Releer
no tiene disculpa frente al pavoroso número de libros parados aburridamente en
la fila, sin atención. Veo los estantes de todo lo que aguarda la visita de mis
ojos y siento que “defraudo una espera”, como escribió Zitarrosa a propósito de
otro tema. Pero a veces, sin querer queriendo, como reza la sentencia
chespireana, un libro ya atendido vuelve como capricho y exige un nuevo
recorrido.
Esto
me pasó en la primera semana del año con La
novia de Odessa (Emecé, Buenos Aires, 2001), libro de Edgardo Cozarinsky
(Buenos Aires, 1939) que en 2021 me provocó, al concluirlo, una madrugada de
alucinaciones impregnadas de su estilo literario y de sus melancólicos fantasmas.
Volví a tomarlo con la sospecha de que no era para tanto, de que sus páginas no
me resultarían tan meritorias, y que por ello una segunda lectura me dejaría la
tranquilidad de saber que aquella madrugada alucinante, afiebrada, había sido
un percance de lector desprevenido.
Erré.
Otra vez, las páginas de Cozarinsky hicieron su labor y me ciñeron a un
universo de personajes atrapados en una tristeza (más bien, reitero, en una
melancolía) indefinible y puestos a vivir sobre las páginas con una prosa (vaya prosa) fortalecida
por imágenes y pequeños rodeos que colman de inquietud cada renglón.
Mi
cuento favorito es el que da título y tono al volumen, “La novia de Odessa”, el
primero, al cual no vacilo en adherir la etiqueta de obra maestra. En este relato está agazapado, por así decirlo, todo el conjunto:
historias de migrantes, de exiliados, de seres que exploran en su borrosa
genealogía y en ese trance vislumbran un pasado que sólo puede ser reconstruido
conjeturalmente, en inciertos retazos. El volumen reúne diez cuentos, y me
cuesta elegir los más gratos por la sensación de que discrimino mal. Arriesgo
que “Literatura”, “Bienes raíces”, “Días de 1937”, “Budapest” y “Hotel de
migrantes” son imprescindibles para mí, pues en ellos late lo que ya señalé: un
viaje al pasado desde el presente de algún personaje, por lo común
judío, puesto a fraguar un collage
con recuerdos nebulosos.
Supongo que en México muy pocos han leído a Edgardo Cozarinsky, quien también ha sido cineasta; recomiendo leerlo y luego de esto, como yo, quizá también releerlo. Así de bueno es.