sábado, octubre 27, 2018

María Rosa Fiscal: los frutos de la inconformidad




















En 2016 fue publicado Naranja dulce, limón partido, memorias de mi amiga María Rosa Fiscal, escritora duranguense. Ella me pidió que se las prologara, lo que hice gustoso. El libro, publicado por el ayuntamiento de Durango, circuló, creo, poco, así que aquí quisiera compartir al menos un fragmento de mi prefación:
Los once capítulos que componen esta memoria son el hermoso testimonio de una vida dedicada a la inconformidad, la inconformidad de la maestra, escritora y traductora María Rosa Fiscal. Nacida en la ciudad de Durango en una época en la que el destino de la mujer era predeterminado por las fuerzas de la tradición y la costumbre, María Rosa decidió romper con aquel porvenir más o menos establecido para entregarse de lleno a la búsqueda de caminos inhabituales. Movida por su esencial inconformidad y su apetito por descubrir, desafió a la suerte y en su marcha encontró países, idiomas, estudios, libros, museos, amigos y mil y una experiencias dignas de nuestra emoción y nuestro respeto.
Todavía hoy, en esta era de comunicaciones instantáneas y personales, suena audaz que una joven emprenda lo que hace varias décadas intentó y realizó la admirable María Rosa. Si pensamos en las dificultades de aquel tiempo para hacer una llamada telefónica de muy larga distancia, y si pensamos en las características inocultablemente conservadoras de nuestra provincia, la autora de este relato rompió la camisa de fuerza que la detenía en Durango y le aseguraba un futuro sin aventuras ni sobresaltos, cómodo y casi ajeno al azar. El premio es lo que narra esta memoria: la emocionada aventura de un ser humano vital, íntegro, pleno de gusto por el conocimiento, el trabajo y la amistad, gusto que queda testimoniado no sólo con palabras, sino también con imágenes, complemento ideal e imprescindible en todo libro de esta índole.
La historia de María Rosa ha estado llena de desafíos. El de su carrera profesional no fue el primero, pero sí el que comienza el relato de su vida en este libro, casi como si arrancara —al estilo de ciertos textos ficcionales— in medias res: el 7 de junio de 1979, ya con un trabajo alimenticio a su cargo, consumó sus estudios profesionales en Letras, lo que ella denomina “Un parteaguas en mi vida”. En efecto, aunque en este punto del relato no sospechemos lo que hubo antes ni lo que habrá después, el hecho de que una joven estudiante de provincia haya concluido con éxito su carrera en la UNAM, casi sin más apoyo que su propia voluntad, es la mejor entrada para un libro de memorias. Su autora sabe que tras convencer a sus sinodales en la Universidad Nacional algo ha estallado, que el futuro le depara una vinculación estrecha con la literatura, y no se equivocó.
Organizada en once trancos, esta memoria nos comparte la aventura de una vida en la que participan muy visiblemente el deseo, el azar y la capacidad para decidir, y es impresionante advertir su imbricación en el relato: en cada acción convergen el ánimo de alcanzar algo —de avanzar honradamente en la vida— y el azar que sin querer va trabando y destrabando circunstancias para que al final llegue la decisión de quien ahora reconstruye en el recuerdo toda su vital andanza. En general tengo la impresión de que María Rosa combinó muy bien su voluntad y sus decisiones con las realidades que la vida fue planteando en su camino, y por lo visto salió airosa.
En “Las casas de mis amores”, segundo momento de la memoria, traza el recuerdo de los espacios infantiles, su relación con la familia extensa y los periplos vacacionales siempre felizmente evocados. No creo exagerar si afirmo que estos pasajes son entrañables porque dibujan el clima íntimo en el que se formó la autora, el tiempo en el que fueron colocados los cimientos que en el porvenir le darían solidez al edificio. Quiero lamentar, sin embargo, que el relato sobre el asombro infantil no tenga un desarrollo más amplio, así que muy pronto salimos de esa etapa y entramos en el mismo capítulo a la primera radicación deefeña de María Rosa, a su estancia en Washington, lugar donde, ya lo leerán, tomó una de las decisiones más importantes de su vida.
Y a propósito, no debe sorprendernos la presencia de los viajes en la vida de María Rosa. Todavía hoy, como ya dije, mueve a perplejidad que una jovencita de aquellos años haya tenido los arrestos para enfrentar realidades desconocidas con una entereza que provoca envidia. Antes de articular la descripción de varios viajes la autora se detiene, durante al menos tres capítulos, en el relato de sus experiencias formativas. En “Días de escuela”, “Tardes de lectura” y “Un año de estudios en el Southeast Missouri State College”, María Rosa nos regala con la minuciosa remembranza de sus aprendizajes: el inglés y el francés, el baile, la primaria y la secundaria. Luego la preparatoria entre puros varones (otro desafío), la importancia de sus tías como inductoras al mundo de la lectura entendida como el mejor de los hábitos, el titubeo entre las letras inglesas y francesas, y al final la decisión de amarlas casi por igual. Inmediatamente después de lo anterior, la autora reconstruye el año impecablemente maravilloso en el Southeast Missouri State College y su deslumbramiento ante la cultura de las posibilidades materialmente infinitas que le ofreció Cape Girardeau.
El capítulo intermedio titulado “Una gran aventura en automóvil a través de los Estados Unidos” es de los más jocosos porque allí es narrado eso, un viaje con amigas que si no fuera porque ella lo cuenta sería casi una road movie de jóvenes con algo, o mucho, de espíritu hippie. Es este, quizá, el apartado donde María Rosa mejor despliega su genio humorístico y no sólo eso: ignoro si para escribir su memoria recurrió a un cuaderno de notas o apeló sólo a su memoria, esto porque en cualquier caso hay debajo de cada párrafo una observación exquisita de la belleza concentrada en los paisajes y un agudo análisis de las costumbres que la relatora encuentra en todo recorrido.
María Rosa tiene la habilidad narrativa para ingresar con gracia y soltura al árido tema de lo laboral. En “La construcción de una vida de trabajo” nos lleva a conocer su experiencia en el Banco Interamericano de Desarrollo, y es poco después cuando el relato de esta vida vuelve al principio de la narración, al pasaje que la pondrá cerca de su examen profesional en la UNAM: “En 1972 tomé tres decisiones trascendentales que cambiarían el rumbo de mi vida: por una parte, me independicé de la familia y alquilé mi propio departamento;  renuncié a mi puesto bien remunerado como secretaria bilingüe y entré a la universidad”. En efecto, esas decisiones marcaron el rumbo de lo que venía, un porvenir que luego, tras la consecución de su título, derivó en trabajo docente, investigativo y ensayístico, es decir, pleno de literatura.
Después de años y años en esa dinámica, María Rosa decidió recorrer mundo. Se dio sus mañas, ahorró, buscó buenas oportunidades en el mercado e hizo tours larguísimos, viajes y más viajes por Europa, por Sudamérica y por nuestro país. Se trató de recorridos (digámoslo así) culturales, paseos con ingente apetito de aprender, formativos, no viajes de paseo o de mero shopping. Y otra vez, como en todos los lugares del libro en el que visita sitios ajenos a su entorno, agudiza la mirada y pone su recuerdo al servicio de la inteligencia.
Tras los paseos, vuelve al DF y entonces aparece el capítulo “La ciudad irá en ti siempre”, sección donde brilla como sol una pregunta, el autocuestionamiento sobre el retorno: “¿Por qué regresé a Durango? Nadie me llamó. Nadie me ofreció un puesto con buen sueldo. Y luego, cuando ya estaba aquí, ¿por qué fui cobarde y no me arriesgué a regresar al Distrito Federal como se pudiera? Son preguntas que me han desvelado muchas noches. Ya he narrado —y es la verdad— que vine porque había comprado una casita que sirvió para arraigarme (yo, que siempre había sido una desarraigada); sin embargo, hay otras circunstancias que contribuyeron a mi retorno”.
Hasta aquí podemos pensar que María Rosa deja caer en su memoria, sin vacilar, logros y más logros, puros números negros. Ninguna vida puede darse ese lujo, y ella lo sabe. Tarde o temprano vemos hacia el pasado y notamos que una decisión tomada o no tomada nos ha mandado a tal o cual derrotero, y jamás sabremos “qué hubiera pasado si…”. Es grato leer en esta parte a una María Rosa algo escéptica de su propia trayectoria, aunque también segura, como nosotros, de que, pese a todo, los frutos allí están en libros, artículos, clases, traducciones y, en suma, en una carrera ejemplar desde que fue contratada en su primer trabajo hasta el último, hasta los que por estos días sigue asumiendo con la disciplina y la responsabilidad de siempre.
La memoria de María Rosa Fiscal, a quien quiero y respeto como alumno y como colega, es o puede ser una gran motivación para las mujeres y un obsequio espeso de sentido para los hombres. Ella, que ha admirado siempre a la inmensa Rosario Castellanos, no la ha defraudado; aquí, en este puñado de páginas, está su vida para que veamos a lo que puede llegar la sana inconformidad, la inconformidad constructiva, la inconformidad que da.
Permítanme este arrebato final: lo mismo que he opinado sobre pocas, sobre muy pocas personas, opino sobre María Rosa: este mundo sería mucho mejor, notablemente mejor, si hubiera más seres humanos como ella.
Los convido a leer su vida y confirmarlo. Pasemos.

Comarca Lagunera, 12, mayo y 2015