Hay
una inquietud que con frecuencia me comparten
en persona o mediante el mail o el teléfono: cómo publicar un libro. Varía mucho quien pregunta, y pueden ser el
autor del libro o el padre, tío, abuelo, primo, amigo, vecino, hijo, nieto del autor. La edad de
quien escribió el material susceptible de convertirse en libro puede ser la que
sea, y también la profesión, el género, la solvencia intelectual y la posición
económica. Las combinaciones son numerosas, pero su común denominador es básicamente
el mismo: todos ignoran qué hacer para publicar un libro.
Vamos
a descartar de estas variantes a dos tipos de autores: los que por su
trayectoria, fama, prestigio y/o número de libros publicados tienen a merced un
montón de editoriales comerciales ávidas de publicarles, como, pongo dos ejemplos
descomunales, Mario Vargas Llosa o Shakira. La colombiana, que yo sepa, no ha
publicado un libro, pero si lo escribiera no tendría que preocuparse de nada,
pues cualquier editorial poderosa se lo contrataría y haría todo (incluso
escribirlo). El otro caso descartable sería el de quienes sin ser Vargas Llosa
o Shakira se dedican a escribir, tienen contactos en editoriales o saben que
ciertos gobiernos y demás instituciones oficiales publican de vez en cuando.
Ellos no tienen la inquietud que mencioné al principio, han aprendido a moverse
en el mundillo cultural y no falta incluso que los inviten a publicar.
Para responder, pues, la pregunta disparadora de este apunte voy a proceder de manera muy general. Imaginaré a alguien que por primera vez escribe algo. En este caso no sabe nada sobre el proceso editorial, sólo tiene un archivo de Word con 150 cuartillas, por decir una cifra. Lo primero que se le debe preguntar es qué desea obtener con el libro. Es una pregunta que parece boba, pero no lo es tanto: se plantea porque algunas personas aspiran a ganar fama y dinero con su libro, y otras sólo a publicarlo. Si se desea lo primero, en un ingente número de casos se trata de una aspiración delirante. Quizá leyeron una nota sobre lo que ganó J.K. Rowling con su saga de Harry Potter y piensan: “Yo puedo hacer eso”, y lo intentan, escriben una historia y piensan que ser J.K. Rowling consiste nada más en escribir y ya, sin considerar ninguna de las mil combinaciones que llevaron a la creadora del Colegio Hogwarts a conseguir el codiciado éxito. No me gusta derrumbar sueños de ningún tamaño, pero escribir porque luego de escribir sobrevienen sin remedio el prestigio y la fortuna es más ilusorio que aspirar a ser Pavarotti luego de fungir como vocalista de La Trakalosa. Quien publica debe saber de entrada que tal vez no vaya a leerlo ni dios y, por ende, que sus ganancias económicas serán extraodinarias, pues se reducirán a cero.
El
otro caso es el de quienes sólo desean publicar su libro sin ambicionar nada
extra, quienes quieren cristalizar el anhelo de ver materializado el fetiche
llamado libro y así, quizá, cerrar el círculo cursi según el cual también es imperativo tener un hijo y plantar un árbol. Se trata de una apetencia legítima, sin duda,
y para satisfacerla se pueden seguir tres caminos.
El primero, tratar de buscar un dictamen favorable en una editorial comercial, institución que es una empresa y, por ello, para invertir en libros usa criterios de mercado ajenos por completo a la misericordia. Es una senda tortuosa, pero viable. Hay que enviar el libro y esperar lapsos kafkianos para recibir, en casi todos los casos, una negativa. A veces la respuesta es rápida: cuando la editorial indica, sin pelos en la lengua, que no recibe propuestas, es decir, que no hace obras de caridad.
El
segundo es tratar de encontrar una institución pública (gobiernos, centros
culturales, universidades…) que tenga presupuesto para publicar. Puede ser que
aquí la cosa prospere, pero si es así es necesario olvidarse de cualquier
ganancia económica para el autor. Su ganancia será publicar, si es que el
proyecto cuaja.
Y
última, autofinanciar el libro. En este caso el autor debe saber que el proceso
para llegar a la satisfacción de su deseo, el libro, no es del todo económico,
pues es recomendable pagar a un editor y luego la maquila del libro. No anoto
nada sobre los costos totales, dado que dependen de muchísimos factores, como la urgencia, la calidad del editor, el desaseo o la pulcritud del manuscrito, el tamaño, el tiraje y los materiales del libro apetecido. Lo cierto
es que hacerlo motu proprio provoca
con frecuencia desaguisados bibliográficos.