Como
pocas, como ninguna, la ironía es un tropo de excelente rendimiento. Según la
definición de Helena Beristáin (Diccionario
de poética y retórica, Porrúa, México, 1988), es una “Figura de pensamiento
porque afecta a la lógica ordinaria de la expresión”. Para entender el gesto
irónico es fundamental el contexto compartido de los interlocutores, el hecho
de que estén en la misma sintonía mental para que uno entienda que lo dicho por
el otro debe ser decodificado al revés, no en sentido estricto.
“Quizás
Obregón 73 sea arrasado con todo y placa para que ocupe su lugar un
estacionamiento-taquería de los que tanta fama y belleza han dado a la Ciudad
de México”, escribió José Emilio Pacheco en una carta a José Luis Martínez. Sin
contexto, la afirmación no se deja descifrar como ironía. Es necesario decir
pues que se trató de una carta abierta del poeta y ensayista para solicitar el
rescate de la casa donde vivió López Velarde en la Ciudad de México. La frase
observa irónicamente que si las autoridades no rescataban el inmueble, se
convertiría en un esperpento, en un “estacionamiento-taquería”, por lo que
“fama y belleza” operan allí como pinchazos irónicos. Este ha sido un ejemplo.
Entre
las características más salientes de la era del vacío lipovetskiano se
encuentra el humor como flecha y como blanco, como presencia ubicua en la
realidad mediática. Esto significa que hoy vivimos en el universo de la risa en
todas sus modulaciones y variantes, en la gracejada perpetua, en la catarsis
como dogma de vida cotidiana. Por esto el exitazo de las plataformas como Whastapp
y TikTok, dispositivos que viabilizan lo humorístico a un ritmo frenético. Esta
tendencia es ya el eje de la industria cultural: lo que divierte, lo que
entretiene, lo que relaja y no se “azota” con análisis de cierto espesor o
dramatismo, es lo que pasa a tener posibilidades de viralización, anhelo final
de todo “contenido”.
Pero
una cosa es la guarrada obvia en pos de la risotada y otra el guiño de la
ironía. Por supuesto, cuando el humor se emboza y toma el camino de la sutileza
es mucho más exigente, demanda del espectador una disposición espabilada. En
este caso, el manejo atinado del instrumental lingüístico es imperativo. Voy al
ejemplo.
En
el mundo de la autoayuda o del llamado “emprendedurismo” (horrible palabra) el
vocabulario habitual acumula expresiones como “liderazgo”, “esfuerzo”,
“lealtad”, “disciplina”, “imaginación”, “sueño”, “lucha”, “emprendimiento”,
“innovación”, “vocación”, “trabajo”, “tenacidad”, “triunfo”, “éxito”, “respeto”
“cambio” y todas sus variantes serias. Decimos: “Bill Gates no dejó de trabajar
y desde cero persiguió su sueño con una vocación que al final lo llevó a
conquistar el éxito”. Las palabras aquí tienen un uso estricto, pero servirían
igual, sólo que en clave irónica, si cambiamos el nombre y el apellido:
“Joaquín Guzmán no dejó de trabajar y desde cero persiguió su sueño con una
vocación que al final lo llevó a conquistar el éxito”.
Esta
inversión irónica del argot exitista es esencial en Los capos de la mafia (2023, Ron Myrick) documental disponible en
Netflix. Vi sólo su primer capítulo, el que aborda los empeños de Al Capone
para convertirse en Al Capone. El producto audiovisual trabaja con la arcilla
de la maldad encarnada en el popular Caracortada, pero la voz narrativa hace el
abordaje de la biografía con el vocabulario del “emprendedurismo”, como si la
mafia abrazara (¿o sí?) los criterios usados en el capitalismo para medir el
éxito de sus personeros más salientes, llámense Bill Gates, Jeff Bezos o Elon
Musk.
El
documental sobre Capone no parece bromear; en efecto, señala que el mafioso
acató pautas empresariales para trepar a la coronilla del poder. La narración
avanza por ello como apología del crimen, como relato para que el espectador se
autoperciba “loser” y sepa que para sacudirse tal condición es necesario que
siga los consejos del manual del perfecto mafioso, el mismo que observó Capone
como si se tratara del decálogo mosaico.
“¿Listo
para comenzar tu propio imperio?”, es la pregunta detonante ofrecida por el
video, y luego viene la guía: “Aprende de los mejores”, “Llévate bien con tu
superior”, “Sé leal”, “Defiende tu título”… es decir, las reglas aplicables a
la lucha entre empresarios, los mismos códigos, sólo que muy “al margen de la
ley”.
Como los horóscopos, el vocabulario de la autoayuda, el echaganismo y la superación personal puede cuadrar a quien sea, de ahí que si aceptamos que es fundamental seguir nuestra vocación y es imprescindible no renunciar a nuestros sueños, Capone puede ser considerado hasta hoy, irónicamente, un modelo a seguir para trascender nuestra calidad de perdedores.