hacer que el individuo se vuelva compatible con las rutinas y pautas del trabajo y el consumo”. Y cuatro: “La sola disconformidad o siquiera la menor suspicacia con respecto a los desmanes causados por los procesos técnicos o sus menoscabos a la vida afectiva de la población le ameritan a quien se atreva a difundirla poco menos que el sambenito de hereje”.

En efecto, el hereje Crary espiga los rasgos adquiridos por la sociedad de nuestro tiempo debido al desarrollo del capitalismo desde su etapa industrial. La vigilancia y el castigo de los siglos XIX y XX, representados por la fábrica, la escuela y la penitenciaría (que introdujo el modelo del panóptico) como espacios ad hoc para ejercerlos, pasó a convertirse en lo que a su vez Bauman y Lyon han denominado “vigilancia líquida”, es decir, aquella que parece menos severa pero es ubicua gracias a la superabundancia de cámaras, bases de datos, interacciones por trabajo, entretenimiento y consumo, lo que asimismo supone la voluntaria “autodelación” del individuo que hoy deja, aquiescente, sus huellas digitales, faciales, oculares, laborales, familiares, intelectuales y pasionales por todos lados, como ocurre en esas aplicaciones que nos piden fotos para luego añadir en ellas caritas de conejo, gato o del mismo usuario pero más joven, más viejo, más caricatural o más hollywoodense, todo ello generado con infalible ridiculez.

Crary explica en 24/7 el desarrollo del control social y el manejo de la temporalidad trabajo-descanso. Allí está la vértebra de su exposición: hasta hoy, el pespunteo entre trabajo y descanso (necesario para restaurar fuerzas) era posible; los sistemas actuales de comunicación, empero, han alentado la posibilidad de que todo quede dentro de la órbita del trabajo y el consumo, y el anhelo de todo esto es que el descanso —el sueño, el recogimiento íntimo, la desconexión— también sea infiltrado por el trabajo, el entretenimiento y el consumo sin orillas o sin “afuera”, como dice Ferrer, o, como señala Crary, con el fin de que se convierta en “un universo con un botón de encendido para el cual no existe un botón de apagado”, un mundo 24/7 que “no elimina experiencias externas o independientes, pero las empobrece y las reduce”, tal y como se puede apreciar en los espectáculos “históricos” que el público no ve, pero sí graba, o con las demandas remotas e indoloras de firmantes que jamás pondrán el cuerpo ni para el más tibio mitin.

Además, propicia otras desconfiguaraciones, como lo anota en este párrafo: “Las formas de control que acompañaron el surgimiento del neoliberalismo en la década del noventa eran más invasivas en sus efectos subjetivos y en su destrucción de las relaciones compartidas y basadas en lo colectivo. La modalidad 24/7 presenta la ilusión de un tiempo sin espera, de una instantaneidad a la mano, de un tener y un conseguir aislados de la presencia de los otros. La responsabilidad respecto de otras personas que implica la proximidad ahora puede evitarse con facilidad a través de la gestión electrónica de las propias rutinas y los contactos diarios. O quizá más importante aún, la temporalidad 24/7 ha producido una atrofia de la paciencia y el respeto que son esenciales para cualquier forma de democracia directa: la paciencia para escuchar a los demás y esperar el turno para hablar”.

El trabajo, la vigilancia, la televisión precursora del embrutecimiento, el consumo, la desacreditación de las luchas colectivas, el infantilismo ante el espectáculo, la adicción a las anestesiantes redes y, en suma, “el asalto a la vida cotidiana”, todo apuntala el control y la anulación del quehacer político comunitario (real, no virtual) y la domesticación del individuo convertido en dócil usuario de la tecnología digital. Sólo falta por invadir el rejego territorio del sueño, pero hacia allá se encamina el dominio. Si eso se consigue, o si esto ya se consiguió, el neoliberalismo o como queramos llamarlo habrá alcanzado la más alta sofisticación conocida “para la gestión y el control de los seres humanos”, para su conversión en zombis de tiempo completo con el paradójico efecto de que se sientan libres y felices.

El repaso de Jonathan Crary es accesible, aunque también es verdad que tiene pasajes densos. Lo que al final queda claro es que el propósito es retener 24/7 nuestra atención, apoderarse de nuestra subjetividad, engrillarnos a las redes no con el fin de que la sociedad crezca y sea mejor con el acceso a la ciencia y la cultura, sino que la vida humana individual, fragmentada, insomne y molida por la estupidez, se diluya en los albañales de Peso Pluma, Karely Ruiz y Brincos Dieras, por citar sólo tres ejemplos de la más macuarra inmundicia aportada por nuestro país.

Espero que esta reseñita los aliente a buscar 24/7, un libro ciertamente aterrador aunque escrito con la serenidad del médico forense que examina los restos de un cuerpo recién atropellado por el tren.