sábado, octubre 13, 2018

Amanecer de América













Vuelvo por obligaciones docentes y mucho más por gusto al Diario del almirante y su testamento, de Colón. Ayer, en el aniversario 526 de la gesta, volví a pasar los ojos por allí. Algunas de sus páginas, como digo, son materia de comentario y en ocasiones de discusión frente a mis grupos, ya que dan pie al debate sobre el llamado “encuentro” o “choque” de dos mundos. A lo largo de mis años en el aula he advertido que los alumnos reciben con una mezcla de interés y desconcierto las descripciones asentadas por Colón durante su viaje, el diario en el que fue trazada la primera aventura con registro textual entre Europa y el también llamado, eurocéntricamente, “Nuevo Mundo”.
El almirante, como sabemos, comenzó su relato apenas zarpó. De éste no hay copias, originales de su puño. Lo que tenemos es la transcripción que hizo fray Bartolomé de las Casas, quien, papeles del genovés en mano, transcribió pasajes enteros y otros los resumió “con sus palabras”, lo que en metodología moderna se llama “cita resumen”. El español de Colón no es el español actual, por supuesto. Es un español que ahora nos parece sintácticamente torturado y en el que aparece algo de léxico en desuso, uno que otro arcaísmo (se le llama así a las palabras viejas y ya caducas para significar, con hipérbole, que fueron acuñadas en tiempos del arca bíblica). Si uno hace el esfuerzo y logra adaptarse al estilo colombino, la crónica es harto interesante, un tesoro de documento venturosamente salvado del olvido y la polilla.
Esto, asentado el 11 de octubre de 1492, es claro: “Tuvieron mucha mar y más que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramujos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos”. Lo único difícil para nosotros radica aquí, un poco, en el léxico, pero lo resolvemos si acudimos al diccionario: “pardelas” (aves, como gaviotas); “escaramujos” (donde puede referirse a una planta o a un crustáceo también llamado “percebe”); el caso es que, para Colón, son señales de tierra próxima, de ahí que se alegre. Más adelante, ya el 12 de octubre, asienta que los nativos de Guanahaní, la isla donde los europeos tocaron tierra, hacen lo siguiente: “Ellos vinieron a la nao con almadías, que son hechas del pie de un árbol, como un barco luengo, y todo de un pedazo, y labrado muy a maravilla, según la tierra, y grandes, en que en algunas venían cuarenta o cuarenta y cinco hombres, y otras más pequeñas, hasta haber de ellas en que venía un solo hombre. Remaban con una pala como de hornero, y anda a maravilla”. Los nativos se acercan pues a los barcos europeos en almadías —luego llamadas “canoas”— hechas de un tronco largo y tallado en las que viajan de una a cuarenta personas, y se desplazan con un remo como pala de panadero (“hornero”), y lo hacen con pericia.
Esta es la primera crónica de América escrita en español. Lo que vino después fue una vidriosa mezcolanza de vilezas y heroicidades, el doloroso parto, hasta hoy, de nuestro mestizaje.