En
el habla cotidiana e incluso en la escritura hay una permanente filtración de
errores provocados sobre todo por la falta de esmero. Son varios y de muy
variada índole. Para no demorar su ejemplo, cito sólo quince casos útiles para
regarla.
El
adjetivo “álgido”, que significa frío, suele ser usado para enunciar lo
contrario: “Estaba en el momento más álgido del combate”, un lugar común, por
otro lado. Si bien la RAE admite su uso como “periodo crítico o culminante”,
por su etimología (cercana a “gélido”) da una idea incongruente. Lo propio
sería, tal vez, el “momento más tórrido del combate”.
Pingüe
(abundante, copioso) es una palabra asombrosa. También es adjetivo, y algo
tiene que obliga a pensar en pequeñez. La frase hecha es “obtuvo pingües
ganancias”, donde significa “abundantes”, no “escasas”.
Una
vez escribí “ilación” (“si seguimos la ilación de este argumento…”) y me
indicaron que faltaba la “h” de “hilo”. No es así. Viene del latín “illatio” y
significa “Acción o efecto de inferir una cosa de otra”.
Con
tenaz frecuencia es mal usado el verbo “infligir” (“causar daño” o “aplicar un
castigo”) y se permuta por “infringir” (“quebrantar leyes, órdenes”).
“Haber
qué pasa” se usa erróneamente como verbo y no como locución adverbial (“a ver”):
“Vamos a ver [a mirar] qué pasa”. Pese a ser monstruosa, esta pifia es de uso
común en las redes sociales.
“Cónyuge”
(que etimológica y trágicamente significa “compartir el mismo yugo”, cum, con+iugum,
yugo) suele ser pronunciada “cónyugue”, con “u” intermedia. Hay que evitarlo y
pronunciar la “g” como “j”.
Es
despiadadamente usual que la interjección “ay” (“¡Ay, me pegué!) sea escrita
con “h” inicial, como si derivara del verbo haber: “Hay manzanas”. Un horror.
Al
adverbio “sobremanera” (“en extremo, muchísimo”), usado frecuentemente en la
escritura que desea parecer culta, suele anteponerse la preposición “de”: “Me
interesa de sobremanera”. Hay que quitarla: “Me interesa sobremanera”.
La
locución adverbial “sobre todo” es escrita sin espacio intermedio: “sobretodo”,
correcta cuando nos referimos a la prenda que lleva ese nombre: “Se puso el
sobretodo y salió a la calle”. Cuando cumple funciones de adverbio es necesario
separar: “Dijo sobre todo que no compraría un sobretodo”.
Dado que en el mundo académico mexicano hay
facultades de Filosofía y Letras, algunos creen que son una sola carrera:
“Quiero estudiar Filosofía y Letras”. Lo recomendable en todo caso es estudiar
Filosofía o Letras, pues son dos carreras distintas.
“Adolecer” no es sinónimo de “carecer”: “Esa
escuela adolece de buenos maestros”. Mal. El significado más puntual de
“adolecer” es “tener o padecer algún defecto”: “Ese médico adolece de negligencia”.
Alguna vez me dijeron que el Che Guevara era
“reaccionario”, “porque reaccionó contra el imperialismo”. En el lenguaje de la
política, la palabra “reaccionario” designa algo diametralmente opuesto al Che:
“que tiende a oponerse a cualquier innovación”, casi como sinónimo de “conservador”.
Incluso a maestros he oído conjugar mal el
verbo “forzar”: “Esto nos forza a cambiar”. Así parece italiano. Lo correcto es
conjugarlo como se conjuga el verbo “colgar”: “cuelga” [note la “u”], no
“colga”. “Esto nos fuerza [note la “u”] a cambiar”. Al verbo “soldar” le pasa
lo mismo: no es “solda”, sino “suelda”: “Si el hueso no suelda, volveremos a
operar”.
Al verbo “echar” con frecuencia se le adhiere
“h” inicial. Tremendo yerro, pues nada tiene que ver con el verbo “hacer”: “Me
voy a echar un café”. Las frases con este verbo suelen ser toscas: “Estaba
echado en el piso”, “Se echó un pedo” y otras de peor envergadura.
“Control” y “carácter” son dos palabras a las
que solemos cambiar la sílaba tónica. No es infrecuente oír, por influencia del
inglés, “cóntrol”, y “caracter” quizá porque en plural el acento se le recorre
una sílaba, “caracteres”. En todo caso, siempre debemos decir “control” (“Control-alt-suprimir”)
y “carácter” (“A mi teclado se le estropeó el carácter ‘a’”).