La onda expansiva del 68 fue tan grande que cincuenta años
después sigue siendo un tema propicio para pensar en México. Tengo para mí que
su verdadero saldo aún no lo vemos pese a los muchos beneficios que trajo
consigo la lucha ejemplar de miles de jóvenes y no tan jóvenes, mujeres y
hombres que en la etapa previa al 2 de octubre habían salido a las calles
porque en el mundo, en efecto, se vivía una poderosa efervescencia cultural,
pero también porque el sistema político mexicano “emanado de la Revolución” ya
no daba para más en términos políticos y económicos. El autoritarismo que
derivó en la matanza de Tlatelolco fue pues el punto de inflexión entre un
pasado paternalista, cerrado y voraz, y un futuro que poco a poco se ha ido
abriendo no como dádiva del poder, sino como resultado de luchas y reclamos populares
irrenunciables.
Luego de la fecha trágica, el régimen pareció ceder un poco guiado
por la mano populista de Luis Echeverría. Fue una finta, pues mientras LAE
hablaba a las masas con oratoria de líder entrañable, reprimía y perseguía a
cuanto movimiento le mostraba una oposición radical, de izquierda sobre todo,
lo que trajo como resultado la llamada guerra
sucia. En ese momento se dio el también famoso Jueves de Corpus, otra
puñalada en la espalda de la voluntad juvenil.
El sexenio siguiente operó la reforma despresurizadora de
Reyes Heroles. Muchas agrupaciones políticas otrora perseguidas salieron de la
clandestinidad y comenzaron a articular un nuevo tipo de lucha, la que corre
por la vía electoral. El régimen tomó oxígeno para dos sexenios más, pero la
economía se desplomó con López Portillo y Miguel de la Madrid, quien al llegar
a su sexenio tuvo que hacer añicos el débil marco democrático para imponer a
Carlos Salinas mediante un fraude hoy legendario. El “sistema”, así, sobrevivió
otros doce años, como muerto en vida. Luego vino la transición que tuvo más de
pacto cupular que de transición, y comenzó la era de la violencia sin coto que
se agudizó con la vuelta del PRI en el también sangriento sexenio que por estas
semanas agoniza.
En teoría, la llegada de López Obrador a la presidencia es
una especie de coincidente coronación tras medio siglo de luchas contra un
régimen devastador. En parte, sólo en parte, es verdad, como también lo es que
el 68 sirvió para viabilizar mayor pluralidad en los medios. Sin embargo, es
pertinente insistir en que varias de las luchas anteriores al 68, y muchos
reclamos del 68 mismo, tuvieron que ver con la necesidad de construir una
sociedad justa en lo material, con mejor calidad de vida y oportunidades para
todos. La pobreza actual de la mayor parte de los mexicanos, el insulto diario
del salario mínimo, el desempleo y otras mil precariedades, obligan a que la
efemérides del 2 de octubre no sea vaciada de contenido o sólo sirva como
detonador de la nostalgia, sino que sea y siga siendo una bandera viva de
justicia y bienestar para todos.