Además
de la aparición de arrugas, canas y dolores físicos, otra de las desventuras
que acarrean los años es la sensación de que el tiempo se evapora a una
velocidad inaudita: mientras la niñez ha caminado sobre nosotros a paso de
tortuga, en la edad avanzada los años parecen galopar en nuestra percepción y
nos llevan a considerar que la vida restante será muy corta, casi un parpadeo.
Esta reflexión apesadumbrada me embosca al ver que hace dos años ya, en enero
de 2022, partió el poeta y periodista Alfredo García Valdez (Cedros, Zacatecas,
1964).
Aunque
zacatecano, Alfredo desarrolló casi todo su trabajo de escritura en Saltillo.
Allí ejerció el periodismo sobre todo cultural y, lo más importante, allí urdió
una obra literaria cuya mayor peculiaridad, para mí, estuvo siempre signada por
el cuidado obsesivo de la forma, esto en un grado de perfeccionismo inhabitual en
quienes combinan la escritura atrabancada del periodismo con el trabajo ceñido
a lo poético.
Como
ocurre a casi todos los escritores afincados en provincia, los libros de
Alfredo no son de fácil localización. Por suerte, sin embargo, hay uno muy a la
mano: Doctrina
de varia melancoholía, volumen publicado por la Secretaría de Cultura
de Coahuila en cuya web es ofrecido gratis en formato PDF. Se trata de un
racimo de poemas —la mayoría cortos— en los que el autor expresa emociones que
oscilan entre la acritud y la resignación. Con un despliegue de imágenes
imparable, los poemas llegan incluso a rozar el sarcasmo, pero no para
granjearse nuestra sonrisa, sino para movernos a pensar en la inevitable catadura
de la vida cuando se le mira desde la vigilia: todo lo que nos rodea es
incierto, nuestra propia existencia está permeada por el sinsentido, lo que
creemos sólido se diluye apenas lo bordeamos con la razón.
Desde que la leí por primera vez en el amanecer del milenio, la obra de García Valdez me pareció ajena a nuestra época; ha sido escrita por una mente que habitaba en otra música, en la fidelidad por ciertos poetas mayores como Darío, López Velarde y González Martínez, de ahí la sensación de extrañeza que sus versos, muchos todavía rimados, nos produce. Su obra es sin duda una de las más peculiares que ha dado Coahuila en las décadas recientes, y así sea en silencio, sin hacerse notar, sus pocos lectores lo tendrán presente como yo en este momento.