Desde
hace algunos años decayó hasta desaparecer mi esfuerzo por ver en vivo los
deportes en la televisión. Esta es una más de las reacciones de mi rejego yo a
la noción de novedad y culto de la inmediatez: no me interesa ver primero o
enterarme de nada antes que nadie. Llegar tarde, ver después, es mi decisión
frente al furor que causan el nuevo libro, la nueva película, el nuevo
acontecimiento, la nueva aplicación, el nuevo celular, el trending topic.
Esta
es la razón por la que sólo vi flashazos de los Juegos Olímpicos, todos en
calidad de noticias sobre hechos consumados. Me atuve a YouTube (vaya rima) y a
los videos cortitos encontrados a la vera de la navegación internética.
El
medallero final dejó a México muy abajo sólo por no haber conseguido una presea
de oro. Esto motivó una cauda de críticas, muchas inmerecidas, a deportistas y
autoridades, como si obtener medallas fuera enchilar flautas y lo único digno
de vítores. No sé con cuántas nos conformaríamos, pero es una realidad que
nunca serán muchas.
Hay
deportes, creo, en los que las medallas nos están vedadas, más allá de que de
vez en vez nos aparezca un garbancito de a libra. En el atletismo, por ejemplo, o en la natación, pese a que alguna vez Felipe Muñoz nos dio el oro. Esto me lleva a
pensar en las posibilidades del apoyo, si se otorga: una, dar la espalda a los
deportes en los que jamás ganaremos medallas y apoyar sólo a las disciplinas que
han sido fértiles, como marcha, box, clavados y tiro con arco. Otra, respaldar,
o tratar de respaldar, a todos los deportes tanto como sea posible y de manera
equitativa. No es una elección fácil.
Si
el asunto quedara en mí, empujaría la segunda posibilidad, es decir, la de (tratar
de) apoyar todas las disciplinas, incluidos los 100 metros planos. ¿Por qué?
Porque en el exitismo actual parece que sólo es aceptable la llegada a la cúspide,
y en el caso de los deportes no sólo existen las olimpiadas. También hay
competencias nacionales y continentales, y hay marcas locales que no por bajas,
comparadas con las olímpicas, dejan de ser meritorias.
Más que ver el medallero, habría que revisar, de entrada, si nuestros deportistas mejoraron los récords mexicanos. Por allí podríamos empezar, no sepultando a nuestros atletas.