Las
abundantes páginas que el lector tiene en sus manos son un testimonio
bibliográfico, el segundo ya, emprendido por el profesor Gabriel Castillo Domínguez
para pensar y ejercer la educación mediante la palabra escrita. Digo pensar
y ejercer, al mismo tiempo, porque Tomar la palabra II es
precisamente eso: un ejercicio de reflexión personal sobre la educación y sus
orillas que a su vez se convierte en una manera de educar, de educar sobre el
tema de la educación a partir de la escritura, que acaso es la menos perecedera
forma de la enseñanza.
Armado
de experiencias y lecturas parejamente ricas, Castillo Domínguez articula en
las páginas de este libro un proyecto que alienta el imperativo de colocar a la
educación en un pedestal que nos permita apreciar la relevancia que ella
entraña. Porque querámoslo aceptar o no, todo pasa por el tamiz educativo, de
suerte que nuestra sociedad empeora, se estanca o mejora en la medida en la que
su sistema de enseñanza se anquilosa o se dinamiza.
En
Tomar la palabra el autor ha querido enfatizar que su tema eje reviste
una importancia central entre las prioridades del país. Por eso su examen
acucioso de coyunturas políticas y de orientaciones y planes del Estado, y por
eso también su mirada crítica en torno al rol de los maestros en la actualidad
educativa mexicana. En este sentido, Castillo Domínguez interpela al maestro,
al hombre de carne y hueso que trabaja en el aula y tiene la responsabilidad de
formar; con él aspira dialogar, a él, principalmente, están dirigidas estas
ideas que en su momento formaron parte de la columna Paideia publicada semana
tras semana en el diario Milenio Laguna.
El
autor ha articulado el conjunto de sus textos en cinco grandes apartados.
“Magisterio”, “Educación”, “Sociedad”, “Política” y “Cultura”. En estas
estancias, todas claramente delimitadas, son espigados comentarios que
evidencian su preocupación por indagar en todos los recovecos posibles del
quehacer magisterial. Dado que el asunto vertebral del libro es complejo,
Castillo Domínguez secciona sus partes y permite a los lectores un
adentramiento cuidadoso en cada subtema. Así, por ejemplo, en “Magisterio”
aísla y discute el candente problema de la llamada “reforma educativa” que
tanto ha dado de qué hablar durante el sexenio que va de 2012 a 2018; examina
asimismo, en este rubro, la trascendencia del quehacer sindical serio y
comprometido, el caso de las movilizaciones y la revaloración del profesor como
agente de cambio.
En
la segunda estancia, “Educación”, centra su mirada en la acción educativa en
sí, en los variados ángulos desde los cuales podemos observar y discutir el
imperativo de formar mejores generaciones de maestros que a su vez edifiquen
mejores generaciones de estudiantes. No escapa a su examen, por supuesto, el
debate sobre el papel de los nuevos modelos educativos en el contexto de la
revolución informática, sobre el bullying como problema generalizado,
sobre la lectura como urgencia y la matemática como rezago histórico, entre
otras muchas preocupaciones.
No tan amplio
como los anteriores aunque no por ello menos intenso, el apartado “Sociedad”
trabaja en torno a tópicos de interés más abierto como la llamada “civilización
del espectáculo” caracterizada, nos explica el autor, “por la actitud
simplificadora de los individuos, orientada a la homogeneización, a la
uniformidad y donde la gente padece una especie de adicción por el
entretenimiento”, que, como se puede concluir, determina en grandísima medida
el comportamiento y las expectativas del estudiante dentro del espacio escolar.
Aquí mismo reflexiona sobre la juventud y la vejez actuales en relación con la
falta de oportunidades y la desigualdad, estragos que representan dos de los
lastres más dolorosos en el México contemporáneo.
“Política” es un
tranco de larga zancada en esta segunda andanza de Tomar la palabra. No
podía ser de otra manera, dado que la educación se ha visto atravesada en
nuestro país por un sinnúmero de conflictos que la mayor parte de las veces
obedece a intereses económicos de grupo y a reacomodos electoreros, de ahí las
permanentes internas y la manipulación que en el espacio sindical han querido
convertir al magisterio en un ente cautivo de la politiquería. Gabriel Castillo
analiza, comenta, critica el acontecer político del país en relación con lo
educativo y, siempre con argumentos, especula sobre aquello que más podría
convenir a la sociedad en tanto recipiente de la educación, no a las camarillas
que se disputan privilegios. En este terreno, pues, no desdeña la política, es
obvio, pero la propone como instrumento de cambio por el bien del maestro y de
la educación pública nacional, no como arma de logreros.
Por último, el
apartado “Cultura” ara sobre una parcela temática que preocupa al autor tanto
como las anteriores y orbita en la elipse de esta pregunta retórica: ¿es
posible el renacimiento de maestros como los de la vieja guardia, es decir,
profesores abiertos al infinito conocimiento adquirido por medio de las artes y
las ciencias? El autor nos comparte comentarios sobre libros, música, pintura y
personajes que nos invitan a pensar en la cultura general, plural, amplia, como
una herramienta de transformación social que el maestro debe manejar si su
propósito es alcanzar una “M” mayúscula, una “M” de Maestro.
Juzgo, en suma,
que Tomar la palabra nos depara un recorrido placentero tanto por la
pulcritud de su forma como por la hondura de su fondo. Si bien es el maestro su
lector modelo, su lector meta, no dudo en afirmar que todos encontraremos aquí –pues de alguna manera todos somos, al
alimón, alumnos y maestros–
reflexiones estimulantes y muy agradecibles.
Bienvenidos a
esta dilatada e inteligente conversación con Gabriel Castillo Domínguez.
*Prólogo a Tomar la palabra II, de Gabriel Castillo Domínguez, 2018, 388 pp.