“Voltaire
sostenía que el respeto de un pueblo se refleja en la atención y en el
cuidado que los vivos tienen hacia la última morada de sus deudos”, dice
Antonio Guerrero Aguilar casi en el arranque de “Los entierros en el noreste
mexicano”, ensayo (disponible gratis en la página de la Secretaría de Cultura
de Coahuila) que indaga en las ceremonias funerarias de los estados de
Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, trabajo que da pie a la reflexión de lo que
hoy implican los rituales mortuorios, pues es claro que nuestra relación con la
muerte y con la ceremonia de despedida es histórica y, por ello, no ha permanecido
inmutable por más que el acabamiento biológico sea el mismo.
En su estudio, el investigador indaga en los cambios
acontecidos primero en el espacio a donde van a parar los restos y cómo las Leyes
de Reforma determinaron que el gobierno, casi siempre municipal, sucediera a la
Iglesia en el manejo de los panteones. Este cambio, en apariencia pequeño, modificó el destino último de los
difuntos, quienes ya no fueron depositados en contigüidad con los templos, sino
en las afueras de los pueblos.
La visita a los cementerios, así, motivaba
un recorrido más largo y la amplitud del espacio abrió la posibilidad de
construir evidencias de apego más grandes, elaboradas y hasta lujosas. El
crecimiento geográfico y demográfico de las ciudades y el paso del tiempo provocaron
la desaparición de muchos panteones y la aparición de otros de carácter
privado, lo que hoy representa un negocio muy rentable del mundo moderno.
Como ya señalé, “Los entierros en el noreste
mexicano” permite asomarnos a la historia de los rituales mortuorios de la
tradición judeocristiana y abre la posibilidad, de paso, para que recordemos
nuestra relación con esos ámbitos también llamados “camposantos”. Creo que, sin
mucho temor a errar, las personas de mi edad o un poco menores pertenecemos a
una generación que quizá será la última vinculada alguna vez a los cementerios.
La negación a aceptar la vejez y la muerte, aunado a la comercialización/modernización de los espacios mortuorios, ha provocado que los jóvenes no quieran tener ya ningún trato con los cementerios, zonas de reunión habitual en el pasado. He visto incluso que cuando deben dar un pésame (a un maestro, por ejemplo) sufren mucho porque han quedado muy lejos del ritual. Pueden dar unas palabras de solidaridad, pero jamás ir a un panteón.