En la página 62 de Y
retiemble en sus centros la tierra, novela de Gonzalo Celorio que comenté
hace poco por estos mismos rumbos, el protagonista camina por el centro
histórico de la Ciudad de México y en su ambulancia reflexiva se detiene a
pensar en nuestro himno, un himno que se niega a ser bien memorizado. Al
explicar el anómalo plural “centros” del tercer verso de la primera estrofa, piensa
en los siguientes términos: “No era una figura retórica, como la que pluraliza
la esencia de la patria o el destino de la nación para hacerlos más sonoros,
más enfáticos: los destinos de la
nación, las esencias de la patria.
No. Lo de los centros era otra cosa.
En su versión original (…) González Bocanegra escribió, con caligrafía
demasiado laxa, una ‘a’ digamos que
muy abierta, la cual fue interpretada como si se tratara de dos letras, ‘ce’, y como tales pasaron a la
oficialidad y se hicieron del dominio público: y retiemble en sus centros la tierra en vez de y retiemble en sus antros la tierra. No en sus bajos fondos, en sus
lugares de mala muerte (…), sino en sus entrañas, porque entonces la palabra antros, explicas, no tenía el
significado de tugurio que tiene ahora, sino sólo el de entraña: caverna,
cueva, gruta. Y retiemble en sus antros
la tierra, que retiemble en sus cavernas, en sus grutas, en sus cuevas…”.
La letra de nuestro himno, hermosamente empatada a la
música del catalán Jaime Nunó, fue escrita en metro decasilábico y retórica ajena
al español de la poesía actual. Esto es lógico: en el siglo XIX el español literario
de México estaba impregnado del estilo romántico, heroico, propio de aquel
momento, de modo que sus imágenes y su selección de palabras hoy nos parecen extrañas, tanto que quizá necesitemos subtítulos para entenderlas.
Ya desde el comienzo ocurre esto: “el acero aprestad y el
bridón” podría ser subtitulado a “tomen la espada y el caballo”, donde “acero”,
por metonimia, es “espada”, y “bridón”, animal al que se le aparejan bridas, es
“caballo”. Los dos famosos versos “Mas si osare un extraño
enemigo / profanar con su planta tu suelo…” quedarían actualizados de esta
forma aunque por supuesto pierden metro, rima y ritmo: “Pero si un extraño enemigo
se atreviera / a pisar tu territorio con intención ofensiva…”.
Un poco por la distancia que hay entre ese estilo y el
que hoy acostumbramos oír y leer, y otro poco por incuria a la hora de
memorizar, varios cantantes han cometido pifias memorables sobre todo en espectáculos
deportivos. Son inolvidables los papelones de Coque Muñiz, Ana Bárbara, Vicente
Fernández y Julio Preciado, quienes tropezaron en alguno o varios de los versos
y sumaron a sus respectivos currículos el bochorno de no saber con total
fidelidad el himno de nuestro país. Podemos añadir a dos cantantes en esta
ominosa lista: a un tal Luis Ramírez, creo puertorriqueño, y a un tal Jorge
Alejandro, quienes en sendas interpretaciones del himno mexicano hicieron
literalmente cagada la letra del poema patrio. El primero, Ramírez, no se sabía
ni un verso y aún así entonó (es un decir) su monstruosa versión en un partido
del América. El segundo defecó más o menos lo mismo en una “pelea” (inevitables
comillas) de Julio César Chávez hijo.
El más reciente desaguisado de esta índole ocurrió el
jueves en el estadio de Santos Laguna. Lo perpetró el “cantante” (inevitables
comillas) Pablo Montero, quien a la letra introdujo, entre otros gazapos, el
verso “que en el dedo tu eterno destino”. Dado que es coterráneo y dado el
escenario (la final Santos Laguna contra Cruz Azul), fue triste escuchar esa
interpretación del himno pésima en todo sentido, pues a los errores de dicción
y a la mala memorización de la letra se añadieron una cuadratura y una
afinación lamentables de un intérprete que tiene todo, siempre lo ha tenido,
para no triunfar en el mundo del canto.
La interpretación de nuestro poema nacional ha fallado
tanto en tantas ocasiones que ya se convirtió en el momento más esperado en
muchas ceremonias. Ojalá que en próximas ocasiones los cantantes no osen
profanar con sus rebuznos el himno.