La primera señal me llegó una tarde cualquiera en un
restaurant cualquiera. Cenaba con mis hijas y cuando llegó el mesero con nuestras
bebidas, mi hija más pequeña, de catorce años, alejó su popote y dijo algo enigmático:
—Papá, ya no hay que usar popotes.
Mi reacción favorable fue inmediata, pues ya en muchas
ocasiones había pensado en la necedad de usar ese tubito de plástico que en otros
lugares no es denominado con el nahuatlismo popote,
sino con palabras como sorbete, bombilla o cañita. Pensé que mi hija había
hecho el mismo razonamiento, pero no era así. Ella había visto no sé dónde una
campaña que buscaba impulsar la discriminación del popote como adminículo para
beber, y así, poco a poco, lo marginamos sin mayor conflicto en cada nueva
oportunidad de usar popote en restaurantes. Tampoco quiero decir que la medida
familiar lleva mucho de instaurada. Ha pasado un apenas un año, según recuerdo,
y nos ha funcionado bien, nos agrada.
Lo que pensé como una política familiar, sin embargo, ha persuadido
a buena parte de la población. Supongo en este caso que, ayudados por las redes
sociales, los jóvenes han sido difusores fundamentales de esta campaña tal y
como lo han sido de muchas otras iniciativas relacionadas con la
responsabilidad civil en un mundo plagado de calamidades ambientales. En este
sentido, se puede afirmar que si un gobierno desea que cale hondo una nueva conducta
es pertinente que se apoye en los jóvenes: si ellos son convencidos de las
bondades de una iniciativa, no será luego tan difícil que ésta sea adoptada por
la mayoría.
Hace unos días, por ejemplo, reiniciaron las clases en la
universidad donde trabajo, la Iberoamericana. Tengo allí horario corrido, lo
que me obliga a utilizar al menos el servicio del comedor para la ingesta de
mediodía. Además de usar las mesas del lugar, uno puede pedir “para llevar”, y
sin cargo extra le sirven el platillo en un contenedor tripartita del llamado unicel, a lo que se puede sumar el vaso
desechable de la bebida, los cubiertos y el popote, todo de plástico. Pues
bien, para el semestre que corre cambió la política en este servicio: por
disposiciones de nuestra autoridad universitaria ya no se servirán platillos
para llevar en recipientes desechables, ninguno. Se usarán, para el caso, de
vidrio, cerámica, barro o plástico rígido, todos reciclables.
Pese a que en un principio la medida generó algunas
incomodidades, creo que ha sido muy bien recibida y por ello acatada, es decir,
que ningún alumno se quejó. Para mí fue como volver, al menos en mi ámbito
laboral, a los usos y costumbres de hace treinta años, cuando la comida para
llevar se servía en papel canela (también llamado “de estraza”) o en
recipientes que aprontaba el mismo consumidor, tal y como todavía se usa con el
menudo dominical en muchos barrios.
Esto parece una poquedad, pero si lo vemos con atención, en
una quincena de trabajo en la universidad ya no fueron usados decenas de
recipientes, lo que a la larga totalizará una suma importante de plásticos que
no irán a parar en basureros.
En resumen, un popote menos es un popote menos. Todo ayuda.